El concejal de Fiestas y Cultura Popular del Ayuntamiento de Valencia y por ende, Presidente de Junta Central Fallera, don Francisco Lledó, ha pronunciado su pregón para la Semana Santa Marinera en esta edición de 2012, que reproducimos íntegramente y dejamos además en versión PDF para su descarga directa, ante la importancia que tal evento implica para los amantes de costumbres y tradiciones más arraigadas.
Excmo. Y rvdmo. Sr. Arzobispo,
Distinguidas autoridades, eclesiasticas, civiles
Y militares.
Sra. Presidenta de la junta mayor de la semana santa marinera de Valencia y rectores de las parroquias del Grao, Cabañal y Cañamelar.
Hermanos mayores y miembros de la semana santa marinera de valencia.
Señoras y señores
Para un hijo del distrito marítimo, para un valenciano nacido y criado en el barrio de Canyamelar, es un extraordinario honor haber recibido el noble encargo de ejercer como pregonero de un acontecimiento religioso y popular, la Semana Santa Marinera, a la que he estado vinculado toda mi vida, que conozco, aprecio y siento cercana desde antes de tener uso de razón, a la que me unen recuerdos y emociones que se adentran en lo más profundo de mi memoria.
Recuerdos de momentos mágicos que llamaron poderosamente la atención del niño que fui. Imágenes que se quedaron en mí para siempre, acompañadas de una banda sonora de tambores y cornetas, que tanto me impresionaban, con toda esa exuberancia colorida y ese fervor que se apoderaba y se apodera de los poblados marítimos durante esos días de la semana santa marinera.
Un espectáculo impresionante, conmovedor, ante el cual ningún vecino, tampoco los más pequeños, podía permanecer indiferente, porque lo llenaba todo, porque se transmitía vigoroso, porque impregnaba todos y cada uno de los rincones de estos barrios de valencia que huelen a mar.
Gracias por haber confiado en mí para desempeñar esta tan enorme como bella responsabilidad, por haberme elegido para loar y pregonar la grandeza, la religiosidad y la singularidad de una semana santa marinera a la medida del ser de valencia, de la forma que los valencianos tenemos de vivir y sentir, de convertir la calle en el mejor escenario para demostrar nuestras emociones, nuestra cultura y nuestras creencias.
De niño, tras la emoción que me provocaba ver desfilar a los granaderos de la virgen, siempre intentaba que mis padres me inscribiesen en la cofradía para ser uno más entre ellos. Conseguía que me escuchasen y se interesasen, pero lamentablemente la economía familiar de aquellos tiempos no permitía hacer realidad y cumplir ese deseo, pues había que dedicar ese dinero a otros menesteres para sacar a flote una pequeña empresa azotada por la riada en su primer año de creación.
En esas circunstancia, no pertenecer a ninguna cofradía fue en mi infancia y adolescencia una particular forma de ser un poco de todas, de participar de la semana santa marinera con espíritu abierto y amplitud de recorrido, de acercarme y conocer desde fuera, pero desde muy dentro, un acontecimiento religioso y popular por cuya luminosidad y peculiaridades me he sentido siempre atraído y cautivado.
Os agradezco que hayáis confiado en mí, que me hayáis honrado al elegirme para pregonar una Semana Santa que forma parte de eso que llaman mi educación sentimental, pero también de mi educación religiosa, como trasmisora de valores y de una forma genuina, cercana, popular y peculiar, de conocer la pasión y muerte de jesucristo y el milagro de su gloriosa resurrección.
Muchos son los aspectos que distinguen la semana santa marinera de los poblados marítimos de Valencia de cualquier otra semana santa española, porque todo se vive distinto al lado del mar, porque la brisa marina impregna el ambiente, porque aquí hasta la sobriedad es luminosa y vuelve diferentes, de día o de noche, todos y cada uno de los momentos de una celebración que entronca en el alma de esta tierra.
Desde mis distintas responsabilidades en el gobierno de la ciudad he visto con el mayor agrado y el máximo entusiasmo las sucesivas iniciativas y esfuerzos llevados a cabo por la junta mayor y el ayuntamiento de Valencia para proteger, difundir, impulsar y dar a conocer la semana santa marinera, felizmente y justamente declarada ya fiesta de interés turístico nacional.
He compartido y animado ese trabajo en el que ha habido hitos tan importantes como la creación de un museo de la semana santa, para que la presencia de esta enorme celebración se mantuviese a lo largo de todo el año, como abiertos están durante todo el año los locales y sedes de las distintas cofradías y hermandades.
Ahora, desde mi actual desempeño como concejal de fiestas y cultura popular, se ratifica y reafirma mi profundo compromiso con la semana santa marinera, con la genuina celebración que desde hace más de 200 años convierte el barrio en el que nací, las calles en las que jugué, en el epicentro religioso de Valencia, en un foco de atracción para todos aquellos que deseen conocer y vivir una inmensa y genuina manifestación de lo valenciano.
La más marinera de las semanas santas españolas tiene anualmente su cita con estos barrios de gentes abiertas, amables y trabajadoras, que ocupan el territorio que une a la ciudad con el mar a través de ese puerto que históricamente ha sido emblema y centro neurálgico de la relación de Valencia con el mundo, de ese puerto que hoy sigue siendo un elemento imprescindible para crear riqueza y empleo para los valencianos.
Ciudadanos de Valencia que hacen un alto en su camino para convertirse en cofrades de esta histórica, antigua y admirada representación y evocación de unos acontecimientos que constituyen la más profunda esencia del cristianismo, en protagonistas de una representación que se aguarda a lo largo de todo el año, que se espera con emoción, en la que se prepara con cuidado cada paso, cada procesión, cada traje, para que todo esté a punto y sea luminoso y magnífico en esos días en que nuestros barrios marítimos se visten de Semana Santa.
Con el paso de los años he tenido la fortuna de poder cualificarme como conocedor, además de admirador, de una Semana Santa Marinera menos misteriosa y enigmática que en ese inicio infantil, pero que sigo percibiendo igual de hermosa y atractiva.
Antes hubo un tiempo para descubrir, para ir desentrañando misterios, despejando incógnitas, viendo crecer la semana santa marinera ante tus ojos al tiempo en que tú crecías, adquiriendo una visión de conjunto en la que se realzaba año tras años la profundidad, la potencia cristiana, el señorío, la riqueza de imágenes, de vestidos, de ornamentación y de personajes que caracterizan esta singular representación de la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios, sin duda una de las más hermosas de todo el mediterráneo cristiano.
Esa magna celebración de fervor popular que me atrapó por la belleza de sus imágenes, las representaciones de Jesús cautivo y atado a la columna o jesús nazareno, Jesús con la cruz, el ecce-homo, de la Verónica, de Nuestra Señora de la Soledad, de la Virgen de los Dolores, de la Virgen al pie de la Cruz, la Cruz Relicario, el Santo Cáliz, el Descendimiento, Cristo Yacente y Jesús Resucitado que presidían la calle o eran acogidos en domicilios particulares.
Calaron en mí, con enorme fuerza, los Cristos procesionando estrechados al pecho de los cofrades, ver convertidos a los hombres de mi barrio en las mejores andas del mundo, con sus brazos recios que agarraban fuertemente la cruz. Esa sólida imagen de hombre y cruz, de hombre que carga con la cruz a imagen y semejanza de Jesús.
Era muy difícil no sentirse fascinado, no querer ser como ellos, ante el desfile de personajes bíblicos cuyo nombre guarda el sabor a sagradas escrituras, desde anás a Verónica, pasando por Caifás, Claudia Prócula, Herodes Antipas, Juan Bautista y Juan Evangelista, Judit, Lázaro, Poncio Pilato, María Magdalena, Salomé, Rosa Mística, la samaritana y por supuesto el nazareno, todos ellos encarnados con solemnidad por niños y niñas, por jóvenes o por hombres y mujeres del barrio.
Ser de aquí, sin duda, ha facilitado mi percepción, mi devoción, mi respeto hacia la Semana Santa Marinera, al tiempo que me ha convertido en un propagador de sus valores y atractivos, en un militante – en cierto modo- de esta tradición cristiana y marinera, mediterránea y genuinamente valenciana a la que viven abrazados, junto al mar azul, las mujeres y hombres del Cabanyal, Canyamelar y el Grao.
Una tradición, una devoción, una realidad articulada desde sus parroquias de cristo redentor y san rafael arcángel, de nuestra señora de los ángeles, nuestra señora del rosario, Jesús obrero y San Mauro, y Santa María del Mar, y aupada por la sociedad civil de estos barrios que un día, hace ahora 115 años, decidieron unirse a valencia para avanzar juntos, para construir unidos una ciudad que entiende cabalmente que su mejor futuro incluye su abrazo con el mar, con ese mediterráneo que evoca las aguas sobre las que caminó Jesús, pescador de pescadores.
Hay fuerza, pasión, convicción y devoción en esta semana santa a todo color, distinta a todas las demás, que hoy pregono. Están en ella las raíces, las creencias de un pueblo que las interpreta puntualmente, un año más, a la orilla de este mar que ha perfilado a través de los siglos nuestra cultura, nuestra emotividad, nuestra religiosidad, para hacerlas propias y diferentes, para escenificar el dolor de la muerte y la alegría de la Resurrección, la tristeza y la gloria que acompañaron a Jesús de Nazaret, a su madre la Virgen, a Juan Bautista o a María Magdalena.
Esta Semana Santa es hija de nuestra esencia mediterránea, espejo de agua salada donde durante unos días intensos, plenos, se refleja la idiosincrasia de raíces marineras y creencias tan firmes como moldeadas, adaptadas, a nuestra calidez, a nuestro sentido de la vida, del goce, del dolor, de la fe, a nuestra temperatura y nuestro temperamento siempre presente, siempre manifestado, en una cultura popular valenciana de la que la Semana Santa Marinera es parte sustancial.
Sustancial e irrenunciable, tradición y arte, devoción y ritual, introspección y exuberancia, suntuosidad y recogimiento, ruido y silencio interior al paso de de cada imagen, de dolorosas y sayones, de samaritanas y vestas, de verónicas y longinos, pretorianos y granaderos, encarnados con orgullo por los hijos del pueblo de los barrios del Grao, Canyamelar y Cabanyal, haciendo historia cada año, cada semana santa que conduce al gozoso Domingo de Resurrección después de recordarnos que Cristo se hizo hombre y sufrió y murió por nosotros.
Esperada fiesta que abre puertas, llena templos, reúne familias, cultiva afectos y llega, a veces bulliciosa y otras silente y recogida, a todos los rincones de los poblados marítimos, más protagonistas que nunca de la vida de Valencia a través de su inconfundible Semana Santa, cuya extraordinaria belleza pregono y proclamo ante todos ustedes.
Una recreación asentada en la historia del cristianismo, que adquiere en valencia una dimensión peculiar y genuina. En estos momentos de grandes dificultades para tantos de nuestros vecinos y conciudadanos, la evocación del sufrimiento de jesús de nazaret ha de movernos a estar al lado de quienes se sienten golpeados, a ayudar al prójimo, a extender nuestra solidaridad, a reafirmar el valor y la bondad de la caridad cristiana.
Porque nadie que quiera y sienta la Semana Santa Marinera debe quedar excluido de ella, como siempre ha sido, como merece el pasado y el presente de esta gran celebración verdaderamente popular y abierta, que ha sabido avanzar en el mejor sentido de la historia, crecer en belleza, en cofradías y participación, adaptarse y sobrevivir espléndida.
Esta Semana Santa que convierte los poblados marítimos de Valencia en una gran casa abierta al mundo, en una casa amplia y luminosa que se enseña con orgullo al visitante, para que la sienta cercana, amiga, entrañable, sorprendente y hasta espectacular.
Una casa donde encontrar también alivio y consuelo en los tiempos duros que nos toca vivir, donde habite la esperanza de la resurrección que anida en el corazón de los cristianos, y sea también la de que pronto superaremos las dificultades que atenazan a nuestra sociedad y nuestras aflicciones tendrán consuelo.
La Semana Santa Marinera de Valencia constituye una demostración real, celebrada con entusiasmo y movilización popular, de que la fe y la tradición pueden caminar juntas, cuidarse y nutrirse, de que la religiosidad de un pueblo tiene muchas y muy diferentes maneras de manifestarse, de que en ambas cabe la singularidad y la diferencia, de que las dos son moldeadas por el sol, por la tierra, por el viento, por el agua que aquí es mar.
Los valencianos de los poblados marítimos podemos sentirnos orgullosos de haber mantenido un valioso legado que nos hace distintos y nos permite reconocernos en una tradición cristiana que forma parte de nuestras vidas y constituye un intangible patrimonio cultural, un bien del mayor y más declarado interés que estamos dispuestos a compartir con generosidad, como siempre hemos hecho.
Tras haber recibido a la primavera como sólo los valencianos sabemos hacerlo, después de una celebración magnífica que nos enseña al mundo, en la que el arte es consumido en el fuego purificador que es fin de fiesta y al mismo tiempo marca el principio de un renacer, dispongámonos al emotivo procesionar, al desfile recogido por las calles, que es donde mejor nos expresamos siempre los valencianos, y hagamos de la Semana Santa Marinera del año 2012 una nueva demostración de esa forma tan intensa y vitalista de manifestar creencias, costumbres y fe.
Quiero resaltar el papel que el mundo de la semana santa marinera tiene en la vertebración de los poblados marítimos y su tejido social, en la forja de su ser colectiva a la que tanto contribuye la identificación popular con las distintas corporaciones, hermandades y cofradías, después de haber asistido felizmente a la creación de algunas nuevas durante los últimos años.
El surgimiento de nuevas hermandades y cofradías es el mejor indicativo de la solidez de nuestra Semana Santa, de su excelente estado de salud, del enorme afán y la plena coincidencia de voluntades renovadas, año tras año, para seguir manteniéndola, mejorándola, haciéndola crecer como reflejo y catalizador de la vitalidad, el espíritu y la cultura de los vecinos del Grao, de el Cabanyal y el Canyamelar.
De los ocho Cristos que protagonizan la Semana Santa Marinera, el de los Afligidos, el del Perdón, el del Salvador, el del Buen Acierto, el de la Concordia, el de la Buena Muerte, el de la Palma, el del Salvador y el Amparo, es este último el que hoy nos acompaña y preside este pregón donde con humildad, cariño y respeto, he querido rendir mi más sincero tributo a una celebración, hecha a la medida de esta tierra, a la que me he sentido unido toda mi vida.
Salvación y amparo, hermosas, divinas palabras, evocadas en una imagen por la que existe una arraigada devoción en este barrio, una aspiración y una necesidad tan humanas como universales, que en la semana santa marinera se suman a otras devociones, de origen tan diverso como particular, por otros cristos e imágenes que conforman la imprescindible base y sustento para poner en pié un objetivo tan ambicioso, con tantas implicaciones y protagonistas, como la Semana Santa Marinera.
Objetivo que los valencianos de hoy, de ayer y de hace dos siglos, han sabido llenar de arte y de convicción, comprometerse con un esfuerzo que les colma y les satisface, en el que se sienten orgullosos de participar, de arrimar el hombro. Protagonistas de una tradición y una cultura en la que se escriben las historias, los anhelos y las vidas de los vecinos de los poblados marítimos, de las buenas gentes de estos barrios de sabor y tradiciones marineras…
Bien podría decirse que si las fallas son la peculiar, única y extraordinaria manera que los valencianos tienen de recibir a la primavera, de entrar en su calor, la Semana Santa Marinera, abocada al Domingo de Resurrección, es su consagración, su triunfo, el de la vida frente a la muerte, el de la luz ante la oscuridad, el gozo triunfante de la superación.
Una manifestación genuina e inconfundible de sentimiento religioso, devoción, manifestación de fe, tradición y cultura, que hunde sus raíces en la historia de estos barrios donde han sabido mantenerla y ornamentarla, cuidarla con mimo y responsabilidad, hacerla cada vez más bella y atractiva, en paralelo a los grandes acontecimientos que hemos tenido la suerte de protagonizar y a la profunda transformación experimentada por Valencia y su fachada marítima.
Para proseguir y culminar la apuesta de futuro por esta Valencia marinera que inspiró a Sorolla, a Benlliure, a Blasco Ibáñez, que atesora un legado que marca su diferencia y siempre está dispuesta a compartir con generosidad.
Para los valencianos, para los españoles, para cualquier ciudadano de cualquier lugar del mundo, la Semana Santa Marinera, toda una seña de identidad, proporciona la mejor ocasión de conocer estos barrios que tanto marcan la personalidad, la forma de ser, de quienes hemos nacido y crecido en ellos.
De igual modo en que ya no es verdad que Valencia sea una ciudad que vive de espaldas al mar, no lo es tampoco que lo haga de espaldas a la Semana Santa Marinera. Quien la conoce ya nunca deja de apreciarla, y por eso merece la pena acercarse a ella con espíritu abierto, y por eso cumplo gustoso la tarea de incluir en este pregón una invitación universal para que sean más que nunca los que vengan a vivirla junto a nosotros.
Disfrutarán de una celebración que evoca una historia universal y compartida por todos, antigua y solemne, festiva y religiosa, callejera y fervorosa, en la que confluye todo cuanto es próximo, querido y sentido por los vecinos de los poblados marítimos, dispuestos, entregados con humildad y respeto, a representar esos momentos culminantes en los orígenes del Cristianismo con la mejor ornamentación, con un derroche de arte que provoca emoción y que no deja indiferente a nadie
Es obligatorio resaltar la labor de coordinación llevada a cabo desde la junta mayor de la Semana Santa Marinera para unir y aglutinar ese esfuerzo y ese crecimiento que la celebración vive año tras año, incorporando nuevas cofradías, hermandades y corporaciones, pero sin renunciar a nada de lo que le es esencial, sin perder su luz ni su mediterraneidad.
Valorar como se merece un minucioso esfuerzo de organización en el que participan muchas personas, para que todos los actos transcurran en perfecta coordinación, ya sea la visita a los santos monumentos acompañada por el sonido de los tambores, la Procesión General del Santo Entierro, el Desfile de Resurrección o cualquiera de las procesiones y Vía Crucis que nutren un programa intenso.
Este hijo y vecino del Canyamelar quiere daros las gracias, nuevamente, por dejarme pregonar a los cuatro vientos esta semana santa que mantiene toda su vigencia y en la que el pueblo llano, encarnando a los personajes bíblicos, desfilando en procesión, viviendo en hermandad, es el gran protagonista, el soporte indispensable de una tradición maravillosa en la que lo festivo y lo solemne se dan la mano.
Me siento muy orgulloso de estar aquí, ensalzando una celebración en la que el significado religioso de cuanto acontece convive con la peculiaridad de un pueblo que es el mío, con su carácter abierto y extrovertido, con su ser popular y marinero, con un inconfundible, intenso y especial sabor de barrio, con esa sensación de que sólo en este rincón del mundo es posible encontrar lo que la Semana Santa Marinera ofrece.
Vamos a revivir la pasión, muerte y la resurrección del Hijo de Dios, grande entre los más grandes capítulos de la Historia de la civilización cristiana, punto de arranque de un nuevo tiempo de la humanidad, y vamos a hacerlo junto a ese mar en el que vivimos, creemos y soñamos, saboreándolo, volcando todos nuestros sentidos, a nuestra manera bulliciosa, sincera, vistosa y colorida.
En la calle, en olor de multitud, como nos gusta vivir todas nuestras tradiciones, nuestros afanes y nuestras creencias, junto a esa playa y ese mar al que la figura de Cristo se acerca aupada por los hombres, con la implicación de un pueblo.
VLC Ciudad / Redacción