Activistas lograron clausurar el criadero más grande del país, que vendía a los animales a USD 200 cada uno; su carne cada vez tiene menos adeptos
Activistas estadounidense intervinieron este miércoles un criadero de perros que funcionaba para el consumo humano desde hace 10 años en Corea del Sur, rescatando a 200 animales encerrados en jaulas.
Los caninos los recibieron con ladridos y dando vueltas en círculo en las jaulas. Los había de muchas razas: huskis siberianos, rottweilers, tosas japoneses, golden retrievers o yindos coreanos. Vivían confinados en jaulas desde su nacimiento hasta su muerte.
“Es una actividad que se muere“, dice Gong In-Youn, quien administraba el lugar. En el país asiático hay miles de criaderos como el de Gong, pero el suyo era el más grande hasta que la Humane Society International (HSI) logró cerrarlo.
EN UN AÑO, GONG SOLÍA VENDER 200 PERROS A UN PRECIO PROMEDIO DE USD 200
Según las estimaciones, los surcoreanos comen entre 1,5 y 2,5 millones de perros por año, pero el sector atraviesa una crisis porque las nuevas generaciones dan la espalda a la carne canina. “En el pasado, la gente comía perro porque no había nada más pero hoy en día los jóvenes no la necesitan”, explicó Gong.
Según un sondeo del instituto Gallup Korea, sólo el 20% de los hombres veinteañeros comió perro en 2015, contra 50% de los cincuentones o de los sexagenarios. El país aprecia cada día más a los perros como animales de compañía, lo que contribuye a reducir la demanda de carne canina.
El año pasado, la HSI salvó a 225 perros y cerró cuatro criaderos como parte de una política “constructiva” para erradicar el sector. La mayor parte de ellos acabaron en Estados Unidos o en Canadá para ser adoptados.
Las autoridades pagan hasta USD 60 mil, en función de la cantidad de perros, por el cierre definitivo de estos negocios para permitir lanzar una actividad más “humana” como la producción de arándanos o de pimientos verdes. Con sus operaciones muy mediáticas, la HSI intenta sensibilizar a la opinión pública sobre la crueldad de estas granjas y “abrir un diálogo” con las autoridades surcoreanas, explica Andrew Plumbly, a cargo de esta campaña.
Las autoridades surcoreanas son conscientes del rechazo que provoca esta industria. En 1988 ya cerraron los restaurantes de carne de perro de Seúl con motivo de los Juegos Olímpicos de verano, y Pyeongchang se alista para recibir a los Juegos Olímpicos de invierno en 2018.
Gong se lanzó hace diez años en el negocio casi por casualidad, después de varios fracasos en otros sectores, y “nunca se ha sentido orgulloso” de ella. Además no era rentable. En un año solía vender 200 perros a un precio promedio de USD 200 que le aportaban unos ingresos brutos de alrededor de USD 40 mil.
“Me di cuenta de que los perros serían mucho más felices si cambiaba de opinión”, cuenta mientras el suyo, Snow, se pasea entre las hileras de jaulas llenas de animales a punto de irse.
En Corea del Sur no hace falta un permiso para abrir un criadero de perros destinado a las carnicerías. Las autoridades sólo verifican el tratamiento de los desechos y que no cause molestias entre el vecindario, afirma Gong.
Cuando se le pide que compare la vida de Snow con la de los otros perros, Gong lo tiene claro: “Es la diferencia entre el paraíso y el infierno“.
AFP