Director de Valencia Noticias.
Quizás este pequeño artículo debería viajar en el interior de una botella y no por el ciberespacio. Quizás todos los textos y todas las fotos que viajan por el universo binario, no sean más que mensajes sin botella en busca de miles de entusiastas receptores que vuelven a lanzarlos al océano digital para que nuevos entusiastas reproduzcan la acción, sustituyendo la exclusividad de la solitaria botella en pos de un múltiple receptor global.
Quizás muchos olvidan que el encanto de la botella arrojada al mar (la de vidrio, no la de plástico) es saber que se desplaza en un entorno global mítico, simbólico y vital para que, en su aventura, llegar a un único y asombrado destinatario.
Lanzar un mensaje en el interior de una botella, sea el que sea, supone viajar con él sobre un mundo de olas traviesas y cielos interminables, descubrir islas lejanas y horizontes cambiantes, esquivar arrecifes y barreras de coral, saludar delfines, orcas, sirenas, peces espada, barcos y otras botellas náufragas para que un nuevo Aladín acaricie su contorno y desvele su misterio.
El filósofo griego Teofrasto, alumno de Aristóteles y uno de los padres de la botánica, arrojó al mar (allá por el 310 antes de Cristo) unas cuantas botellas con el fin de demostrar que el Mediterráneo abastecía su inmensidad gracias a las corrientes procedente del Atlántico. Si bien jamás se tuvo constancia que recuperara alguna, su alta consideración por la Naturaleza y su íntima vinculación con el ser humano le llevaban a pensar que una parte de él también partía en el viaje.
Desde entonces, cientos de miles de botellas viajaron surcando océanos y mares. Incluso el fondo del mar guarda en su oscuridad hermosas reliquias de vidrio con sus mensajes de licores, vino, y champagne en espera de ser rescatadas.
La botella encontrada en mar reclama nuestra atención no sólo por sentirnos los afortunados en recuperarla, y estrechar un nexo de unión con quien la arrojó, sino por ser cómplices del secreto que habita en su interior. Su sola presencia en la orilla nos invita a pensar en viajes imposibles y una historia fascinante y…, muchas de ellas lo son.
En 1957 el siciliano Sebastiano Puzzo encontró junto a la playa una botella en cuyo interior había una nota, firmada por un marino sueco llamado Ake, en el que invitaba a todas las chicas que quisieran casarse con hombre rubio y atractivo respondieran a su mensaje. La nota estaba fechaba en 1955. Sebastinao llegó a su casa y le propuso a su hija Paolina que contestara al mensaje como una diversión. Un año después Ake y Paolina contrajeron nupcias. La botella de Puzzo escondía un yerno en su interior.
El caso de la australiana Ellen Baker también resulta sorprendente. En 1962 arrojó una botella con el siguiente mensaje: “Estaría encantada de ser amiga de quien encuentre esta botella”. Además de su dirección, Baker incluyó un sobre y un sello para facilitar la respuesta de quien encontrara la botella. Ocho años después una anciana llamada Mizuki, de la localidad de japonesa de Sanuki, respondió a la petición de Baker y ambas lograron conocerse en 1971. Poco antes de morir, Mizuki le confesó a Ellen que también ella había arrojado una botella al mar pidiendo a la persona que la encontrase vivir una intensidad amistad con su amiga. Seguro que el mar le traería una nueva compañera de charlas ahora que ella ya no estaría.
El Departamento Marítimo de la Marina norteamericana invierte cerca de un millón de dólares en enviar botellas al mar, con microchips incorporados, para estudiar los movimientos de las corrientes oceánicas. Pese al despliegue tecnológico de drones, satélites y globos sondas, las botellas son las que mejores datos ofrecen para los estudios oceanográficos.
Quién sabe si cuando lance este texto al mar vaya a parar a las manos de alguien que también decidió probar fortuna con su botella viajera. Así de caprichosas son ellas.