Valencia Noticias | Redacción.- La tarde nació en Tenerife bajo el signo del sobresalto y desde la contradicción. Y el epicentro de la acción se situó en las inmediaciones del área defendida por Oiert, principalmente nada más descorrerse el telón de un duelo marcado por la opulencia de la Primera División. No hubo balas de fogueo en ese instante de la confrontación. Ni caricias poco significativas. Más bien hubo fuego cruzado por parte del bloque que prepara desde el banquillo Pere Martí. La escuadra tinerfeña no escatimó un gramo de esfuerzo para expresarse con convicción sobre el verde en un intento por acogotar a su adversario. Había una finalidad dual; producir el caos, con el fin de alentar la confusión, y generar una sensación cercana al aturdimiento. Parecía que los jugadores locales cada vez que entraban en contacto con el cuero trataban de lanzar un mensaje diáfano que conllevaba una seria advertencia dirigida a sus oponentes. ‘Aquí estamos y nos jugamos la vida en cada lance de un encuentro que queremos dominar’. La sentencia podría haberla articulado El Choco Lozano. Su figura provocaba convulsiones y achaques en la retaguardia azulgrana. No había grieta por la que no fuera capaz de infiltrarse el hercúleo atacante hondureño en una epifania de partido sangrienta.
El Tenerife cercaba el área de Oier con la fuerza de una manada de elefantes. Y cada aproximación alimentaba la incertidumbre granota para convertir el feudo canario en un hervidero de emociones. No era el paisaje más propicio para reconducir el signo de las pasiones, pero el Levante del presente se manifiesta siguiendo los preceptos de las máximas defendidas por los filósofos de la Antigüedad Clásica. La virtud, el compromiso y la lealtad a una forma de expresión propia son aspectos inquebrantables que acentúan la consistencia de su juego. Es una especie de salvaconducto para guiarse en los instantes de mayor zozobra. Desde otro prisma algo más mundano, el Levante tenía dos opciones ante sí cuando el cronometro todavía no había traspasado la frontera del minuto quince del primer acto; alejarse de la cita o regresar con mayor convicción si cabe. Y no hubo dudas al respecto.
Puestos a escoger, optó por materializar la segunda alternativa. Prefirió resucitar y entrar en el combate con más brío que ver cómo pasaba el tiempo desde una posición de secundario de lujo. Había motivos para enderezar el rumbo y cambiar el sentido de un duelo de raíz arenosa. El Levante pretendía retornar a Valencia con la corona de laurel ceñida a su cabeza como símbolo inequívoco de su condición finalmente adquirida de campeón. No obstante, hubo que mutar muchos aspectos del juego en esa especie de catarsis. El encuentro se convirtió en un laberinto indescifrable para el Levante. El Tenerife era un torbellino en plena ebullición, básicamente cuando cruzaba la línea de medios. El plan parecía devastador por sus efectos y consecuencias. El grupo forzaba agazapado el error del Levante para cercar las inmediaciones de Oier. La velocidad en la transición era una de las claves. El choque propició una batalla sideral entre el Choco Lozano y Róber Pier. El jugador gallego dio dos pasos hacia atrás para cubrir el centro de la zaga.
No hubo tregua, ni tampoco concesiones en la lucha establecida. Róber Pier salió indemne de un desafío repleto de complicaciones. Y no parece fácil parar a un futbolista muy físico que se mueve como pez en el agua cuando se trata de jugar de espaldas con la finalidad de proteger el cuero a la espera de que lleguen los refuerzos desde atrás. Muñiz no tardó en restructurar el equipo. Había demasiados espacios por gobernar. Y demasiadas grietas que siliconar. El medio del campo era un latifundio. La primera medida fue acortar las distancias en ese punto del terreno de juego. El triángulo compuesto por Lerma, Verza y Espinosa cerró filas. El Tenerife perdió puntos de fuga sobre los que solidificar su ascendente. La segunda medida supuso el ingreso de Campaña en el verde. El Levante adquirió más fluidez con el mediocentro andaluz incrustado en la sala de máquinas. Sus movimientos fueron más acompasados y mucho más armónicos en el segundo tramo de la confrontación, aunque quizás al colectivo le faltó un poco de astucia en los metros finales para transformar su dominio en ocasiones tangibles. Rubén acarició el gol en un disparo que rozó el palo de Dani, si bien es cierto que la madera mantuvo la integridad de Oier en la recta definitiva.
CD Tenerife: Dani Hernández; Raúl Cámara, Jorge Sanz, Germán, Camille; Vitolo, Aitor Sanz; Tyronne (Cristo, min. 77), Gaku Shibasaki, Aarón Ñíguez (Suso, min. 59); y ‘Choco’ Lozano (Jouini, min. 87).
Levante UD: Oier; Iván López (Pedro López, min. 70), Rober Pier, Chema, Toño; Verza (Casadesus, min. 66), Lerma; Rubén García, Espinosa (Campaña, min 46), Morales; y Roger.
Árbitro: Javier Alberola Rojas (Comité Castellano Manchego). Amonestó a los visitantes Verza y Rober Pier.