José Antonio Palao.
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló.
Ante los mortíferos eventos cada vez más frecuentes, como el de ayer en Londres, se producen sistemáticamente dos respuestas en la opinión pública: la oficialista –que intenta reavivar la islamofobia y el pánico- y la anti-oficialista –que tacha de inventos del sistema estos atentados y, más o menos explícitamente, sugieren que son provocados por los gobiernos occidentales para inculcar la creencia oficialista en la opinión pública, esto es, la islamofobia y el apoyo a la violencia estatal. Ambos comparten, lo he dicho muchas veces, la misma ontología delirante, la del paradigma informativo. Ambas apuestan por la opinión –el saber compartido objetivamente y nunca subjetivado, nunca pensado por el sujeto- y por la seguridad de que hay una trama secreta reducible a hechos y datos (facts, en inglés), ocultada fraudulentamente por los Estados, y que si tuviéramos todos los datos que el poder nos escatima, tendríamos la verdad y, con ella, el sentido completo del mundo. Delirantes ambas posturas, porque entonces aparece Assange y su simple presenci nos recuerda que todos los data, en la segunda década del siglo XXI, son big, too big. Ahora bien, a la onto-episteme neoliberal, esto -que haya muchos datos- le parece equivalente a que haya muchas revelaciones, obviando que para que algo se revele ha de haber quien lo acoja como mensaje y lo propague. No hay evangelio sin predicadores. Los datos, y cuando son big la cosa resulta aún más evidente, son un saber sin sujeto, un saber que nadie sabe pero que el activista del sharing, tanto como la masa adepta al oficialismo, reputa como ya sabido y, por consiguiente, acepta como prescindible identificar al quién, sujeto del verbo saber.
Pero lo que nos encontramos en casos como el de ayer es algo distinto: es una emergencia de lo real que se disgrega en el exterior de los circuitos de la información y su fantasioso sentido implícito. Si siempre me han parecido rechazables las teorías de la conspiración, no ha sido porque acepte las tesis oficialistas, sino porque considero que la subversión, la quiebra del simulacro por una verdad que nunca estará entera, depende de salirnos de ese bucle fantástico de la información auto-operativa que nos lleva a la impotencia de la conciencia: “¿cómo no se dan cuenta estas masas cerriles?”, acaba preguntándose el probo activista cuando ha divulgado por telegram, whatsapp, facebook, twitter y reddit mil millones de veces entre sus pacientes contactos el link que confirma y demuestra sus sospechas, y sin embargo, estos parecen permanecer incomprensiblemente renuentes a la concienciación por la evidencia. Nota bene, que lo que transmiten no son los datos–too big to share, lógicamente – ni la supuesta verdad que anida en ellos, sino la simplona obviedad de que esos datos dicen que existen, y que alguien los tiene, y que demuestran lo que él/la ha sabido y defendido siempre….
La salida de ese bucle de la impotencia –es mi humilde pensar- pasa por distinguir entre la apropiación informativa y la escucha sintomática. Es decir, por intentar no evaluar desde la norma(tividad) sino interpretar desde la causa. El principal problema es que seguimos proyectando sobre este terrorismo islamista el paradigma del terrorismo urbano clásico, de cariz vertical, organizativo, militarizado y partitocrático del que ETA, tal vez, haya sido el último ejemplo. A este terrorismo se le acusaba, muy racionalmente, de ser irracional, lo que suponía que el acusador, al menos, presumía en el terrorista una racionalidad instrumental sustancializada en el deseo de vencer y, a ser posible, de vivir para ver esta victoria. Pero nada de esta normatividad racionalista funciona ya en el terrorismo suicida actual.
Si hacemos, decía, el simple ejercicio de una escucha sintomática, pasarán a ser obvios otros aspectos que la teoría de la conspiración de raíz informativista oculta. Por ejemplo, que el terrorismo suicida actual tiene en su bagaje mucho más de neoliberalismo occidental que de islamismo. Decía el psicoanalista Jacques-Alain Miller a principios de este siglo –a cuenta del 11S- que el terrorista suicida era un terrorista “angélico”, porque despreciaba su cuerpo en el acto de masacrarse junto con sus víctimas. Pues bien, la figura del terrorista “islamista”, 16 años después, ha progresado mucho. De más está decir, porque ya es de sobras conocido, que muchos, no sé si mayoría, de los efectivos del Daesh son occidentales de nacimiento y formación. No es así extraño que hayamos pasado, en consonancia con los tiempos, del terrorista angélico al terrorista emprendedor. El poder del Islam y la Yanna son “tu-sueño-por-el que-has-de-luchar”, asesorado a ser posible por un coach, figura a la que acaban asimilándose el mulah, el imam, o simplemente el correligionario “radicalizado”.
El lobo solitario se nos aparece entonces como un performer auto-emprendedor que, como tantos en el hemisferio occidental, no ha encontrado patrón que compre su fuerza de trabajo y por ello ha decidido perseguir su sueño de manera autónoma, como alternativa a la exclusión social que le reportaría ser un simple detritus del mercado de trabajo y del mercado de consumo, sobre todo del consumo identitario (ser quien sueño). Sólo, que en vez de pedirle a un banco que llene con un préstamo el vacío patronal, para permitirle subsumir en la forma-empresa su soñado proyecto vital, se ha decidido por que este proyecto le sustancie en un rápido, in-mediato, ingreso en la Yanna. Observamos en él, pues, todos los atributos, comenzando por la impaciencia y la exigencia de anular toda mediación y aplazamiento de la satisfacción, típicos del pro-sumidor post-fordista. El lobo solitario ha pasado a concebir el Islam no ya como una religión, en el sentido clásico, sino como un proyecto de performance virtuosista personal. Es una especie de hipster del más allá. Al fin y al cabo, hipsters e islamistas muestran el mismo aprecio por sus luengas barbas. Todo un síntoma.
Hace unos meses, a cuenta del evento (palabra que me parece más precisa que “atentado” o “ataque” en estos casos) de Niza yo lo intenté explicar de este modo. Pido disculpas –de un modo retoriquísimo, lo admito- por la auto-cita:
“Pues bien, más allá de la cuestión del fundamentalismo religioso y del odio a la democracia y de todas estas cosas que pone sobre el tapete la narrativa occidental anti-islámica, hay muchísimas trazas enunciativas en las performances del yihadismo que nos resultarían reveladoras de su origen, si atendiéramos a ellas. Rasgos característicos que nos explicarían en muchas ocasiones lo que parece el gran misterio para los servicios de seguridad europeos, que es eso que llaman la “radicalización relámpago” (o exprés) de muchos de estos nuevos terroristas. Hay rasgos formales, como la estética de videoclip o de videojuego que utilizan en sus vídeos, que nos hacen entender que este tipo de yihadistas no puede haberse criado en un lugar distinto de un país occidental y que es esa cultura la que los ha preparado para caer rendidos en los brazos de la fe en la pulsión de muerte.
Pero hay más cosas que un enfoque puramente narrativista se niega a ver. Por ejemplo, y es algo que nos tiene muy despistados, esa transición del terrorista proto-psicótico que se amarra una bomba al cuerpo porque no distingue, en el acto de matar, el suyo del de sus enemigos, ni del mundo, al nuevo lobo solitario que ha decidido ceder a la falicización del arma de fuego empuñada, diferenciada de su cuerpo. Es bastante evidente que mientras puede haber hombres y mujeres bomba, este nuevo tipo de terrorismo, más neurotizado, más sometido a la lógica patriarcal del falo separado del cuerpo, es decir, más cercano a la angustia de castración que a la explosión orgánica, es sólo perpetrada por hombres. Ya no muero al matar, provoco que me maten. Una mujer puede explotar, esparcir sus vísceras con las del enemigo. Lo intolerable es que pueda ser penetrada por lo que expele el apéndice empuñado por éste.”
Entiendo, pues, que la fobia al neoliberalismo sería una respuesta más justa y exacta que la islamofobia ante estos eventos post-fordistas anegados de muerte que son los atentados “islamistas”. En cuanto a esa tergiversación informativa que hace pasar lo visible por sentido no hay ilustración mejor que la falsa claridad de ese circulillo transeúnte del encuadre, que se pretende clarificador en este vídeo de la BBC.
Video shows woman falling into River Thames in #Westminster terror attack; she is being treated for serious injuries https://t.co/FJuqZFlFyJ pic.twitter.com/BKujsPhqFj
— BBC Breaking News (@BBCBreaking) 22 de marzo de 2017
Magro, este sustituto de tres al cuarto de un montaje analítico que, en el cine comercial, nos hubiera provisto de una saturación escópica por raccord en el eje (un plano cercano, para los no puestos en la jerga fílmica). Es la base de la ontología iluminista del neoliberalismo: la mostración implica la existencia y la existencia, la verdad. Irrefutable, claro está. Pero tanto como irrefutable, falso. No, no hay sentido porque no hay causalidad del relato en estos eventos, sólo reiteración de una narrativa como simulación de su presencia en el mundo. Mis sinceras (sin intención retórica esta vez) disculpas a quien no le haya parecido apropiado el tono de este artículo. Hace exactamente una semana, por motivos puramente banales, paseaba yo por el Puente de Westminster para ir a echarle una ojeada al mercadillo de libros del Southbank, justo a las puertas del BFI. Me ha resultado aún más siniestro, pues, este atentado de cuyo escenario estuve tan cerca. Así que he preferido exorcizarlo en un tono distinto a la dominante confirmación general del compungimiento. Maneras de vivir. Por la misma razón, en vez del vídeo de la BBC, yo prefiero esta otra imagen que he compartido muchas veces y que está, en mi humilde entender, mucho más cercana a la verdad y, por ello, supone una explicación mucho más precisa de lo que ayer pasó en Londres y de todos los desgraciados eventos a cuya serie pertenece. Tal vez suene a provocación o boutade, pero –honestamente- creo que las religiones han pasado de ser causa eficiente del matar a ser un simple instrumento del capitalismo, que, en efecto, cada vez más se nos revela como otra cosa que la vida.