Jimmy Entraigües
Periodista y escritor
Director deEl Péndulo
1999. Abdel Rahaman vive cerca del Tesoro de Petra, ese hermoso templo construido en el siglo I a.C. cuya entrada deja boquiabiertos a quienes se acercan a ella. Abdel pasa a diario frente al Tesoro, da las gracias a Alá por vivir y disfrutar de esa maravilla y va en busca de su material de trabajo, piedras y arena de colores que el buen Señor ha depositado allí, desde hace milenios, para que él y otros artesanos elaboren bellos recuerdos que los turistas adquieren por unos pocos dinares.
Abdel no sabe su edad. Su rostro ajado presenta tantas grietas y surcos como las paredes de piedra que rodean al Tesoro. Él dice que tiene 43; su mujer asegura que 41 y su hermana dice que 42. Quizás tenga o tuvo todas esas edades, quizás siempre estuvo ahí como los beduinos que pasan a diario desde hace siglos. Algo hace eternamente joven a Abdel, su sonrisa espontánea y su dedicación a la familia y el trabajo. Casi siempre duerme 4 horas, algunos días 6.
Hace años su cuñado lo llevó a la ciudad de Alejandría a vender sus botellas de arena. Abdel recuerda: “Cuando llegué a la ciudad nunca había imaginado que podían vivir tantas personas juntas. Había tiendas en cada rincón y los coches iban y venían de un lado para otro sin sentido. Por la noche todo se llenaba de luces y las estrellas desaparecían de mi vista. En el puerto vi enormes barcos, como edificios acostados, que recorrían el mundo. El Señor es sabio al permitir que los hombres hagan esas maravillas. La gente de la ciudad no es como la gente de mi pueblo, compra cosas innecesarias como relojes, teléfonos, televisores, cámaras de fotografía que los alejan del cielo y de la tierra. ¿Para qué sirve la fotografía del cielo cargado de estrellas si no estás bajo un cielo cargado de estrellas?, ¿para qué sirve ver el desierto en la televisión sino ves el desierto con tus ojos?”, Abdel calla y piensa.
Y continúa: “Estuve 5 días en la bella Alejandría. Hay muchos niños, dinero, mujeres hermosas y demasiados lugares para comer y beber y gastar el dinero. No es bueno gastar el dinero sin saber. Mi cuñado me invitó a comer una hamburguesa y estuve con mucho dolor en mi estómago. Soñaba con volver a probar el buen mujaddara (lentejas con cebolla frita) que hace mi mujer. Durante los 5 días en la ciudad sólo pude vender una botella de arena así que le dije a mi cuñado que volvía a Petra. Él también decidió volver ya que había vendido la mitad de su lana y prefería vender la que tenía a los comerciantes de Suez. Esto pasó hace bastante tiempo y he decidido que nunca más volveré a dejar el suelo de mi pueblo. No cambiaría por nada del mundo mi cueva y mi tienda por las calles de una ciudad. Estaría loco si abandonara los miles de colores que me regalan la piedra y la arena que piso. Alá me ha instalado aquí y si el Señor sabe que hay gente que necesita los barcos y los edificios para vivir es porque el Señor sabe que yo necesito Petra para ser feliz”.
Abdel agarra una piedra rojiza y comienza a partirla dentro de un mortero. Poco a poco el polvo parece casi un líquido inquieto en el recipiente y el artesano sonríe. “En la ciudad nunca encontrarás este milagro de la piedra”, comenta. Una arena gruesa y amarillenta comienza a ser castigada dentro de otro mortero, en unos minutos parece transformarse en puro polvo de oro y Abdel toma una botella y comienza a volcar pequeños montoncitos de arena dentro de ella. “Petra es mi tesoro y por eso estoy aquí”, dice mientras sigue trabajando.