El cartel reproducido anuncia uno de los acontecimientos pirotécnicos más sonados que tuvo lugar en la plaza de toros de Madrid, de la mano de dos acreditados maestros valencianos: Salvador Llorens y Agustín Olmos, hijo y yerno de otro renombrado pirotécnico, Vicente Llorens, alias Ponent.

Se trataba quizá de la primera actuación en gran escala de pirotécnicos valencianos en Madrid.
Se trataba quizá de la primera actuación en gran escala de pirotécnicos valencianos en Madrid. Por eso se anunció por toda la capital como espectáculo extraordinario en homenaje a las tropas procedentes de la campaña de Tetuán, en 1860, tal y como ya se había hecho en Valencia. En este sentido hay que recordar la lápida que recuerda a todos los fallecidos en la lucha y que se halla incrustada en las paredes del convento de Santo Domingo: “A los héroes del bravo Ejército Español”. Por cierto que este lugar y plaza de Sant Domenech, a partir de esta celebración se llamó de Tetuán.
La apoteosis final se presentaba con un grande y hermoso pabellón, fuegos de colores que formaban soles, estrellas, pilastras y diferentes colgaduras.

Volviendo al espectáculo valenciano-madrileño constaba de dos partes. La primera estaba basada en fuegos tipo chinescos (sería por la época una gran novedad). La Fuente Mágica con sorpresa debió ser magnífica. En la segunda parte se representaba un gran cuadro con el mar y los barcos que bombardeaban la ciudad marroquí, representando la gran batalla acontecida. La apoteosis final se presentaba con un grande y hermoso pabellón, fuegos de colores que formaban soles, estrellas, pilastras y diferentes colgaduras. La capital se iluminó. Tembló Madrid.
Una banda de música amenizaba los prolegómenos de la función y la plaza de toros se iluminó para la ocasión con flameros encendidos. Los precios para ver el espectáculo oscilaban entre los dos reales de vellón para la localidad más barata y cincuenta reales que costaba un palco para diez personas. Una curiosidad: los niños que no fueran de pecho necesitaban el correspondiente billete.
El célebre Tio Nelo El Cuheter, de Benimamet, fue el inventor del Coet Locomotora que confeccionó para la Feria de Julio de 1890.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX los artífices valencianos elaboraban fuegos de carácter autóctonos y orientales. Para la historia de la pirotécnica quedaron títulos como: la Gran Dàlia Italiana, Gran Rosa Romana o Cistella Valenciana. El célebre Tio Nelo El Cuheter, de Benimamet, fue el inventor del Coet Locomotora que confeccionó para la Feria de Julio de 1890.
Fuegos griegos, morteretes, petardos, coets voladors, corredors, masclets, lombardas, pirámides, fuegos aéreos y acuáticos, juegos japoneses… jardines del espacio que forman parte del ritual pirotécnico valenciano. ¿Disparamos?

Nota: A.P.R.S. = Archivo Privado de Rafael Solaz
El Cartel Anunciador del Espectáculo y la precisa descripción que Rafael Solaz nos hace del mismo, permite que nos embriaguemos con el inconfundible y penetrante olor de la pólvora, el ensordecedor y trepidante estruendo y la brillante y cegadora luz de tantas y tan diversas variedades pirotécnicas.
El tiempo avanza y la maestría de la Pirotecnia Valenciana no deja de asombrarnos a quienes tenemos la fortuna y el privilegio de contemplarla en nuestra propia tierra, pero también a quienes pueden hacerlo desde cualquier otra latitud de nuestro mundo.
El orgullo de ser valenciano lleva el olor, la luz y el color, pero también el nombre y el prestigio de las Pirotecnias de nuestra Comunidad Valenciana.
BUEN ARTÍCULO DE SOLAZ, COMO SIEMPRE, PERO EN ESTE CASO TAMBIÉN QUISIERA FELICITARA LUNA POR SU COMENTARIO
La Valencia musical, la de sus cientos de bandas, se ha visto complementada por la pólvora que abriendose paso en la noche y bajo las estrellas, crea sinfonías bajo la batuta de unos pirotécnicos cuya tradición, generación tras generación, ha llegado hasta nuestros dias. De la Valencia, tierra de artistas, nos habla Rafael Solaz, descubriéndonos, una vez más, facetas de nuestro pasado. Y en esta ocasión nos traslada, nada más y nada menos, a ciento cincuenta años, cuando el cielo madrileño disfrutó de un concierto en homenaje a los triunfantes y valerosos soldados, que, como no podía ser de otra manera, la pólvora, era el mejor de los obsequios: en este caso musical.