La Fundación Chirivella Soriano y el Consorcio de Museos de la Comunitat rinden homenaje a Sigfrido Martín Begué (Madrid, 1959-2010) con una exposición que le descubre como “auténtico amante” de Valencia y repasa las influencias de esta tierra en su obra. El mundo de las Fallas, el cine, la moda o el cómic son algunos de los temas sobre los que versan sus piezas, todas ellas cargadas de “fina ironía, humor sutil y profundidad ideológica”.
Es precisamente ‘El lado valenciano’ del creador, que han presentado este viernes sus padres, MªCarmen y Antonio, también pintor, junto al comisario de muestra, Vicente Jarque, el director-gerente del Consorcio de Museos, Felipe Garín, y el presidente de la Fundación, Manuel Chirivella. Se podrá ver hasta el 2 de junio.
A los cuatro años pintó su primer cuadro, “una plaza de toros muy picassiana”, ha recordado su madre, y desde entonces, en todos sus trabajos hay “mucho sentido del humor”. “Le gustaba ver la parte graciosa de las cosas”, ha asegurado Mª Carmen, quien subrayado el “amor” de su hijo por Valencia, una ciudad donde ella también vivió parte de su vida.
De su padre, Antonio, le viene la vertiente artística. El pintor ha señalado que el alma de las personas permanece y en el caso de los artistas, además, “pervive en sus obras”. “Así que seguro que aquí, en el Palacio de Valeriola, se encuentra muy a gusto”, ha dicho.
La exposición arranca con ‘El Cid’, una de las esculturas concebidas para inspirar la actuación de los protagonistas del espectáculo ‘Los divinos’ (Madrid, 1993). Creada en el taller del artista fallero Manolo Martín, esta dio lugar a una coreografía de Nacho Duato.
La segunda parte se reserva a la pintura para que los visitantes se den cuenta de que era “un gran pintor”, ha remarcado el comisario Jarque. No solo era un “le pintor de la Movida Madrileña”, como se le suele conocer, ha puntualizado. Sus registros van “mucho más allá”.
Sus óleos presentan personajes (un mono negociante, un ilusionista o un héroe del cómic) ocupados en la tarea de pintar y en su problemática situación, como la que se evoca en ‘La isla de las pinturas’, inspirada en ‘La isla de los muertos’ de Boecklin, o en ‘El entierro de la pintura’, inspirada en El Greco.
Le siguen ‘Las Euromeninas’, una obra también hace en Valencia para el edificio Justus Lipsius de Bruselas, en 2002, con ocasión de la presidencia española de la Unión Europea. Enlaza así con la tradición pictórica (Velazquez) y sus presuntos enemigos (Duchamp).
El cine, una de sus pasiones, se vincula con su amigo Pedro Almodóvar y con la película de Vicente Molina Foix rodada en Valencia, ‘El dios de madera’, en la que colaboró. Precisamente, el cuadro ‘La máquina del cine’ que cuelga en la sala ha sido cedido por el cineasta manchego para la muestra.
También se pueden admirar los muebles que concibió Loewe y como no, su vinculación al mundo de las fallas y ese inolvidable monumento (Pinocho) que creó junto a Manolo Martín para la Falla Na Jornana en 2001.
De hecho, a lo largo de todas sus piezas (pintura, escultura o pequeñas instalaciones) es frecuente que aparezca algún pinocho. Desde políticos, hasta cineastas o los proppios pintores son susceptibles de covnertirse en este personaje al que le crecía la nariz cuando mentía.
“Si viviera en la España actual, la cantidad de narices de Pinocho que sacaría por todas partes”, ha bromeado Felipe Garín.
Para la exposición, que el propio artista Sigfrido Martín planeaba antes de que le sorprendiera la muerte, aunque su intención era mostrar una antología completa de su obra a partir de 2001, se ha editado un catálogo que cuenta con un texto de Vicente Molina Foix.
En la Sala d’Arcs reservada a los jóvenes artistas, la Chirivella Soriano expone ‘The Intervals’, un proyecto del artista Karlos Gil (Toledo, 1984) que propone reconsiderar algunos conceptos sobre la temporalidad y la relación entre presente y recuerdo o idea de pasado.
El creador parte de la idea de que la realidad ha pasado a ser traducida por el arte mediante signos, a mostrarse como un signo más. La posibilidad de recordar y reconstruir un pasado específico y nos capacita para construir un futuro partiendo de lo que ya sabemos que sucederá. Así, genera un marco conceptual que cuestiona la idea del tiempo.
Los diferentes objetos e imágenes que componen la instalación (un mueble diseñado por Ernö Goldfinger, que posteriromente regaló a André Breton; un jarrón formado por cuatro partes que hacen referencia a distintas modelos históricos y un póster basado en la revista científica, donde Stephen Hawking negó la posibilidad de hacer viajes en el tiempo) funcionan como hilos temporales, planteando un juego de posibles combinaciones surrealistas para acercase a la comprensión de la obra.
VLCCiudad/Redacción