José Carlos Morenilla
Analista literario
Hasta entrado el siglo XXI, el control del sexo ha sido una de las constantes que igualaban todas las culturas humanas. Cuanto más sofisticada y desarrollada intelectualmente era esa cultura, más complejos han sido los mecanismos de control de una actividad que, al fin y al cabo, tenemos programada en nuestra herencia genética. Y eso a pesar de que la realidad de la vida que conocemos, con poquísimas excepciones, es que los seres vivos estamos divididos en sexos que necesitan de la actividad sexual para perpetuarse.
El asunto toma tintes de crueldad si tenemos en cuenta que todas las culturas humanas han sido formuladas y regidas por sólo uno de los dos sexos, el masculino. Así las medidas de control se destinaban casi totalmente a la limitación y regulación del sexo de las mujeres. Los hombres en muchas condiciones de jerarquía podían estar por encima de los tabúes, las mujeres, sin embargo, por poderosas que fueran, nunca.
Habrá quien piense que estas reflexiones deben referirse a culturas y pueblos de allende los mares o practicantes del Islam, del que ahora los violentos e integristas iraquíes nos dan otro ejemplo obligando a la castración generalizada de las mujeres bajo su gobierno. Sí, es cierto que en esa cultura el placer sexual a la mujer le está prácticamente vedado y sus relaciones sexuales quedan exclusivamente destinadas a la decisión de sus maridos. Incluso animar a una mujer a mantener relaciones sexuales con un hombre que no sea su marido se considera un delito tan grave que puede acarrear la condena a muerte.
Sin embargo, también en el mundo occidental, cuya cultura nace del cristianismo, la negación del sexo, y sobre todo la negación del sexo a las mujeres es una condición inicial. Durante dos mil años el cristianismo que representa la Iglesia Católica niega que la Virgen María necesitase de relación sexual alguna para engendrar a Jesús, el Hijo de Dios. En esa negación la consideran, pura, sin pecado, sin macha, etc…, de lo que debemos inferir que la relación sexual en la mujer es pecado, mancha, impureza… He tenido la ocasión de escuchar a estudiosos y cultos oradores hablar con prolijas reflexiones filosóficas y morales de la Virgen María y del amor a la Virgen María con razonada y profunda convicción de la ausencia total de sexo o deseo sexual en ese amor. Ese ha sido el referente femenino de la mujer occidental. Y eso, de la misma forma, se reflejaba en las costumbres y legislaciones de los países cristianos. Incluso hoy, en el siglo XXI, en que muchos países han adoptado leyes que protegen la libertad sexual o el matrimonio homosexual, estas modificaciones legislativas lo han sido pensando, en mi opinión, en los derechos de los varones.
La condición universal que permite que el sexo sea lícito y bien visto se circunscribe a que los que lo practican hayan contraído matrimonio o estén dispuestos a hacerlo. El acuerdo omnipresente en este contrato civil es que el sexo se circunscriba al matrimonio, quedando explícitamente prohibido practicarlo con persona ajena al mismo. Los tintes de injusticia adquieren el tono de ofensa contra la mujer cuando se permite que el hombre pueda contraer matrimonio con más de una de ellas, o cuando las legislaciones son permisivas con las infidelidades masculinas y nunca con las femeninas.
La mujer quedaba así circunscrita de por vida a la voluntad sexual de su marido. Incluso se preconizaba por los rectores de la moral sexual que las esposas debían procurar el placer de sus maridos, pero nunca el propio. Su ‘premio’ sexual debía reducirse a la procreación.
No fue hasta superada la mitad del S.XX que poco a poco en los países occidentales se despenalizó el adulterio, se permitió el divorcio promovido por la mujer, y se reconoció como derecho la libertad sexual de las mujeres.
Pero todo eso quedó en los libros. Es decir, en la calle, en la sociedad, la mujer aún debía ser sumamente discreta y mantener en secreto su libertad sexual si la ponía en práctica.
En nuestra España, fue una mujer inteligente y muy valiente, quien irrumpió en el mundo de la cultura y medios de comunicación cuando en 2004 publica Diario de una ninfómana y Paris, la nuit. Se trata de Valérie Tasso. Los libros supusieron un éxito de ventas y un escándalo. Valérie era una joven guapa que había terminado con éxito sus estudios universitarios y que relataba a modo de diario íntimo su vida y sus relaciones sexuales motivadas por su deseo de placer. Incluso confesaba haber ejercido la prostitución con el propósito de conocer las motivaciones personales que llevan a los hombres a recurrir a una profesional sexual. Muchas de sus historias fueron profundamente turbadoras para sus lectores y lectoras. Después vendrían títulos como El otro lado del sexo, Anti-manual de sexo, etc… Valérie apareció en programas de televisión hablando de sexo, con un verbo culto y con capacidad de respuesta ante contertulios o entrevistadores críticos. Reivindicó el placer sexual como algo lícito para hombres y mujeres, proponiendo que las fantasías y comportamientos sexuales extravagantes para la época no eran perversiones sino opciones válidas de la sexualidad. Durante el boom que supuso su irrupción en el mundo del sexo en España, ella continuó su formación hasta acumular Títulos y Masters que la acreditaban como una sexóloga de reputación intachable e ideas libertarias.
La entrevisté en 2006. Su empeño estaba en abolir la perversión; en proclamar la licitud de los deseos y prácticas sexuales raras. Sus libros estaban llenos de ejemplos donde quedaba de manifiesto la inocuidad de esos comportamientos para la salud mental o física. Promovía la igualdad de hombres y mujeres en el sexo y se atrevía a desvelar que también para el hombre resulta placentero el dominio o la iniciativa de la mujer en la práctica sexual.
Pero, como dije antes, todo quedaba en los libros y a pesar de su difusión y admiradores, su revolución ha permanecido circunscrita al mundo de la cultura, del periodismo o de sus admiradores que con ser muchos distan enormemente de ser legión.
La revolución ha empezado ahora, de la mano de sus discípulas. Igual que el amanecer inunda irremediablemente de luz el mundo en que vivimos, Internet y sus cada vez más poderosas herramientas sacará a las mujeres del estado de postración en el sexo en el que han estado sometidas. No habrá predicador o moralista, imán, obispo, o monje que pueda evitar que las mujeres decidan por sí mismas cómo ha de ser su vida sexual. Y ningún hombre podrá evitarlo ni en el orden social ni en el privado.
Y eso no lo van a conseguir mujeres míticas como lo fueron en el pasado Victoria Kent o Clara Campoamor para los derechos sociales o políticos; ni otra Marie Curie que las encumbró en el mundo científico; o Rosalía de Castro; o Virginia Woolf; o feministas como Lidia Falcón; no.
Esto lo van a conseguir las sexblogger´s.
Entrevisté, no hace mucho, por iniciativa de este diario, VLC Noticias, a las dos más importantes de España. Las que más seguidores tienen en sus blogs. Venus O´Hara y Silvia C. Carpallo. Las dos vinieron a Valencia a presentar sendos libros que, con estar correctamente escritos, serían invisibles en el bosque de literatura erótica que puebla nuestras librerías. Lo trascendente son sus blogg´s.
Venus es una joven británica afincada en España, actriz vocacional, que exhibe su cuerpo en bellas fotografías a través de internet y proclama poderosamente que una mujer no alcanzará jamás un orgasmo más placentero que el que se proporcione ella sola. Explica sus experiencias y cómo conseguirlo, y ofrece una enorme variedad de artefactos destinados a provocarlo. Tiene innumerables seguidores y seguidoras, aun cuando para serlo hay que suscribirse y pagar.
Silvia va un poco más allá. Proclama que la mujer tiene derecho a buscar su placer como sea y con quien sea. Propone un sinfín de actividades y comportamientos que difícilmente podrá permitir o aceptar su marido. Cuando le pregunté si, por tanto, el sexo y la fidelidad sexual debían excluirse del compromiso matrimonial, me miró con el mismo espanto que lo haría el propietario de una cacharrería si viese entrar en ella a un elefante: “¡¿Permitir?! Esa palabra no me gusta. El marido no tiene que permitir nada, es la mujer quien decide”. Pero insistí cautamente: ¿esas actividades sexuales son reversibles? ¿Puede uno volver a su rutina sexual habitual después de practicarlas? “Pues la verdad, si la cosa te gusta más, ¿por qué has de volver a lo que no te gusta?” Punto final.
El matrimonio que conocemos ha muerto. Cincuenta siglos de cultura matrimonial, de familias multiparentales, de legislación represora de la mujer en pro de fines ‘más elevados’, han terminado.
Lo que estaba en los libros ahora está en la calle, en los bolsillos y los móviles de todas las jóvenes españolas. La revolución ha comenzado. Internet ha encontrado el explosivo que dinamitará nuestro modo machista de vivir.
Ellas no lo saben, como no lo supo nunca el joven que se quemó a lo bonzo en Túnez y puso en marcha la llamada primavera árabe, pero la bola de nieve que han empujado montaña abajo transformará la vida en el valle del futuro, ese que aún es de lágrimas, las que durante tiempo inmemorial han acompañado la vida sexual de las mujeres.
Señores, y me refiero a los varones, si no quieren ser aplastados dejen paso, la revolución de las sexblogger´s ha comenzado.