Defínase la dermis como la capa de la piel situada bajo la epidermis y firmemente conectada a ella.
San Sebastián, si fuera una piel, tendría una de las epidermis más bellas que conozco. La playa de la Concha, su casco viejo, el Kursaal, el hotel Maria Cristina…, son puntuales ejemplos que decoran una ciudad que parece sacada de una postal recibida con cariño hace ya mucho tiempo.
Una piel limpia, que huele a colonia buena y a crema hidratante que aplicada constantemente hace que al tiempo se le unte de nitrógeno líquido y quede sin posibilidad de hacer daño alguno, apenas unas pequeñas arrugas que le dan si cabe a la urbe, la apariencia de esa madurez atractiva y embriagadora que tanto nos gusta.
Son muchas las personas que habrán ido convirtiendo a esta ciudad con sus decisiones y su oculta labor, en un vivero de experiencias y cultura que se añora y se espera como un viaje irrenunciable, después de cada justiciero y pesado verano. El caso es que a esa piel la han ido cuidando y le han puesto en uno de sus dedos un anillo que le va como un guante: El Festival de Cine más prestigioso de los que celebran en nuestro país. Un Festival que como decíamos es la guinda del pastel, la imagen perfecta del final de una buena película. Uno tiene la sensación de que el Festival se creó incluso antes de que existiera la ciudad y de que decidieron crearla para dar cobijo a la multitud de peregrinos que hasta aquí se desplazaban.
Y aún así; aún poseyendo una de las epidermis más fantásticas que yo conozco, aún así digo, lo más fascinante sigue situándose a más profundidad, en la parte conocida como dermis.
Y en esa dermis de Donosti están los paseos apresurados que nos guían hasta el comienzo de la siguiente película. Están las colas de gente a la que le gusta el cine, como a ti y a mí, y a la que querrías guiñar el ojo disimuladamente para corroborar que pertenecéis a la misma tribu. Están los comentarios agudísimos y sabios de la señora con zapatos parecidos a los de tu madre que cuando termina la proyección, te dejan pensando todavía un buen rato.
Esa dermis que nutre a la epidermis, necesaria y más coqueta, contiene también una caminata tranquila y pensativa por el paseo que bordeando el mar, te lleva del Kursaal a la Concha. Contiene ese andar por el puente de Zurriola que marca un antes, cargado de esperanzas e ilusiones ante la siguiente proyección y un después repleto de sorpresas siempre bienvenidas, confirmaciones las más de las veces y alguna que otra sensación de que te han tomado el pelo, recordándote en esta ocasión lo dificilísimo que es hacer una buena película.
Contiene muchas más cosas, pero brillan esas risas y esas caras de tus amigos que por un breve momento se han fijado en tu memoria para que no olvides que allí estuvieron poteando contigo y que fueron, fuisteis, felices.
Y hablando de cine, porque acordaros que somos lo que vemos, os voy a contar lo que he podido ver.
No le tenía muchas ganas a lo último del aclamado Richard Linklater. Su trilogía me cansó y ‘Before midnight’ me resultó sobre-dialogada y forzada. Recuerdo que no enchufé de nuevo el teléfono hasta que pasó una hora desde que acabó la película. Ya había escuchado suficiente por un rato largo. Pues como os decía, pese a las inmejorables críticas, yo ya le había puesto mi nota de rollete; carne segura de crítico profesional. Pero gracias a Dios, me equivoqué. Me gustó, me gustó mucho. Aquí sí que pude ver y sentir la naturalidad de unos diálogos que ocultan la cámara, un ejercicio de reflexión acerca del paso del tiempo muy interesante y en el que te acompañan los actores a través de diez años, que es el tiempo en el que de forma intermitente se ha rodado la película. Pues muy bien, para empezar, caramelito al canto.
Esa misma noche, ‘Difret’ una película de Zeresnay Berhane Mehari y que como curiosidad produce Angelina Jolie. Pues bueno, eso, un drama didáctico que funciona y que abre una ventana más del mundo al que no siempre nos queremos asomar.
Al día siguiente, el sábado, desayunamos con la nueva peli de François Ozon, ‘The new girlfriend’, curiosa pero llevada artificialmente hacia los extremos de una trama que justo por ese motivo no te llegas a creer. Por la tarde sorpresa. Sorpresa de las agradables y de las buenas: ‘Silent heart’. Película danesa del conocido director Bille August. Reconozco que yo no lo conocía y de ahí mi sorpresa como os contaba. La película es una reflexión acerca del final de la vida. De la decisión de terminar dignamente de una madre ante una cruel enfermedad y cómo afecta esto a los miembros de su familia. Ante tal guion, el resultado daba miedo, mucho miedo. Pero muy al contrario, nos quedamos patidifusos ante un ejercicio de brutal naturalidad, excelentes interpretaciones y en definitiva, buen cine. Muy buen cine. No puedo dejar de recomendaros esta película y en particular la escena donde un magnífico porro de hachís se convierte en el protagonista: delirante.
Y acaba ya esta nuestra primera crónica, con la esperada e ilusionante película ‘La isla mínima’, de Alberto Rodríguez. Era su noche. Lleno hasta la bandera. Mucho figurín en la alfombra roja y olor a estreno con glamour. Pero con eso me quedé. Yo la película no la disfruté. Reconozco que cuando me ponen dificultades para entender el guion desconecto en señal de protesta pero corroboré al salir con mis compañeros que la trama se escapaba por algún agujero escondido en las aguas pantanosas de las marismas donde se desarrolla. Tiene el mérito, nada desdeñable, de crear un ambiente donde ves pulular al mal y de una fotografía espléndida y coherente con el espíritu oscuro y maligno de la historia, pero en ningún momento me emociona, ni me intriga saber quién es el malo, ni sufro; como realmente me hubiera gustado. Una pena.
El Péndulo de VLCNoticias|Nando Ros|Fotos: N.R.