José Carlos Morenilla
Analista literario
Ayer…
A los que ya tenemos una edad por encima de los cincuenta nos da por hablar mucho del pasado. Los jovencitos, sin embargo, se apasionan por el futuro. Miran entornando los ojos y creen vislumbrar lo que pasará mañana. Nosotros les contamos lo que pasó ayer y por un momento se detienen pensativos. Pero sólo un momento; después su pasión por la vida, su refulgente esperanza en un mundo mejor, se impone y sentencian: eso no volverá a pasar. El futuro es una promesa, pero es el pasado el cuaderno de bitácora para alcanzarla.
Ayer, la Edad Media que creíamos superada le dio un zarpazo al futuro. Ayer, las caricaturas de Charlie Hebdo en papel de prensa se convirtieron en una mancha roja sobre el suelo.
Ayer, París volvió a mancharse de sangre. Y no es la primera vez.
Hace mucho tiempo -ya ven, yo a lo mío-, sobre la calles de París se vertió la sangre de Luis XVI y toda su familia. Era una época en que los tiranos gobernaban el mundo y París puso la primera piedra de lo que sería la Democracia y la Libertad venideras. Eso sí, cubierta de sangre esa piedra. Allí nació la primera república moderna. Los gobernantes elegidos por el pueblo. Allí, en las calles de París, el pueblo tomó conciencia de su poder. Y allí, en las bocas de gentes que no sabían escribirlo, nació el grito, el gen, el pasaporte que nos llevó, y aún nos lleva, al futuro: liberté, égalité, fraternité. Un lema que desde entonces resiste las manipulaciones de quienes quieren falsificar ese futuro.
Y hace mucho tiempo en París, también, nació la Carta Universal de Derechos Humanos. Desde entonces los hombres y las mujeres tienen las mismas esperanzas gracias a este sencillo documento que se escribió en francés, no en hebreo, ni en latín, ni en árabe. Y los trileros de las voluntades de los demás, los esclavistas de mujeres sometidas al marido, los propietarios y administradores del “paraíso” de más allá de la muerte, no se lo han perdonado.
Hace ya menos tiempo, y después de que todos los países libres ganaran dos sangrientas guerras para liberarlo, en 1978, (¿les suena? empezábamos nosotros la democracia con la Constitución), pues en ese año, se instaló en París, después de haber sido rechazado en todas las naciones árabes, el Ayatollah Jomeini. Violando abiertamente todas las condiciones de su estatus de exiliado organizó el acoso y derribo del gobernante de Irán, Reza Khan. El sha era el heredero de una de las monarquías más longevas en el poder del mundo, y el Ayatollah tampoco era un don nadie, en sus verdaderos apellidos se encuentra su descendencia directa del Profeta Mahoma y del Septimo Imán Musa-el-Kassim. Jomeini recibió la más esmerada educación coránica que se puede recibir en un estado en donde la nueva religión y el viejo poder convivían por centenares de años. El desencuentro y la batalla comenzó por una cuestión económica, el modernizador régimen del Sha impulsó una reforma agraria que privaba a los clérigos musulmanes de parte de sus tierras. El momento fue aprovechado por Jomeini que veía con preocupación la deriva de libertad intelectual para la sociedad iraní que impulsaba el gobernante.
Así que fue en París donde el Islam, ganó la primera batalla importante al mundo occidental. El Sha fue derrocado y desde París Jomeini retornó a gobernar Irán sumergiéndolo en una dictadura religiosa medieval.
Hoy, París ha recibido el primer pago de agradecimiento.
Desde hace mucho tiempo también, resulta que todos los jóvenes, hombres y mujeres de países musulmanes, (y de otros sitios que no viene al caso), que se encuentran en situación de persecución, desamparo, pobreza, o que simplemente no creen en el futuro de su entorno islámico, sueñan con París; resulta que en la vertiente mediterránea del norte de África, países musulmanes todos, los ciudadanos hablan en francés y sueñan en francés que pasean por las calles de París; y resulta que muchos judíos, cristianos o musulmanes son felices y libres en París.
Y ayer, de nuevo ayer, en París ser argelino, iraquí, negro, mujer, o musulmán no te privaba de ningún derecho, ni te obligaba a creer en ningún dios que no quisieras.
Esa pujanza de la Liberté, Égalité y Fraternité, es ya insoportable para los fanáticos de la esclavitud intelectual y religiosa, pues mientras cuatro iluminados son reclutados por sus organizaciones de captación de estúpidos, miles de ciudadanos de oriente medio son seducidos irremediablemente cada día por París y su lema libertario.
Y hoy, por fin hoy, pese a las balas, con una frase famosa llena de sueños, pese a las amenazas, pese a la sangre vertida en sus calles, yo hoy también proclamo:
siempre nos quedará París.