Jesús Peris Llorca
Profesor de Literatura
Las pasadas fallas por primera vez en mi vida tuve ocasión de asistir a una mascletà desde el balcón del Ayuntamiento de Valencia. He de agradecer esa oportunidad a mi amiga la concejala de Compromís Pilar Soriano. Y realmente es una experiencia que no olvidaré, y no solo por lo espectacular que resulta sentir la vibración de la mascletà desde esa perspectiva privilegiada.
Para empezar, me impresionó el espectáculo de la masa de gente, al otro lado de las vallas, atestando la plaza hasta los topes. Tantas veces había estado yo ahí abajo que me llamó poderosamente la atención la inversión del espectáculo. Porque desde el balcón la masa es el espectáculo. El ojo del cacique distingue a lo lejos pequeños puntos insignificantes que constituyen los figurantes de las fallas, los figurantes de la política, como extras de una vieja película de romanos. Desde el balcón, la ciudad es una pequeña corte, famoseo, vips y falleras mayores, con la gente pequeña, abajo y muy lejos. Es posible entonces robarles sin remordimiento, porque la oligarquía siente muy lejana a esa masa, e incomprensibles e indescifrables sus sentimientos. La corrupción en Valencia -en España- procede sin duda entre otras cosas de ese sentimiento oligárquico y decimonónico de que la ciudad es suya, por derecho de nacimiento y de clase; de que el mundo se divide entre el balcón y la gente que se apretuja al otro lado de las vallas. Y de que estar en el balcón es una cuestión de linaje, de derecho natural.
Me llamaron la atención los jovencitos peperos asomados al balcón de la alcaldía, el inefable Luis Salom entre ellos. Tan jóvenes y tan cool, y ya tenían naturalizada la perspectiva del balcón. ¿Cuántas veces habrían estado ellos al otro lado de las vallas, entre la masa, mirando una mascletà desde el nivel de la calle? La vida era esperar heredar el patrimonio, pasar de asesor a concejal y uno de ellos a alcalde o a alcaldesa. Los transportes públicos, las escuelas públicas, o simplemente la sensación de sentir la calle bajo la suela de los zapatos, para esa multitud indiscernible, entre la cual están esos revoltosos que no se resignan a su condición de figurantes de la vida del poder y se atreven a silbar a la gente bien de toda la vida.
Pocos minutos antes de la mascletà salió ella, la alcaldesa, la cacique, la líder carismática con su carismático peinado. Se hizo un pasillo y ella, con las falleras mayores y sus cortes accedieron a la primera fila. “Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà”. Prodigaba saludos, sin ver apenas a quien saludaba. Recuerdo que me provocó una profunda extrañeza. Por un momento era tan parecida a sus simulacros, que parecía un fake de ella misma, un actor caracterizado con maquillaje y efectos especiales para ser Rita Barberà.
24 años haciéndole pasillo gente diversa, gente que pasaba mientras ella permanecía, engordando su soberbia, su distancia infinita hacia esos puntitos de colores administrados con distancia, a los que se les daba pan y circo, fallas y Copa América, mientras el argumento era otro, era el negocio y el cenáculo de élite, lejos y arriba, inaccesible y remoto. ¿Cuánto tiempo hará que Rita Barberá no ha asistido a una mascletà desde la calle? ¿Lo habrá hecho alguna vez? Qué diferente se debe de ver el mundo desde la burbuja de la élite.
Por eso, lo confieso. Mañana -escribo estas líneas el viernes, 12 de junio de 2015 cruzando los dedos- me emocionaré cuando Joan Ribó, al que conocí hace muchos años, que hace muchos años ya estaba luchando por una sociedad mejor, que llegó como concejal al ayuntamiento hace cuatro años en bicicleta, se convierta en nuestro alcalde y rompa así la sucesión endógama esperada por los cachorros del balcón de alcaldía, porque los supuestos figurantes hemos votado y lo hemos querido y somos más. Y cuando nos devuelva así a la gente del otro lado de las vallas el orgullo de pertenecer a un pueblo que lo ha elegido a él, a la gente de Compromís, de València en Comú, del PSPV, para que las cosas cambien, para que la ciudad cambie, para construir democracia, libertad, y, con humildad pero sin perder de vista el objetivo, justicia social.
Valencia a va a ser mañana una ciudad un poco más luminosa y un poco más habitable. Porque por fin va a tener un alcalde que no la mira desde el balcón con la mirada del cacique. Ojalá que esta vez salga bien. Y lo disfrutemos.