Jeanne Calment, una francesa confirmada como la persona documentada más longeva de la historia, murió a los 122 años de edad. Calment no llevaba una vida de lo más saludable. Si bien que practicó deportes hasta los 100 años, desde los 21 fumaba dos cigarrillos diarios y dejó ese hábito recién a los 120.
Los resultados de una investigación realizada por un experto en genética humana de la Universidad de California en Los Ángeles (EE.UU.), el doctor Morgan E. Levine, sugieren que las personas como Jeanne Calment podrían pertenecer a un “grupo biológicamente diferente” de otros seres humanos.
En un reporte sobre sus estudios publicado recientemente en la revista ‘The Journals of Gerontology’ el científico aclara: “Hemos identificado un conjunto de genes que parecen promover la longevidad. (…) Hay evidencias de que estos genes pueden facilitar el aumento de la esperanza de vida incrementando el mantenimiento y la reparación celular. Por lo tanto, a pesar de que algunos individuos están expuestos a altos niveles de estresantes biológicos, como el tabaco, sus cuerpos parecen estar mejor dotados para hacer frente a los mismos y reparar el daño que causan”.
Según el doctor Levine, los resultados de los estudios sobre los genes de la longevidad encontrados en el genoma de fumadores ancianos podrían ayudar a las personas a vivir más años en el futuro y, sobre todo, sin sufrir enfermedades ni discapacidades.