Interpretaciones mayúsculas
El Péndulo | Jimmy Entraigües.- Cuando aparece la autoría de Ingmar Bergman en una película o una obra teatral, uno ya sabe que va a encontrarse, como mínimo, ante un texto muy atado (y lecturas en varias capas) e interpretaciones muy exigentes. “Son piezas de actor, de mucho esfuerzo interpretativo”, como reconocería la actriz sueca Liv Ullmann, en una entrevista, siendo ella una de las destacadas protagonista de varias de las obras cinematográficas del director.
Conocida en España como ‘Secretos de matrimonio’ (1973), la producción argentina que estrenó el teatro Olympia llega con el título con la que fue bautizada en el país austral: ‘Escenas de la vida conyugal’. Sin entrar en detalles respecto a la mini serie que creo Bergman (que gozó de un rotundo éxito en su país y en toda Europa) y de la que, posteriormente, el propio autor generó una película que volvió a darle un contundente éxito, la pieza conoció diversas versiones teatrales atrapando la esencia y la raíz del conflicto (de ida y vuelta) de un matrimonio que tras divorciarse, continúa manteniendo en el tiempo una intermitente relación.
Bajo dirección de Norma Aleandro (una de las más aclamadas y reputadas actrices argentina que en 1992 hizo pareja escénica con otro gigante de las tablas como Alfredo Alcón), ‘Escenas de la vida conyugal’ se presenta en un formato muy brechtciano, desnudo en su escenografía, en lo que podríamos denominar ‘espacio minimalista’, al tiempo que los propios intérpretes nos presentan las seis escenas en la que se dividen los arcos temporales de las vivencias de los personajes. La postura es clara: es una pieza de actores que deben explorar y exponer el texto a puro pulmón.
La obra se presenta tal y como la concibieron los autores de la versión, Fernando Masllorens y Federico Gonzáles del Pino. Es decir, lenguaje porteño y giros propios de la orilla rioplatense lo que permite que Ricardo Darín y Érica Rivas encuentren el confort y la dialéctica con la que estrenaron la obra en Buenos Aires y…, de alguna manera, logren transmitir al público los matices con el que moldearon sus personajes.
Trasformada en una comedia dramática (la serie y el film invitaban a menos sonrisas), la obra es una auténtica joya teatral. Darín se encuentra cómodo en su personaje, casi identificable al modelo de trabajo que realiza en cine y que tanto ha cautivado por su buen hacer. Si bien su sola presencia en el escenario actúa como reclamo, las primeras escenas no manifiestan el personaje que iremos conociendo después y dejan al actor en el espacio habitual de sus composiciones. Será a partir de la tercera escena (titulada ‘Paula’), en donde vemos ya surgir registros más interesantes de Darín, donde los matices y el corpus del personaje nos ofrecen lo mejor de un actor que crece junto a la obra y lo aparta del estándar cinematográfico. Sí, encontramos su frescura, su naturalidad y todo su capacidad interpretativa pero…, el texto de Bergman movilizan motores interpretativos y el Darín escénico se manifiesta mucho más grande y complejo a partir del tercer cuadro. Basta recordar el soberbio trabajo que realiza en la escena titula ‘Los analfabetos’, donde una agria discusión de la pareja deja ver todo el talento que el actor puede desplegar sobre las tablas (hay que indicar que la función que recorrió España, y que llegó a Valencia, fue aligerada en la pelea a golpes que vive la pareja en su intensa discusión). Acá, Darín, deja bien a la claras que el teatro también es su espacio natural de trabajo y, ¡de qué manera!
Pero toda esta labor interpretativa no recae sólo en la presencia y en las cualidades del actor argentino, Érica Rivas merece ser considerada una auténtica y enorme actriz de teatro. Su composición está cargada de aristas, recovecos, planos íntimos, expresiones de verismo… Su papel es todo un arco de emociones y sentimientos expuestos con una sencillez que desarma. El tándem interpretativo es espectacular logrando un tour de forcé soberbio que lleva al espectador a seguir, con su mirada, cada detalle, cada movimiento. El personaje de Marina es creíble, real y auténtico porque detrás existe el talento de una actriz que le da cuerpo y vida y la hace tan próxima que uno desea tocarla, auxiliarla, quererla. Bien es verdad que existe una retroalimentación en el trabajo interpretativo, uno se crece con el otro, pero no es menos verdad que Rivas aporta todo un despliegue de recursos (tanto en los momentos de apariencia sencilla como cuando se muestra radiante), que demuestran que estamos ante un actriz cuyos trabajos solo se podrán medir en aplausos. Talento y capacidad interpretativa tiene de sobra para regalar.
‘Escenas de la vida conyugal’ no es una obra fácil, pero con una producción perfectamente ajustada, una dirección brillante y una dupla actoral como la que lo interpreta, el precio de la entrada se hace chica. ¡Qué lindo es ver teatro con mayúsculas!