Taller de Martínez Duarte. Cajas de cartón
Once de la mañana en el Rastro o Encant. Ya hacía unos meses que no acudía al mercadillo, por eso lo encontré algo distinto respecto a nuevos vendedores aunque con el mismo género de siempre, la mercancía más humilde, esos tesoros recogidos días anteriores en un contenedor o en el vaciado de una vivienda fallecida. Hay bullicio. Los compradores que más han madrugado ya marcharon. Ahora quedan aquellos que se levantaron más tarde, a los que no les importa que una pieza a precio de ganga se les haya escapado entre las sombras de la madrugada alumbradas por linterna. Al fondo el solar del Ayuntamiento derribado. Mestalla aún no.
Una ajada fotografía de gente trabajando llama mi atención. La tiene un comerciante humilde al que le acababa de comprar una cromolitografía de la patrona del gremio de Soguers. Me dice que se trata de un taller de cajas de cartón y me sorprende el documento de 1962 que muestra relativo a la imagen. Se trata de una donación de la fábrica situada en el bajo de la calle d’En Plom, nº 5, en la que José Martínez Duarte cede el negocio a su hijo José Martínez Franco.
El documento tiene preciosa información, un inventario de la maquinaria y objetos que poseía el taller: una cizalla fabricada en la casa Félix Picó, de Alcoy, dos máquinas de cortar ángulos, una máquina de coser “Ahuerbak” y otra de hacer uñeros, cartón, papel, hilo metálico, estanterías, bancos mesas y otros géneros.
“Que con objeto de evitar entre sus hijos disensiones y disgustos…” justifica el contrato. La madre, Carmen Franco, las hermanas y sus cónyuges también firman. Las hermanas recibirían un importe como compensación y sus padres una pensión vitalicia.
Curioso documento roído de polilla. Siete firmas y una huella (de la madre) resumen el compromiso de un negocio humilde, entrañable. En la zona otros talleres le hacían la competencia: Salvador Balaguer (calle de Guillem Sorolla, 37) o Calatayud (en el nº 3 de la misma calle).
Hoy hemos estado en el lugar. Una puerta de persiana metálica respira abandono. Todo ocurrió una vez en ese barrio de Velluters atrapado por cajas de cartón crudas o estampadas, roídas también por la polilla del recuerdo. Una foto con contrato familiar vendido en ese Encant de primavera.