Rafael Solaz
Bibliófilo e historiador
La presente edición no consta en ninguna biblioteca pública de España
De entre los libros escolares de mi biblioteca siempre me llamó la atención uno de ellos sumamente raro y curioso: El director de la juventud (1846) de Tomás Ballester de Belmonte, del cual sé que era profesor de Humanidades y que escribió otras obras de enseñanza.
Sin duda este tipo de métodos se destinaban a alumnos de escuelas de Valencia, rurales, o colegios no reglados, ya que las obras estaban homologadas por la Instrucción Primaria, lo que hace que este tratado sea sumamente raro y un milagro que se conserve hasta nuestros días. La presente edición no consta en ninguna biblioteca pública de España. La obrita, además, contiene unos grabados xilográficos al gusto de la época.
Pero vayamos a su contenido para saber cómo era la educación en Valencia a mitad del siglo XIX. El librito comienza por un silabario (en letras muy grandes) que servía para aprender a leer y también para ser leído en voz alta y así memorizar el texto. La segunda parte estaba destinada a la urbanidad y comportamiento: Humanidad, Amistades, Recreo, Humildad, Justicia, Verdad, Paciencia, Gratitud… hermosas palabras, admirables temas tratados, un verdadero camino hacia el Humanismo y la conducta social.
En otra parte del libro vemos que habla de los vicios. De entre ellos destacamos la obligación de compartir y no tener envidia de los demás: Cuantos menos bienes tengamos, menos nos costará desprendernos de ellos. Sólo los bienes eternos deben mover nuestras ansias, toda una lección. También se habla del respeto: a los padres, a los maestros, a los mayores y, en general, a todos los semejantes.
Un solo libro bastaba para las primeras enseñanzas de las materias más elementales
Conforme avanza el texto se va reduciendo el cuerpo de la letra y acaba el libro con un tratado aritmético, el conocimiento de los números y las operaciones más básicas. Esta especie de enciclopedia reducida, subsistió como modelo de aprendizaje hasta llegado el siglo XX, en que un solo libro bastaba para las primeras enseñanzas de las materias más elementales. Ejemplos fueron las ediciones valencianas del XIX, como: el Catón de la infancia, El maestro de sus hijos, El Consejero Infantil, El amigo de la infancia, El mentor de la niñez o La epopeya infantil, libros de gran influencia en la educación de nuestros antepasados.