Rafael Solaz
Bibliófilo e historiador
La Valencia del siglo XIX fue rica en festejos de los que hoy tan sólo queda el recuerdo. Sant Vicent era conmemorado en diversos puntos de la ciudad. Esa evocación era promovida por humildes juntas de clavarios que organizaban las fiestas anuales en las calles donde existía un retablo de azulejos con representación del santo. Estos festejos tenían lugar paralelamente a las fiestas organizadas en los altares en los que se representaban los miracles: Mar, Mercat, Tossal… y, posteriormente, Pilar, Seu y El Carme.
La evocación de Sant Vicent era promovida por humildes juntas de clavarios que organizaban las fiestas anuales
Una característica común a la fiesta de cualquier calle era el arreglo de los altares con cañas verdes, alfábega, jazmín o cualquier otra flor y la enramada por tierra de hojas de naranjo y de lirio. En muchas casas se elaboraban según la época xufes i tramussos, fabes bollides, pinyons, ametlles i torrat. La música, las recitaciones, els col-loquis i les cantades de cego, junto a la despertada, albaes y dances acompañadas siempre de tabal i dolçaina.
Una característica común a la fiesta de cualquier calle era el arreglo de los altares
El reparto de la bescuitada tapada por paños blancos también se efectuaba al son de la música. La portaban los festeros en grandes bandejas de madera, casi siempre transportadas por un carrito de mano. Los clavarios aprovechaban la comitiva para solicitar una ayuda económica a veces en forma de rifa: frutos secos o alguna rama de membrillos serían los ingredientes sorteados, los que también subastaban con pujas altas ofrecidas por aquellos que pretendían deslumbrar a su novia.
En los extremos de la calle casi siempre se solían colocar unos arcos de murta que anunciaban la entrada a los festejos
Para el decorado de las calles se confeccionaban cressolets, salomones y tiras de papel de diversos colores predominando el rojo, amarillo, azul y blanco, todo ello sujeto a una cuerda que iba de parte a parte de la vía. En ocasiones, se ponían pequeñas banderas, jeroglíficos y poesías alusivas a la fiesta. En los extremos de la calle casi siempre se solían colocar unos arcos de murta que anunciaban la entrada a los festejos. Por la noche lucían las luminarias de aceite sobre las fachadas de las casas. Los cubres de damasco pendían de los balcones junto a algunos cuadros o estampas.
El poeta de Benimaclet, Eduard Buil (1898-1973), escribía estos versos dedicados al reparto de la bescuitada:
¡Mare, mare, ya están açí!
Sent el repic del tabal
i el xiulit de la dolçaina.
Ya están açí… pujen, pujen.
Es pot passar? Avant senyors.
Açí portem ciri, estampes i tortá.
No volen sentar-se?
No, falten molts per visitar.