Su producción es mucho más sostenible y eficiente que la del ganado
Snacks de gusanos con cebolla ahumada y salsa barbacoa o barritas energéticas con polvo de grillo son algunos de los productos que hoy ya se pueden comprar en España. Se trata de alimentos elaborados a base de insectos, producidos íntegramente en Europa y que, según los expertos, cumplen los estándares de calidad. Si hasta ahora el consumo de insectos por parte de los seres humanos siempre se había asociado a países de Asia, África y América Latina, desde principios de este año 2018 su venta también es apta en los países de la Unión Europea.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), actualmente ya hay más de 2.000 millones de personas que consumen este tipo de alimentos y, de hecho, algunos expertos ya vaticinan que serán los alimentos del futuro por sus propiedades y beneficios nutricionales. Sílvia De Lamo, profesora colaboradora del máster universitario de Nutrición y Salud de la UOC, asegura que los insectos son una fuente alimenticia altamente nutritiva y saludable por su elevado contenido de grasas, proteínas, vitaminas y minerales. De hecho, el consumo de oruga mopane aporta hasta doce veces más hierro que la carne de ternera.
El valor nutritivo varía considerablemente de una especie a otra, y también puede variar dentro de una misma especie según la fase metamórfica, la dieta y el hábitat del insecto. «En general, las tarántulas son muy ricas en proteínas, los grillos en calcio y las termitas en ácido graso omega-9», explica la profesora.
Sin embargo, muchos de estos seres vivos son portadores de un elevado contenido de quitina, una sustancia que actualmente se está investigando por su potencial riesgo para la salud y por las posibles alergias que su consumo puede conllevar. «Es necesario conocer el papel de las enzimas presentes en el tracto gastrointestinal de los insectos, así como su contaminación por microbios y residuos químicos», asegura. También es necesario saber cómo hay que consumirlos, puesto que, por ejemplo, la ingesta de patas de langosta puede provocar problemas de estreñimiento.
No obstante, Àlex Vidal, profesor colaborador de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, no duda de la calidad de estos alimentos a la hora de comercializarlos. «Estos productos pasarán los mismos controles sanitarios de calidad que el resto de productos o, incluso, controles más exigentes por el echo de ser nuevos», asegura.
Iniciativas para combatir los prejuicios
Lo que no es tan claro es si el consumo de insectos tiene cabida dentro de la cultura mediterránea. Según De Lamo, los consumidores europeos sienten «un rechazo frontal y una sensación de disgusto» hacia la ingesta de insectos enteros. A juicio de Vidal, al principio el consumo de insectos puede representar «un contraste bastante acentuado para la ciudadanía» respecto a la alimentación habitual, pero «seguramente los insectos entrarán tímidamente en nuestras costumbres alimenticias hasta ganarse un lugar en la dieta cotidiana», como ya lo han hecho, por ejemplo, los tomates cherry y el aguacate.
«La forma más fácil de introducir los insectos en la alimentación de la población es presentándolos como ingredientes añadidos en las barritas energéticas, las hamburguesas, los pasteles o el pan», apunta la profesora. De todos modos, ya empieza a existir un importante movimiento de expertos que defiende que si se informa a los consumidores de las ventajas del consumo de estos seres vivos enteros, este «será más aceptado por la sociedad».
De hecho, en lugares como Holanda y Estados Unidos ya se llevan a cabo iniciativas para promover el consumo de este tipo de alimentos mediante los bug banquets, en los que los cocineros exhiben platos elaborados con insectos y explican a los consumidores qué comerán y las ventajas nutricionales que tiene cada plato en concreto.
Una fuente de alimentación económica y sostenible
Los profesores aseguran que la producción de insectos tiene mucho menos impacto que la del ganado, ya que emiten muchos menos gases de efecto invernadero. «Mientras que en la producción de 1 kg de proteína de larvas de escarabajo de la harina se emiten cerca de 25 kg de CO2, para la misma cantidad de producción de proteína de ternera las emisiones son de entre 75 y 175 kg de CO2», explica. Otro valor añadido de esta fuente de alimentación es su eficiencia, ya que para convertir el alimento en proteína los insectos necesitan «unas cantidades de alimentos muy menores», en comparación con el resto de especies animales.
De Lamo estima que hacia el año 2050 habrá 9,8 billones de personas en la Tierra, y que el sistema ganadero no será capaz de proporcionar suficiente proteína de origen animal para alimentar a todo el planeta. Vidal asegura que la incorporación de los insectos en la alimentación «puede ser una opción muy buena para luchar contra la desnutrición» en las zonas que no tienen la capacidad, los recursos o el poder adquisitivo para producir alimentos.
«Ya hace tiempo que se están buscando fuentes alternativas de proteína animal, y los insectos tienen un potencial muy elevado, considerando los tres factores fundamentales para la sociedad: la salud, el medio ambiente y la economía», concluyen los expertos.
Los expertos
Sílvia De Lamo
Profesora colaboradora del máster universitario de Nutrición y Salud de la UOC.
Àlex Vidal
Profesor colaborador de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC.