“La Ciudad del Artista Fallero: Del epicentro cultural a un gimnasio low-cost”
Lo que en su día fue un proyecto innovador, la Ciudad del Artista Fallero, hoy parece un polígono industrial cualquiera, pero con menos encanto. Entre gimnasios, carpinterías metálicas y alguna que otra iglesia sij, los pocos artistas falleros que quedan se preguntan si no será mejor mudarse a otro planeta.
A veces, los proyectos más grandiosos comienzan con la mejor de las intenciones y terminan, bueno… como la Ciudad del Artista Fallero de Valencia. En 1962, cuando se concibió la idea de crear un espacio único para los artistas falleros, todo apuntaba a que sería una obra maestra de planificación urbana, una ciudad dentro de la ciudad, donde el arte y la tradición de las fallas encontrarían su hogar para siempre. Pero claro, el “para siempre” no contaba con la inevitable invasión de gimnasios de crossfit, carpinterías metálicas y templos religiosos que parecen más ocupados que los propios talleres falleros.
El glorioso pasado: Ciudad del Artista Fallero, una utopía cultural
Viajemos por un momento al pasado, concretamente a los años 60, cuando en Valencia se empezó a gestar lo que sería la primera ciudad temática de España (sí, mucho antes de que los parques de atracciones y los centros comerciales temáticos fueran lo más). La Ciudad del Artista Fallero no solo prometía agrupar a los artistas de las fallas, sino también ser un símbolo de la cultura y el arte valencianos. Se levantaron naves, se establecieron talleres, y parecía que todo iba viento en popa para convertir este distrito en el epicentro de la creación artesanal fallera.
Durante un tiempo, funcionó como estaba previsto. Los artistas tenían su espacio, las falleras mayores paseaban orgullosas por los talleres, y todo el mundo aplaudía la iniciativa. Pero, como suele pasar, con el paso de los años las cosas empezaron a torcerse, y lo que comenzó como un sueño compartido, terminó siendo una pesadilla inmobiliaria. Ahora, si preguntas a cualquier artista fallero sobre la Ciudad del Artista Fallero, es probable que te recomiende visitar la sala de pesas del gimnasio de la esquina, porque en términos de producción fallera… queda más bien poco.
La cruda realidad: la “dinamización” que nunca llega
No hay mejor forma de resumir lo que ha sido la evolución de la Ciudad del Artista Fallero en los últimos años que con la palabra “abandono”. Y no es una metáfora exagerada, no. Si en su día esta ciudad era el corazón palpitante de la creación de monumentos falleros, hoy parece un escenario sacado de una serie post-apocalíptica, solo que en lugar de zombis hay clases de spinning y carpinterías metálicas.
En 2015, en lo que parecía un esfuerzo desesperado por salvar el proyecto, el Ayuntamiento de Valencia lanzó un plan de dinamización. La idea era revivir la Ciudad del Artista Fallero, detener el éxodo de artistas a naves más amplias y modernas en otros polígonos de la ciudad, y traer de vuelta la esencia creativa de las fallas. Se hablaba de procesos de participación ciudadana, propuestas vecinales, y un futuro brillante. ¡Qué emoción! Lástima que, como todo buen plan que se precie, los resultados han tardado tanto en llegar que muchos ya ni recuerdan que existía tal proyecto.
Nueve años más tarde, estamos en 2024, y lo que se ha hecho hasta ahora es… ¿mejora paisajística? Claro, porque todos sabemos que lo que realmente necesita la Ciudad del Artista Fallero no son más artistas o talleres, sino más flores y árboles. Y mientras tanto, las naves siguen vacías o, peor aún, ocupadas por negocios que nada tienen que ver con el arte fallero.
Gimnasios, carpinterías y templos: el nuevo trío cultural
Ah, sí. La Ciudad del Artista Fallero de hoy día es un reflejo de la adaptabilidad valenciana. ¿Qué hacer cuando los artistas falleros huyen despavoridos en busca de alquileres asequibles y talleres con aire acondicionado? Pues nada, llenar esos espacios con todo tipo de negocios. Si te das una vuelta por Benicalap, te encontrarás con gimnasios, carpinterías metálicas, talleres mecánicos, e incluso una iglesia sij. ¿Fallas? Pocas. ¿Cultura? Depende de cómo lo veas. Ahora parece más una versión valenciana de un polígono industrial genérico, pero con algún que otro cartel fallero que se resiste a morir del todo.
¿Y qué pasa con los artistas que aún siguen allí, como Gabriel Sanz y José Latorre, que llevan más de 40 años resistiendo? Pues que cada vez lo tienen más difícil. Los precios de las naves son prohibitivos, y las autoridades, que parecen estar más interesadas en los problemas paisajísticos, no han hecho nada por ayudar a que estos artesanos puedan continuar con su labor. Lo que empezó como un refugio para el arte se ha convertido en un espacio hostil para los propios artistas. Y los que han quedado no hacen más que echar tierra sobre lo que fue, según palabras de Sanz: “una ciudad enterrada”.
Ayudas que se quedan en el aire (como los proyectos)
A estas alturas, parece que el único rescate posible para la Ciudad del Artista Fallero es que algún mecenas millonario decida comprarse todo el barrio y transformarlo en una nueva Disneylandia fallera. El presidente del Gremio de Artistas Falleros, Paco Pellicer, insiste en que la solución pasa por conceder ayudas directas a los artistas para que puedan permitirse alquilar las naves que aún quedan vacías. Pero, por lo que se ve, conseguir esas ayudas es más complicado que una mascletà en pleno diciembre.
La propuesta es clara: facilitar a los artistas falleros espacios asequibles para que puedan regresar a la ciudad que se creó para ellos. Pero claro, con los alquileres por las nubes y la competencia desleal de negocios mucho más lucrativos (porque aparentemente los valencianos ahora prefieren levantar pesas que ninots), parece una batalla perdida.
El futuro de las fallas: ¿en un centro comercial?
Es triste, pero real. Las fallas, reconocidas como Patrimonio de la Humanidad, corren el riesgo de ser recordadas por su glorioso pasado, mientras su epicentro creativo se convierte en un espacio donde lo único que se levanta son mancuernas y vigas de acero. ¿Podemos imaginarnos un futuro en el que los artistas falleros tengan que desplazarse a centros comerciales o polígonos lejanos para construir los monumentos que definen la identidad de la ciudad?
Si no se hace algo pronto, la Ciudad del Artista Fallero podría convertirse en una triste nota a pie de página en la historia de Valencia. Y no es solo cuestión de nostalgia o de salvar la memoria de lo que fue, sino de preservar el corazón cultural y artesanal que dio origen a las propias fallas.
Reflexión final: ¿y ahora qué?
Así que aquí estamos, 2024, y la pregunta que todos (o al menos, algunos) nos hacemos es: ¿cuánto tiempo más seguirá la Ciudad del Artista Fallero en esta especie de limbo? Con promesas que se alargan, artistas que se marchan y nuevos ocupantes que poco o nada tienen que ver con las fallas, el futuro pinta complicado.
Pero claro, siempre queda la esperanza de que, en algún momento, las administraciones locales se den cuenta de que un gimnasio puede estar bien para ponerse en forma, pero que lo que Valencia realmente necesita es un espacio donde el arte fallero vuelva a tener el protagonismo que se merece. ¿Será este el año del cambio? ¿O seguiremos hablando de este abandono en 2030, mientras se inaugura el séptimo gimnasio en la ciudad?