Podía ser 1910. Tal vez, pero no importa. La escena irrumpe en un día de campo, sol y montaña. Una excursión sirve de pretexto para adivinar el momento de solaz. Un grupo formado por veintiún hombres y un niño. ¿Qué celebraban? Tampoco importa demasiado. Sin duda la pose humorística rebosando amistad. El personaje de la guitarra asemeja un ciego oracionero que quiere contarnos la escena, nostalgia de romancero antiguo. En la parte superior uno de los hombres tiene en la cabeza un colador, signo de la locura. Los pañuelos, las fajas, las gorras y sombreros tapan los sueños, el momento de entusiasmo y felicidad. Un cántaro metálico destila el sonido de los pájaros. El color sepia de la imagen invade el verde y el ocre quemado del monte que sirve de fondo. Mientras, otro hombre de cabeza gacha, absorto, parece ocultar su secreto. El niño se convierte en heredero de las vidas.
El personaje de la guitarra asemeja un ciego oracionero que quiere contarnos la escena, nostalgia de romancero antiguo.
Orriols, años 50. Fiestas a San Jerónimo en una barriada embutida de nuevas edificaciones. Una calle, de las pocas que tiene la antigua población, recoge el rincón de la amistad. Nueve hombres, nueve amigos formando el momento nostálgico. Uno de ellos, con blusa de socarrón huertano, recuerda los campos plantados de coliflores y cebollas donde los pájaros invadían universos floridos, de agua, tierra y aire. Observando sus caras todos parecen querer hablarnos, contarnos sus vidas. La característica puerta del fondo nos quiere hablar de otras existencias que permanecen en su interior. Tres gorras y dos cigarros dan para mucho.
Uno de ellos, con blusa de socarrón huertano, recuerda los campos plantados de coliflores y cebollas donde los pájaros invadían universos floridos, de agua, tierra y aire.
Ocho amigas ataviadas de labradoras valencianas, sin duda, en espera de la fiesta. 1930 todavía sin guerra. Mujeres de mejillas iluminadas reflejando el sonrojo ¿Dónde están sus sonrisas? ¿Porqué ese semblante temido si todo es festivo? Pañoletas y delantal forrado de lentejuelas que brillan, como sus ojos. Flores coloreadas acompañan las faldas que contrastan con el negro de sus corpiños. Collares de cortas y largas cuentas, peinetas altas o bajas, siembran el desconcierto en la rica indumentaria. Y de nuevo el fondo como telón pintado de jardín soñado.
Mujeres de mejillas iluminadas reflejando el sonrojo ¿Dónde están sus sonrisas? ¿Porqué ese semblante temido si todo es festivo?
Tres fotografías, treinta hombres, ocho mujeres y un niño, balance de treinta y nueve vidas contadas por imágenes de color sepia amortecido o el blanco y negro iluminado por las sombras. El monte, la puerta y el jardín pintado sirven como fondo de ese escenario de recuerdos y amistad. Romance de tres fotografías rescatadas. Las estrellas duermen, todavía.
A. P. R. S. : Archivo Privado de Rafael Solaz