Celia Dubal
periodista
Anda la comunidad televisiva (entiéndase, los analistas profesionales con minutos y columnas y los aficionados con 140 caracteres, generalmente) algo revuelta (y algún que otro estómago también) por un programa de Televisión Española llamado ‘Entre Todos’.
Básicamente, el formato consiste en que personas con ciertas necesidades económicas -concretas o generales- expongan su caso en el programa pero desde su casa, quizá con el objetivo de que todos confiemos en la veracidad de sus palabras calculando el valor y la antigüedad de aparadores y mesas camilla.
Una vez explicada y detallada la ‘mala racha’ del protagonista, la peculiar presentadora da paso a llamadas telefónicas de bienintencionados espectadores dispuestos a donar dinero a estas familias.
Haciendo un extremo ejercicio de benevolencia querría pensar que los artífices de ‘Entre Todos’ pretendían poner en valor el carácter solidario del que seguro puede presumir la sociedad española.
Sin embargo, y a sabiendas de que se disculpará mi escepticismo, creo que su objetivo va más allá de la simple celebración del altruismo.
‘Entre Todos’ es un programa empeñado en vendernos las bondades de un modelo de sociedad basado en la caridad; un modelo en el que el reparto de la riqueza consiste en arrojar las migajas del festín a los que no fueron invitados; un modelo donde el excluido jamás será integrado, donde el pobre jamás prosperará, donde la clase media-baja deberá supeditar su futuro a la buena voluntad de los que más tienen; un modelo que anula la voluntad, la libertad y hasta la dignidad del que se ve obligado a aceptar el dinero de otros porque es lo único que le ofrecen cuando le han dejado sin oportunidades.
Y aún clama más que este modelo se fomente y difunda desde una televisión creada y definida como servicio público, porque el hecho de que la caridad haya alcanzado el estatus de servicio público se me dibuja como un tiro certero al centro del estómago del Estado del Bienestar.
Lejos ya del modelo keynesiano, el Estado del Bienestar ha tejido una red de protección social desarrollada y alimentada durante años y convertida en Seguridad Social, prestaciones por desempleo, becas de estudio, pensiones, subvenciones… y cuyos pilares carcomen estrategias comunicativas como la de TVE y su programa vespertino que, entre lágrimas y albricias, intenta beatificar un modelo en el que son los hombros de los ciudadanos y empresas privadas los que soportan la responsabilidad de ayudar a personas cuyas necesidades deberían de estar cubiertas por el Estado.
Y ya se sabe que, si uno acepta las delegaciones suavemente y de buena gana, el que delega puede, tranquilamente, lavarse las manos y dedicarse a otros menesteres como, por ejemplo, cubrir las necesidades de bancos y cajas con dinero público. Por algo se empieza.