Celia Dubal
periodista
Cómo añoro aquellos tiempos en los que llegabas al colegio, el instituto, la universidad o el trabajo y todo el mundo había visto la misma serie o película la noche anterior (vale, no todos, siempre ha habido ‘alternativos’ aunque entonces no se llamaban hipsters… creo). Y (¡ojo!) de las series se emitía un capítulo al día y un día a la semana. Podías comentarlo sin miedo a represalias por desvelar algún detalle relevante de la trama porque, el que no lo hubiera visto, ya nunca jamás lo podría ver.
Sí, hablo de aquellos días felices y tranquilos en los que no había televisión digital terrestre, ni por cable, ni conocíamos la existencia de internet, ni de Kim Dotcom (probablemente, ni de Nueva Zelanda) ni de nada que alterara nuestra rutina y nos creara una sensación tan frustrante de desconexión con el mundo que nos rodea como la que hoy sufrimos, paradójicamente.
Y es que no estar al día con todas las series, se emitan o no en España, que están de moda es una pequeña condena social. Reconozco mi absoluta y preocupante falta de organización que a penas sí me deja tiempo para hacer cualquier cosa que no tenga que ver con el trabajo, las tareas de casa o el cuidado y disfrute de mis perros, pero aún teniendo todo el tiempo del mundo, sería incapaz de alcanzar el nivel de dedicación de los serieadictos practicantes.
De veras, me asombran. A veces creo que no han visto todas las series de las que hablan si no que han leído los resúmenes que corren por internet para no parecer bichos raros en las reuniones sociales. Porque, claro está, esta gente, además de tener tiempo para ver las series (todas) tiene tiempo de confraternizar con sus semejantes para dejar claro que ha visto las series y que tiene una opinión bien formada sobre cada una de ellas (ni que decir tiene que, además, ha leído críticas, visto vídeos inéditos, making off y entrevistas con los actores, guionistas y directores).
El caso es que esta moda hace que te sientas, con demasiada frecuencia, “fuera de lugar”. Ya no sólo es que evites las conversaciones sobre esta o aquella serie porque no la has visto (a veces, ni si quiera has oído hablar de ella), si no que se cuelan en otro tipo de conversaciones a modo de bromas, ocurrencias o alegorías apelando a un imaginario colectivo que, visto lo visto –nunca mejor dicho- cada vez es más individualizado.
Esa es, como decía antes, la paradoja de internet: el invento definitivo para estar conectado y, a la vez, el arma perfecta para aislar a cada individuo en su propio mundo. Si entre la infinidad de información de que disponemos en la red escogemos el camino equivocado (¿qué se yo? si descargamos la serie completa de ¡Menudo es mi padre! en lugar de la aclamada Boardwalk Empire, por ejemplo) podemos despedirnos de nuestra vida social.
Así que sí, abogo por que la gente solo vea las series que se emiten en televisión. Un capítulo a la semana. Todos al mismo ritmo, sin miedo a spoiler o a quedar desfasado porque tu compañía de internet te ha dejado tirado dos días y no tienes más remedio que cambiar de amigos porque nunca jamás los volverás a entender ni ellos van a integrarte, no por falta de cariño, si no por falta de tiempo: ¡tienen capítulos que ver!