En Valencia los antecedentes de raciones de comidas para los más necesitados están documentados desde la época medieval. De la “sopa boba” en los conventos a las almoines o limosnas en establecimientos religiosos, se pasó a centros donde también se repartía comida y ropa, dando lugar a toda una organización de locales caritativos que tomaban más protagonismo en tiempos de guerra y crisis económica. Ejemplos que quedaron en la ciudad fueron las calles de la Almoyna y Caridad.
Toda una organización de locales caritativos tomaban más protagonismo en tiempos de guerra y crisis económica.
Una forma de reglamentar estas ayudas fue establecer unos registros de “pobres de solemnidad”, un padrón que estaba regulado por las instituciones municipales. Ya en el siglo XIX, entre otros, tenemos un ejemplo en el ‘Salón de Racionistas de la Gran Asociación Virgen de los Desamparados’ (calle de Blanqueries), donde se repartían raciones de comida a los más necesitados.
Una forma de reglamentar estas ayudas fue establecer unos registros de “pobres de solemnidad”, un padrón que estaba regulado por las instituciones municipales.
En la guerra civil se incrementaron las ayudas por medio de vales de racionamiento. Desde los economatos sociales se repartían alimentos a una ciudad atemorizada por los bombardeos y preocupada por la escasez de productos básicos y de mayor necesidad. Vales por un trozo de tocino, una ampolla de aceite, latas de sardinas, pan de centeno, tazón de harina, de arroz, de alubias, 90 gramos de azúcar (uno de los productos más escasos), fueron alimentos que quedaron reflejados en unos impresos, con sello oficial, de apenas diez centímetros.
En la triste y larga posguerra, marcada aún más por la citada escasez, una orden ministerial de 1939 aprobó las cartillas y cupones de racionamiento…
En la triste y larga posguerra, marcada aún más por la citada escasez, una orden ministerial de 1939 aprobó las cartillas y cupones de racionamiento, que es el tema principal que ahora tratamos. En principio estas libretas fueron familiares para después pasar a ser individuales. Las había de 1ª, 2ª y 3ª clase, según la importancia, no sabemos si del beneficiario o del producto.
Es en esta época cuando aparecieron las largas colas sobre los puntos de reparto establecidos. Podía pasar que uno o varios de los alimentos se agotaran rápidamente. Y es que entonces se hablaba de la corrupción de los “distribuidores” que “repartían uno y se quedaban dos”, decían. Otros vendían sus cartillas, sobre todo las de tabaco. Ello dio lugar a la aparición del estraperlo y el estraperlista que vendía los productos a precios abusivos o los cambiaba por joyas y enseres, aumentando así su desproporcionada ganancia.
Desventura repartida en unas cartillas con cupones de hambre y miseria. “Cerdos averiados” para paladares “selectos” de pan y tristeza ¿Volverán?
Nota. A.P.R.S.: Archivo Privado de Rafael Solaz