Hoy en día todavía subsisten prácticas que forman parte del costumbrismo. Se hace obligada la visita al cementerio el día de Todos Los Santos, llevando flores y aprovechando para arreglar las lápidas y los nichos de sus seres queridos. Antiguamente mucha gente iba a rezar a los cementerios aunque no tuviera enterrado ningún familiar ni amigo. Tan sólo lo hacían como acto de piedad y de devoción hacia los difuntos. Ir a visitar y rezar a los cementerios parroquiales era casi obligado. A partir del siglo XIX el camino de Jesús se llenaba de tartanas en dirección al Cementerio General para honrar así a los seres queridos, a pesar de que con el pretexto de engalanar las sepulturas amb llums, fanals i flors, se organizaba alguna que otra merienda en los campos inmediatos.
A partir del siglo XIX el camino de Jesús se llenaba de tartanas en dirección al Cementerio General para honrar así a los seres queridos.
También fue costumbre en las familias que habían perdido a un ser querido durante el año, llevaran al cementerio unallantiaogresoletde aceite que hacían quemar durante todo el día.
También fue costumbre en las familias que habían perdido a un ser querido durante el año, llevaran al cementerio una llantia o gresolet de aceite que hacían quemar durante todo el día. Se podía calcular el número de difuntos de aquel año por la cantidad de las que permanecían encendidas. También, decían los marineros, que en la noche de Tots Sants navegaba una siniestra embarcación con las velas negras tripulada por toda la gente del mar que había muerto ahogada durante el año anterior.
En recuerdo de los fallecidos no sólo se encendían las luminarias en las iglesias, sino que también lo hacían los familiares en sus domicilios con velas y las típicasminetes.
En recuerdo de los fallecidos no sólo se encendían las luminarias en las iglesias, sino que también lo hacían los familiares en sus domicilios con velas y las típicas minetes. También había costumbre, en las casas del finado que tenían carroza, que fuera ésta enlutada tras la carroza fúnebre, con las luces de los faroles encendidas y lazos negros en las guarniciones, en las portezuelas y en el látigo del cochero. Y la de tener cerradas las dos hojas del portal de la casa mortuoria, dejando sólo abierto el postigo en los primeros meses siguientes a la defunción; posteriormente se cerraba sólo una de las hojas. Por el tiempo, también desaparecieron los postigos de las puertas en las modernas construcciones, y aunque siguió la costumbre de cerrar media puerta hasta mediados del siglo XX, este acto se hacía por un plazo corto, un día o dos a lo sumo.
Días de luto, de puerta entreabierta al dolor, de iglesias con crespones negros. Días de flores y minetes encendidas, evocaciones hacia el ser que marchó. Como las flores de una hija, llamada Libertad, a su padre Vicente Blasco Ibáñez.
Nota: A.P.R.S.= Archivo Privado de Rafael Solaz