Jaime Pérez de Valencia y su cerebro incorrupto
El religioso agustino fray Jaime Pérez (Ayora 1408-Valencia 1491) ingresó en el antiguo convento de San Agustín, fue prior de dicho cenobio y llegó a ser obispo auxiliar y doctor en Teología y Derecho impartiendo clases en el Estudio General de la ciudad. Escribió diversas obras entre las que destacan Comentarios a los Salmos de David (1484), Tractatus contra iudaeos ó Expositio in cantica canticorum Salomonis (1486)…, entre otras.
A su muerte fue enterrado en la cripta del citado convento que, como ya es sabido, estuvo ubicado junto a la actual iglesia de San Agustín, en el área donde hace décadas se instaló el antiguo Mercado de Abastos y ahora se hallan los jardines recayentes a la calle de Guillem de Castro.
Tras la desamortización de Mendizábal, en 1836, el convento fue exclaustrado y convertido en prisión, permaneciendo esta cárcel hasta 1904 coincidiendo con su derribo. Hoy en día del recuerdo de este monasterio sólo queda su iglesia.
Pues bien, en 1610, el arzobispo de Valencia Juan de Ribera mandó que se hiciera un informe sobre la vida y virtudes del fraile. Uno de las acciones que tuvieron lugar fue el descubrimiento de su sepulcro con tal de adecentarlo tras haber pasado más de cien años.
Al destapar la losa observaron que la cabeza del agustino se hallaba “desmenuzada” pero al observar su cráneo, los sesos permanecían tan frescos que recogiéndoles en un lienzo, le dexaron todo mojado, demostración (al parecer) manifiesta de lo mucho que agradaron a Dios los trabajos de su entendimiento, cuyo principal órgano quiso conservar con tan prodigioso milagro.
Estos apuntes históricos fueron relatados por el historiador coetáneo Gaspar Escolano y, apoyado en éste, también lo escribió Francisco Ortí de Figuerola en su obra Memorias históricas de la fundación y progresos de la insigne Universidad de Valencia (1730).
Este insólito y singular suceso, con tintes milagrosos, carece de rigor científico, pero amparado en el aspecto religioso, sí “se producían estas apariciones” que siempre tenían un componente milagroso y servían para, posteriormente, glorificar a los protagonistas.
Muy lejos del convento de San Agustín, en Monteolivet, queda la calle dedicada con el título de “Obispo Jaime Pérez de Valencia”. Más lejos, quizá en el infinito celestial, deben de estar sus sesos “frescos” que un día fueron colocados en el lienzo que recogió el portentoso hallazgo.