Lydia Baltazar
Abogada y Máster en Relaciones Humanas
Hace un tiempo pasé por Barcelona, que ahora queda a tres horas de casa y a unos cuantos euros en peajes. Me gusta Barcelona, la conozco, no tan bien como a Madrid que adoro excepto en verano, pero la puedo cómodamente caminar sin plano.
Volviendo a mi visita a la Ciudad Condal como se le dice, esta vez entré en algunos edificios gaudianos, entre ellos: La Sagrada familia, el Parque Guell y la maravillosa y única Casa Batlló. Puedo transmitir que, no sé si fue el efecto del audio guía, con una música algo melancólica, o qué pero se me resbalaron algunas lágrimas recorriéndola.
Gaudí, quien murió viviendo en la frugalidad y austeridad más extrema a pesar de que era ya un arquitecto reconocido, diseñó la restauración de este edificio para la Familia Batlló en el Paseo de Gracia.
El entrar al vestíbulo me transportó a un plano sencillo y lúdico; la barandilla de la escalera interna del edificio se asemeja a la espina dorsal de un gran animal que no vemos pero que está en alguna parte del edificio. Todavía no sabemos bien dónde ni de qué animal se trata, pero Gaudí nos provoca con este anticipo juguetón que involucra al visitante en su curiosidad de niño. Este tono de misterio no genera ansiedad sino lo contrario: inocencia, deseo. Sigo subiendo y recorriendo las estancias.
Mi entrega a las sensaciones suele ser fluida; esta vez la experiencia valió ampliamente la pena. En todo el edificio no hay líneas rectas, los colores son sensibles y medios y las dimensiones amables.
Los azulejos del maravilloso patio interior en su gama de azules marinos, y, hasta la intensidad de una luz graduada resulta palpable. Sigo metiéndome por ella, la atravieso sigilosamente a la espera de descubrir algo aún mejor. Dan ganas de tocar sus maderas suaves como besos.
La terraza nos revela algo del misterio inicial: un cuasi dragón amigable nos seguirá cuidando durante el sueño.
Pensé en la Casa Batlló ayer al mediodía cuando me bajé en el metro estación Alameda para caminar hasta el Palau de les Arts de Santiago Calatrava, conocido admirador gaudiano. Lo recorro. Es un edificio arrogante, pretencioso, desproporcionado, carísimo, incómodo, frígido.
Vuelvo a Gaudí y al amoroso modo de pensar a un otro…