Entre 1936 y el final de la dictadura, miles de españoles de todo género, clase social e ideología fueron privados de su libertad en una represión tan sistemática como indiscriminada. La escritura de cartas se convirtió para los prisioneros “en el alimento anímico fundamental que permitió a quienes sufrieron cautiverio y a sus seres queridos superar esa experiencia, hacer frente al miedo y a la angustia, a la desesperación y a la locura, mantener la identidad, crear una memoria”, asegura Verónica Sierra, profesora del departamento de Historia y Filosofía de la Universidad de Alcalá y autora del estudio “Cartas presas” (editorial Marcial Pons).
Las cartas con las que ha construido “Cartas presas” las fue encontrando esta historiadora especializada en las comunicaciones escritas en la Edad Contemporánea en lugares muy distintos; desde archivos públicos, como el Centro Documental de la Memoria Histórica o el Archivo Histórico Militar de Guadalajara, hasta archivos privados, donde numerosas familias conservan las cartas que recibieron o enviaron a prisión a sus seres queridos. Una parte significativa de la documentación la buscó en los llamados archivos de la escritura y de la memoria popular (www.redaiep.es).
Muchas se centran en el estado de salud, en cómo se encuentran las propiedades y negocios, en cómo van las cosas en casa, el trabajo o la escuela
Sierra recopiló miles de cartas, pero para el estudio seleccionó unas 1.500, que abarcan desde 1936 hasta 1975. Hay muchas características comunes en ellas, tanto en su forma como en su fondo, “pero si tuviera que destacar alguna sería, más allá de las diferencias ideológicas existentes entre presos de izquierdas y de derechas, la necesidad de escribirlas que los presos y sus familias tuvieron”.
Canto a la libertad
Son muchas cosas las que los presos y sus familias se cuentan en las cartas, aunque en su mayoría, y debido a la censura carcelaria, se centran en el estado de salud, en cómo se encuentran las propiedades y negocios que tienen, en cómo van las cosas en casa o en el trabajo o en la escuela en el caso de los hijos, en cómo administrar el dinero, en si necesitan comida o ropa, en qué tiempo hace, en qué gestiones han de realizarse para poder obtener avales que consigan reducir la condena, etc.
Cuando las cartas son de carácter clandestino, ya es otra información la que aparece: se habla de la situación real que se vive en prisión, de cómo está el país, de las noticias que llegan del extranjero, de la reorganización política de los partidos y sindicatos en la clandestinidad, de la suerte que han corrido otros familiares, compañeros, vecinos, amigos, etc.
Para sortear la censura usaban tintas invisibles o palabras cifradas, y ocultaban las cartas en prendas de vestir, crema de dientes, platos y botellas
Las estrategias que inventaron para sortear la censura eran numerosas: tintas invisibles, palabras cifradas, ocultar las cartas en prendas de vestir o en objetos diversos, como el tubo de la crema de dientes, los platos con doble fondo, las botellas de leche, etc.
Se redactaron también muchas cartas de súplica para pedir favores, ayuda, perdón, clemencia… Cartas dirigidas a las autoridades que implicaban la adopción de un lenguaje laudatorio y condescendiente, y de una actitud sumisa ante las autoridades penitenciarias o judiciales.
El último apartado del libro está dedicado a las cartas en capilla, las redactadas después de que al preso se le comunicaba que iba a ser ejecutado. “Es un capítulo estremecedor, tristísimo, doloroso… He tenido muchas veces que dejar de escribir… Pero también creo que estas cartas de despedida, de deseos de recuerdo eterno, de confirmación de las ideas por las que se muere… Son cartas que dejan tras de sí un legado de perdón y de paz, un verdadero canto a la libertad, como el poema de Miguel Hernández que precede al epílogo del libro, así titulado, y que en ellas reposa y reposará siempre la vida de quienes las escribieron, que en ellas permanecen y permanecerán vivos sus autores y autoras, siendo para las generaciones futuras un ejemplo sin igual y el mejor testimonio de aquel tiempo”, concluye la autora de “Cartas presas”.