La Valencia de las tiendas emblemáticas daba paso a otras más modernas donde se ofrecían productos novedosos junto a otros de “toda la vida”. Hemos seleccionado algunos de estos establecimientos, con su ubicación y publicidad del momento.
Una de las novedades por esos años eran las máquinas de coser Singer que se vendían a plazos: ¡Ya no se cose a mano! decía su publicidad. El depósito en Valencia se situaba en la calle del Mar, nº 53. La Madrileña era una tienda de ultramarinos propiedad de Ginés Ródenas (calle de las Barcas, 40), donde eran muy preciados sus chocolates, mantecas y jamones. Las enfermedades nerviosas se curaban a base de un jarabe de cortezas de naranja amarga contenido en frascos que se vendían en la farmacia de Aliño (plaza de Cajeros, 6).
El Ultramarinos del Morito y Fábrica de Chocolates del Pilar, eran propiedad de Mariano Gerardo (Bajada de San Francisco, 33), comerciante que se ofrecía como suministrador de provisiones para el viaje en ferrocarril. El fotógrafo Plá (calle de la Pelota, 6) garantizaba trabajos fotográficos muy baratos. La Posada de San Antonio, de Juan Dolz, (Plaza de San Francisco, 1) después se convirtió en el Hotel Valencia. La Tienda del Lorito, de José Bellot (Calle del Trench, 2) se titulaba como Proveedora de la Real Casa.
Una antigua fundición de hierro, la de Masip Hermanos (calle de Na Jordana, 7) construía norias, cocinas económicas, escaleras y aparatos para serrar. La Confianza era una marca y fábrica de jabones de Luis Cervera (calle San Vicente, 145), al igual que los jabones La Marsellesa, de Cayetano Fiol (calle de San Vicente, 151). La Pastelería de la Estrella, de Vicente Gimeno (llamada de la Ramona) se hallaba frente al Teatro Principal (calle de las Barcas, 28), servía también comidas. En la Farmacia de Marín (Sagrario de San Francisco, 25), se ofrecían frascos de esencia de zarzaparrilla.
José Aparici era sombrerero de la Real Casa (calle de Caballeros, 56) y el Ultramarinos de San Antonio, de Villar (calle Barcas, 24), fabricaba chocolate “de calidad superior”.
Estos son algunos de los establecimientos que quedaron para la historia en una Valencia laboriosa, mercantil que, años antes, había sufrido los envites de las epidemias del cólera a partir de la mitad de ese siglo XIX.