Gil-Manuel Hernàndez i Martí
Sociólogo e historiador.
Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social,
Universitat de València
En el presente texto defenderemos la idea de que en los últimos años se está produciendo el auge de unas fallas que hemos denominado como cool, y de que dicho auge responde, desde el punto de vista de la demanda de catafalcos artísticos por parte de determinadas comisiones, a un mecanismo de distinción desplegada por estas para posicionarse diferencialmente en el conjunto de la sociedad fallera.
Para desarrollar nuestro argumento, en primer lugar debemos dejar claro qué entendemos por cool. No resulta fácil una definición de este término, aparecido en los años cuarenta en los Estados Unidos, pero en líneas generales lo cool tiene que ver con una visión artística original llevada a cabo con un estilo propio. En términos coloquiales lo cool es sinónimo de algo que está de moda, que es “guay”, “molón”, y glamuroso. Además, contiene un componente de rebelión o transgresión cultural, con el añadido de que posee un poder icónico o un reconocimiento visual instantáneo. En buena medida, lo cool constituye el elemento diferenciador que ayuda a conformar la jerarquía cultural urbana contemporánea, que también afecta a las fallas, pues funciona como un símbolo de distinción, como un bien posicional, en la medida en que confiere una posición social distinguida y permite diferenciarse de la “masa”. Implica, en suma, una actitud de discreto elitismo cultural que bien se podría definir como una mezcla de vanguardismo, elegancia, alternatividad y estilo, fusionando a partes iguales la bohemia y un inconformismo estético.
…las fallas cool serían aquellas que (…) permitirían a las comisiones que las demandan acceder a un capital cultural de “calidad”, capaz de proporcionarles un aura de prestigio artístico y social para distinguirlas elegantemente del resto…
Dicho esto, las fallas cool serían aquellas que, respondiendo a las características reseñadas, permitirían a las comisiones que las demandan acceder a un capital cultural de “calidad”, capaz de proporcionarles un aura de prestigio artístico y social para distinguirlas elegantemente del resto, haciéndolas aparecer como colectivos inquietos, arriesgados, innovadores y “diferentes”. Evidentemente la existencia de las fallas cool no depende solamente de la demanda de las comisiones, las cuales a la postre solo utilizan un recurso que, a la fuerza, debe existir previamente. Es decir, con anterioridad han de estar creando y trabajando artistas que sienten que las fallas deben ir por otros caminos distintos a los convencionales, razón por la cual postulan la necesidad de cierta renovación, más o menos profunda, en las formas y en los recursos estilísticos con los que producen su obra fallera. De modo que ambas condiciones deben combinarse en las fallas cool: por un lado, la existencia de artistas falleros que se conciben a sí mismos como artistas comprometidos con la innovación o experimentación, que dominan determinadas técnicas, que defienden propuestas artísticas singulares y que aspiran a plasmarlas en obras concretas, aún sabiendo que van a contracorriente de la ortodoxia artística dominante en las fallas; y por otro lado el deseo de ciertas comisiones por adquirir y exhibir piezas especiales alejadas de los estándares convencionales con el objetivo de “destacar” y “significarse”. La primera condición se da con independencia de la segunda, digamos que es condición necesaria pero no suficiente para la existencia de las fallas cool, que en última instancia solo se sustancia cuando una comisión está dispuesta a pagar por ellas. Y este hecho es justo lo que las convierte en cool, pues la falla cool no tiene que ver solo con que ésta sea artísticamente “experimental”, “vanguardista”, “rompedora” o “singular”, como también con el hecho de que un colectivo fallero la reconozca y valore como medio para distinguirse socialmente de la “masa fallera”, siempre y cuando se presente como una equilibrada mezcla de audacia, “compromiso”, sutil rebeldía y “buen gusto”.
…la falla cool no tiene que ver solo con que ésta sea artísticamente “experimental”, “vanguardista”, “rompedora” o “singular”, como también con el hecho de que un colectivo fallero la reconozca y valore como medio para distinguirse socialmente de la “masa fallera”…
Con todo, para entender mejor el fenómeno de las fallas cool debemos recordar que las fallas se producen para un mercado. Este se funda cuando hace su aparición, allá por los años treinta, el artista fallero plenamente profesional, así como las secciones y los premios las fallas, que en su posterior desarrollo, que alcanza su maduración a partir de los años sesenta, hace que la construcción de fallas se plantee como una industria y un mercado con una demanda y una oferta. Ahora bien, en la moderna sociedad de consumo determinados consumos se producen como una forma de distinción social. Consumir determinado producto ayuda a distinguirnos y nos aporta prestigio o una identidad diferente que nos hace sentir mejor o más importantes. Por eso triunfa el consumismo capitalista.
Las fallas son, a fin de cuentas, un objeto de consumo. Durante decenios las comisiones han demandado un producto, la falla convencional, la falla mainstream, que se consumía para obtener un premio, que es el que aportaba la distinción más preciada, sobre todo entre las fallas de la sección especial. En este contexto el producto (la falla) tenía que ser cumplir con un estándar para poder acceder al premio que proporcionaba la distinción buscada dentro de una determinadas reglas del juego. Por lo tanto, bajo estas coordenadas, institucionalmente legitimadas por los jurados emanados desde una Junta Central Fallera que posee el monopolio de lo política y estéticamente correcto en términos falleros, la falla no convencional no resultaba funcional a las comisiones, puesto que no permitía la distinción más ansiada, al no asegurar la posibilidad plausible de premio (el popular palet).
En un entorno fallero crecientemente competitivo, algunas comisiones han sentido la necesidad de empezar a distinguirse apelando a la posibilidad de que la creatividad se convierta en un “activo” más
Sin embargo, desde hace más o menos una década se ha llegado a una situación en que la distinción aportada por el premio presenta una rentabilidad marginal decreciente, puesto que con la proliferación de galardones se produce una inflación, de modo que la distinción que aquellos otorgan se torna cada vez más débil e insuficiente. En dichas circunstancias, agudizadas por un entorno fallero crecientemente competitivo, algunas comisiones han sentido la necesidad de empezar a distinguirse apelando a la posibilidad de que la creatividad se convierta en un “activo” más para ser consumido (y exhibido) de manera posicional.
Por eso ha acabado por llegar un momento en que la contratación de una falla “innovadora”, “experimental”, sugestiva o singular, es decir, de una falla cool, aunque no garantice premio, proporciona la posibilidad de una distinción deseable (prestigio cultural, salir en los medios, que se hable de la falla). Hasta el punto de que dicho reconocimiento recompensa incluso más que un “simple” palet convencional, pues aporta ese aura de elegante prestancia que proporciona lo cool. Además existe un premio consolidado de fallas “experimentales”, el cual no hace más que ratificar la configuración de un nuevo nicho de mercado de fallas cool. Eso explica que se incremente la demanda y en consecuencia que se amplíe la oferta, como demuestra la entrada en el mercado de las fallas de arquitectos y diseñadores o de jóvenes artistas falleros con formación en Bellas Artes, además de la nómina de artistas falleros innovadores ya consagrados. Y dicho fenómeno acontece no tanto porque los falleros crean firmemente en las virtudes artísticas de la innovación estética, más allá de un reducido grupo que sí que lo hace, si no porque desean alcanzar una nueva distinción y quedar como “especiales”. Pues, no nos engañemos, la educación artística del común de la ciudadanía, en la que se incluyen falleros y jurados falleros, es de muy baja calidad. De manera que si la distinción de la comisión se logra alcanzando un premio “raro” mejor, pero la novedad consiste en que sin obtener premio alguno también “compensa” plantar fallas cool, por ejemplo participando en un club tan selecto como el colectivo de Falles I+E (Innovadores i Experimentals).
…si la distinción de la comisión se logra alcanzando un premio “raro” mejor, pero la novedad consiste en que sin obtener premio alguno también “compensa” plantar fallas cool, por ejemplo participando en un club tan selecto como el colectivo de Falles I+E…
Dicho sea de otro modo, dado que las fallas funcionan con las reglas del mercado, algunos consumidores avispados (comisiones que apuestan por las fallas cool) se ponen a encargar para su consumo productos fashion (que encima salen muy bien por lo que se refiere a la relación calidad/precio), capaces de otorgar prestigio social y cultural una vez se muestran en el escaparate (la calle). Todo esto ha desembocado en el aludido auge de las fallas cool, un fenómeno que probablemente irá a más en el futuro. Solo existe un riesgo: que el éxito creciente de este tipo de fallas haga que proliferen tanto, por la demanda de las comisiones, pero también por la oferta de todo un conjunto de artistas perfectamente preparado para servir a dicha demanda, que al final se produzca una nueva inflación y se vuelva a necesitar una nueva forma de distinción fallera todavía más cool, en cuyo caso todo el proceso volvería a iniciarse, pero desde un punto diferente. Al menos, algo se habría logrado, pues lo que ahora pasa por ser convencional se habría quedado definitivamente obsoleto. O quizás no, porque la espiral inacabable de lo cool podría acabar reivindicando irónicamente lo caduco como vintage. Así que en el momento menos pensado podrían “volver” las fallas de los ochenta, pero aderezadas con un ligero toque “moderno”. Pase lo que pase, con la nueva dinámica en curso la diversidad artística de las fallas de Valencia parece estar asegurada.