Durante el siglo XV la sífilis fue considerada como la más importante en cuanto a las nuevas enfermedades, poco citadas por los autores clásicos. El médico valenciano Gaspar Torrella figura entre los primeros descriptores de la enfermedad y, ya en 1497 ofreció su estudio ‘Tractatus cum sonsiliis contra pudendagram seu morbum gallicum’, incunable dedicado a César Borja o Borgia, hijo del papa Alejandro VI, de quien fue Torrella médico de cámara. César llevó una vida bastante licenciosa. Estando en Nápoles, en 1497, se contagió de sífilis tras mantener sexo con una prostituta.
Después, fueron dos médicos también valencianos los que se ocuparon de sendos tratados sobre la enfermedad, Pere Pintor y Joan Almenar, escribiendo el primero, en 1500 ‘De morbo foedo et occulto, his temporibus affligente y el segundo en 1502 su Libellus ad evitandum et expellendum morbum gallicum’, obra muy difundida en la Europa del siglo XVI, que llegó a alcanzar más de once ediciones.
En cuanto a la prevención y atención sanitaria del burdel, desde antiguo siempre hubo un médico comisionado por la ciudad que se encargaba del cuidado de las mujeres que allí se encontraban. En el año 1502, el viajero flamenco Lalaing, ya nos ofrece testimonio de la presencia de un facultativo designado por el municipio en el lupanar, para combatir diferentes contagios. En 1512, existía en el Hospital General una sala expresamente dedicada al tratamiento de los contagios por transmisión sexual, llamada La Goleta.
En unas disposiciones de 1562, genéricas al Partit o Mancebía de Valencia, se ordenaba que si alguna mujer de dicho lugar cayera enferma, al instante el hostaler tendría obligación de ponerlo en conocimiento del cirujano nombrado para el reconocimiento de las prostitutas. Si a alguna de éstas le fuera diagnosticado el mal de sement o siment, debería ser trasladada de inmediato al Hospital. En 1589 se aprueba que ninguna mujer pública pueda ejercer, si antes no ha sido reconocida por el cirujano nombrado al efecto. Tampoco podían desarrollar su actividad, aquellas que ya hubieran estado infectadas del mal de siment en el departamento de la Goleta. Así pues, todas estas mujeres obtenían licencia reglamentada, por un certificado del cirujano del Hospital, documento que tenían que presentar al Justicia Criminal para su autorización.