En 1580 Juan Calvo, doctor en Cirugía y Medicina, considerado como una de las más brillantes personalidades de la cirugía española, dedicó una monografía a la sífilis, en su obra Primera y Segunda Parte de la Cirugía Universal y Particular del cuerpo humano. El libro alcanzó distintas ediciones, incluyendo apartados sobre los apostemas de la verga, sus inflamaciones y su tratamiento con especificación de fórmulas magistrales, en las que se incluía la miel, el agua cebada, apio, aceite rosado, hojas de violeta, cominos picados y otros que completaban el ungüento salvador de estos males. Calvo incidía en el secretismo que debía imperar en el tratamiento de estas enfermedades, sea secreto y callado, que no diga, ni descubra a ninguno la obra manual o la enfermedad que tiene el paciente, en estas partes vergonzosas, porque de ello se enojan y reciben grandes penas los enfermos, de ahí se desprende el título de enfermedades secretas que nos ha sido transmitido hasta nuestros días.
Del siglo XVIII se ven curiosas fórmulas que se recetaban para combatir dichos males. De un recetario manuscrito del doctor valenciano Joseph de Membrado, destacan las píldoras para la gonorrea, hechas de mercurio dulce, goma de palo santo con jarabe de althea. Con todo se hacía una masa a modo de ungüento que se tenía que aplicar en diez días, asegurando la curación de esta dolencia por virulenta que sea. Igual tiempo de curación necesitaba este preparado a base de colofonia, mercurio dulce, resina de palosanto, elaborándose unos polvos con jarabe de althea o de ninfea, que una vez introducidos dentro de un bote a modo de conserva, serían tomados por el paciente en diez días, todo acompañado de una dieta con ausencia de picantes y bebidas alcohólicas. Otra fórmula era un brebaje de limón y azúcar blanco. Su mezcla se debía tomar por las mañanas, siendo muy efectivo y probado para resolver la gonorrea.
A principios del siglo XIX, el médico valenciano Máximo Antonio Blasco, recomendaba a los facultativos jóvenes diversas fórmulas destinadas a sus pacientes con enfermedades secretas. Una de las propuestas, se pretendía con el método de mercurio soluble, infalible para curar los males venéreos más graves. Antes de su administración se debía tener en cuenta la preparación de los enfermos con una dieta saludable de buenos alimentos en poca cantidad, fluidos y fáciles de digerir. El mercurio debía suministrarse a razón de un gramo suspendido de una pequeña porción de agua destilada, e ir aumentando la dosis, hasta que apareciese el movimiento febril llamado fiebre mercurial. En este estado debían desaparecer enteramente los síntomas venéreos. En otros casos, la medicación debía ser acompañada de bebidas como la zarzaparrilla o cualquiera otra de las consideradas suaves.