Los helados que recuerdo
El Péndulo | Fernando Ros.- Partiendo de la idea de que venir a Donosti funciona como la emoción con la que se pide un colorido helado de dos bolas, la verdad es que, a veces, el empacho que se genera se presenta punzante o bien el calor al que le cuesta marcharse, derrite los perfectos y gélidos pechos por no ingerirlos con las ganas que tenías al principio.
Esas gotas densas que van cayendo sin remedio por mi mano y manchando mi camisa, me imagino que son esas películas que como los helados, te atraen por detalles que ni siquiera uno mismo se explica, pero sobre todo por esa maravillosa tendencia que tengo a pensar que las cosas van a saber bien. Y afortunadamente, no siempre saben bien.
Hay sabores que no saben a nada. Como si el sabor lo hubiesen pintado después. Son pelis como ‘Pikadero’ del escocés Ben Sharrock o ‘La tierra y la sombra’ lentísimo largometraje del colombiano César Augusto Acevedo, o incluso una de las decepciones para mí de esta edición, como la última peli del respetado y respetable Woody Allen ‘Irrational man’. Películas que pasan “sin pena ni gloria”, sin dejar marca, ni mancha que obligue su recuerdo.
Que casi se olvidan en el acto de levantarse de tu butaca, como accionados ambos hechos por el mismo resorte.
Pero hay otras pelis que se quedan en la ropa como agarradas. Tercas. Molestas. Y esas sí que cabrean. No sirve levantarte de tu asiento, porque te las llevas detrás durante un buen rato, incordiando desde algún sitio al que no puedes acceder aunque vagamente lo intentes. Para mí la francesa ‘Evolution’ de Lucile Hadzihalilovic y ‘High rise’ del inglés Ben Wheatley son prístinos ejemplos de estos sabores a evitar. Sabores por cierto, que fueron seleccionados entre otros muchos, y que me niego a imaginar peores, porque ambas películas se proyectaron en la prestigiosa Sección Oficial.
Las rarezas después de las amarguras son un agradable vientecillo refrescante. Una buena servilleta blanca y absorbente pasando lentamente tras un último lametazo.
No es que sea precisamente rara, es que la esperaba como agua de mayo: me refiero al ansiado regreso de uno de los hijos pródigos del cine español, Alejandro Amenábar. Su nueva peli se llama ‘Regresión’ y yo estuve muy entretenido viéndola. Te podrá gustar más o menos, coincidamos en que no tiene nada de especial, pero el mérito de tenerte fijamente mirando lo que ocurre en la pantalla durante una hora y media es algo que por desgracia no ha ocurrido muy a menudo en esta 63ª edición de este estival y eso es de justicia reconocérselo.
Si seguimos con más ‘vientecillos’ sanadores, el mismo paradójico y gracioso día, vi ‘Paula’ del argentino Eugenio Canevari y ‘Paulina’ del chileno Santiago Mitre. Y paradójicamente también ambas tratan de un tema polémico y durísimo como el aborto. Y ambas, con resultados y sensaciones completamente opuestos. Como su mismo horario de proyección ya vaticinaba, fueron “el día y la noche”. Aburridísima la primera y acojonantemente meritoria la segunda, con esas ganas de hablar con el de al lado que te deja la inquietante historia sobre una decisión cuestionable que toma en este caso una estupenda actriz que se llama Dolores Fonzi. Maravilloso ejercicio de interpretación que logra que al menos te plantees su postura, cuando una hora antes jamás la hubieses ni siquiera considerado.
’21 noches con Patty’ de los hermanos Larrien, me divirtió mucho mientras no dejaba de hablar su divertidísima protagonista, contándonos sin remilgos sus aventuras sexuales como un arqueólogo explica sus hallazgos, con naturalidad y devoción. La segunda parte de la peli se cae y se empastra.
‘Sparrows’ del danés Rúnar Rúnarsson, me pareció muy digna representante de ese cine del norte europeo que ha sabido labrarse justamente un prestigio basado en el dolor hiriente bien contado y en los dramas íntimos más demoledores.
Apuesta segura es Hirokazu Kore-eda. Sus películas, transmisiones delicadas y elegantes de una cultura tan ajena a nosotros como la japonesa, me causan una especie de reconciliación con el mundo que me deja muy ‘agustito’. Su don para reflejar a los protagonistas de sus últimos trabajos, que son principalmente niños o adolescentes, me parece una virtud mágica y muy recomendable de experimentar. ‘Mi hermana pequeña’ es curiosamente una historia que tiene lugar en una pequeña ciudad nipona pero que se convierte en universal por el talento y la sensibilidad de este estupendo director.
El lunes lo protagonizaron en mi programación personal, dos películas sorprendentes. No fue ni mucho menos complaciente el recibimiento del público de la última película del argentino Pablo Agüero. ‘Eva no duerme’. En mi opinión discordante, es un curioso, inquietante y oscuro sueño, que transcurre con el cadáver presente de Evita Perón, como protagonista indiscutible y latente. Capaz de suscitar, después de su muerte las más recónditas y encontradas emociones. Algunas de sus escenas, como el cuidado y tenso proceso de embalsamiento del cuerpo, o esa telúrica pelea animal en el camión entre los dos militares con el féretro de madera contemplándolos, me parecen de una fuerza bestial y un talento fotográfico muy a tener en cuenta.
La otra película del lunes fue la galardonada en Venecia y última película de Charlie Kaufmann, ‘Anomalisa’. Original como siempre son las historias de este director y guionista, y más todavía cuando toma la decisión de aportar una técnica como la del “stop motion” para mostrarla, como ha sido en este caso. Una pincelada más a su favor, lo forman las voces de los personajes, que juegan un papel curioso, reforzando el mensaje de la película y que me guardaré de contároslo por si os pica la curiosidad de ir a ver esta buena película.
‘Amama’de Asier Altuna, me imbuyó en la cultura vasca que se nutre del valor sagrado de la tierra, del olor y los recuerdos que habitan en las casas de nuestros abuelos y de lo complicado que son las relaciones entre generaciones que les toca vivir en mundos, que aunque seguidos en el tiempo, son diametralmente opuestos en los valores y en las costumbres que los sustentan. Enriquecedora y contenida.
Tenía muchas ganas de ver lo que presentaba Joaquim Lafosse, director belga al que conocí en la Mostra de Valencia y del que salí fascinado al ver sus trabajos. Su peli ‘The White knights’ cuenta la historia verídica de una ONG con buenas intenciones y mala ‘praxis’. De cómo el fin no siempre justifica unos medios tan cuestionables y tramposos, como sinceros y naturales.
El cine patrio estaba muy bien representado este año. Había esa mezcla de ilusión, orgullo y ganas, muchas ganas de demostrar que aquí se hace buen cine. No para aquellos ignorantes e irrespetuosos tontos que siguen hablando mal del cine español, sino para coger fuerzas y seguir peleando por una debilitada industria a la que hay que levantar.
Mucho ruido y pocas nueces, la mediática presentación de ‘Mi gran noche’ de Álex de la Iglesia. Sin duda es loable su grandilocuente perspectiva del espectáculo, su tan definible personalidad cinematográfica y su empeño por hacernos reír, pero en este caso, excluyendo la aparición impagable de un personaje como el de Raphael, con su propia cámara criogenizadora y su traje blanco nuclear, todo me parece una gran gamberrada sin originalidad y con el forzoso encargo de dar trabajo a cuantos más actores conocidos y famosos mejor. No entiendo el porqué.
En cambio, la última película de Agustí Villaronga, flamante ganador en el año 2.010 de un goya a la mejor película por ‘Pa nege’, me gustó mucho. Tampoco ha sido del agrado de la crítica, aunque esto a veces no signifique demasiado. Para gustos, sabores.
Es una crudísima historia sobre los desheredados habitantes de La Habana en la época mísera del periodo especial. Un portentoso trabajo actoral y una mirada sin censuras que muestra los destinos marcados desde muy pronto de quienes piensan que algún día podrán cambiar su suerte.
Y mención aparte creo que se merece ‘Truman’ de Ces Gay. Mira que resulta complicado que me sorprenda Ricardo Darín, ese maravilloso actor argentino, que me ha hecho reír y llorar tantas veces. Es como si tuviera una apuesta personal con él, que al principio de las películas que protagoniza, justo cuando aparece su nombre en la pantalla, me hiciera lanzarle en un susurro que sólo oigo yo; un susurro desafiante que dice: “¿A que esta vez no lo consigues?…”
…Y va y lo consigue. Emocionante su papel, sin palabras para expresar mi admiración por su trabajo brutal en esta magnífica película. Una historia sencilla y dura, a la que también aporta su imagen de buena gente, el siempre cumplidor Javier Cámara. Totalmente recomendable y de obligada visión para el que sepa disfrutar del buen cine.
Y me he dejado para el final mis otras dos películas favoritas de esta edición. Como me enseñaron… lo bueno, déjalo para el final.
‘The boy and the beast’, es una fantástica película japonesa de animación. Un cuento con mensaje escrito para mayores, para que nos acordemos de cuando éramos niños. No creo que a todos les guste tanto como a mí. Uno tiene que saber que hay ciertas historias que parece que las hayan copiado, en un ingenuo descuido, de los sentimientos ocultos, que guardamos celosamente en nuestro interior. Y a mí es precisamente eso lo que me pasa con esta película, que me percute la fibra más íntima. Descrubidla vosotros mismos.
Y peliculón con mayúsculas me parece ‘El club’ del chileno Pablo Larraín. Ostiazo a la cara y a la conciencia sin ningún tipo de contemplaciones. Brutalmente violenta por lo que cuenta y sobre todo por lo que oculta. De esos helados, cuyo sabor permanecen en tu cabeza por mucho tiempo. Fundamental e imprescindible. Se recomienda pasear después de su visionado.
No quiero despedirme sin contaros la pena que me da, por contraste a la magnífica organización que encuentro aquí en Donosti, asistir a un Festival nuestro como la Mostra, con las salas semivacías y sin gente joven en las butacas. Seguro que el presupuesto ayuda, pero ver todas las sesiones a las que he asistido en el Festival de Donosti 2.015, junto a un montón de gente que llena la sala, aplaudiendo ilusionados antes de comenzar la película, es una sensación sanadora y vital, que desgraciadamente el público valenciano seguramente habrá olvidado o algunos jóvenes ni siquiera habrán podido experimentar. Qué pena.