El 22 de julio de 1519, en el Llibre de Memòries quedó anotada una noticia de protesta por los considerados ciertos actos inmorales que las autoridades toleraban. El historiador Escolano cuenta así uno de estos hechos: (…) Porque habiendo predicado un maestro Luis Castellolí de la Orden de San Francisco en la iglesia mayor el día de Santa Magdalena, que el vicio de la sodomía había prendido en Valencia (…) se exasperaron tanto los oyentes de oir este nefando nombre, que pusieron faldas en cinta en buscar los culpados, y habiendo descubierto cuatro de ellos, el justicia criminal los mandó quemar, a veinte y nueve de julio.
Al domingo siguiente, 7 de agosto, las autoridades eclesiásticas entregaron para su inmolación por parte del pueblo, a un hombre que se había refugiado en la Seo acusado de sodomía, para así evitar que la catedral fuera asaltada.
Otra antigua noticia ratifica la incomprensión llevada a su más alto grado, dos hombres son quemados vivos tan sólo por su inclinación sexual.
El Santo Oficio fue implacable contra el pecado nefando contra natura. Esta represión fue objeto de procesos que desembocaron en castigos ejemplares, como lo fueron llevar a los encausados a galeras, azotes, destierro, reclusión, multas, trabajos forzados, tortura y hasta la ejecución en la hoguera.
En el periodo de 1566 a 1775, se vieron 259 casos de los cuales 62 se resolvieron con la absolución de sus inculpados. La legislación era clara, heretges e sodomites sien cremats, sodomita deu ser cremat en lo lloc hon haura comes lo delicte.
El 22 de septiembre de 1626 el Tribunal de la Santa Inquisición los condenó bajo el cargo de sodomía, uno de ellos era un esclavo propiedad del Marqués de Moya, el otro natural de Tortosa, que fia pinotes i cascú era per diferent acte ab altre. La sodomía se veía bautizada en las normas legislativas como crim sodomitich.
El proceso podía ser corto o largo, dependiendo de si los sospechosos eran hombres de baja condición, para los que no había mucho miramiento. Uno de los casos con más repercusión popular fue el del noble Gesualdo Felices, pasando nueve años entre la acusación del primer testigo hasta la primera audiencia del tribunal.