El afamado psicoterapeuta y escritor Jorge Bucay pasó por la ciudad de Valencia para presentar su nuevo trabajo, ‘Rumbo a una vida mejor’ (RBA. 2014), que reúne cerca de una veintena de artículos que el autor argentino seleccionó, ex profeso de las columnas que a lo largo de más diez año ha ido publicando en la revista ‘Mente sana’ de la cual es director, a modo de antología y en el que ha incluido un prólogo y un epílogo inéditos.
Jorge Bucay es un hombre de verbo fácil, mirada franca y desbordante sencillez. Vestido de sport y tras beber un refresco se acomoda en el sofá del lounge bar, donde realizamos la entrevista, dispuesto a charlar y a comentar su trabajo sin el halo de éxito que uno imagina que gravita a cada paso que da. Más bien daba la sensación que uno se encontraba con alguien próximo con el que deseaba volver a encontrarse.
La larga entrevista, que se hizo corta mientras transcurría, intenta respetar el acento argentino del protagonista y su particular manera de contar las cosas. Sin lugar a dudas, Jorge Bucay no solo es un notable terapeuta y un exitoso autor de libros como ‘Déjame que te cuente’, ‘El camino de la felicidad’ o ‘Cuenta conmigo’, también es un excelente comunicador y un gran conversador.
El Péndulo: En primer lugar felicitarte por incluir ‘Honrar la vida’, de Eladia Blázquez, en la introducción del libro. Me parece todo un homenaje.
Jorge Bucay: … ¿Sí? ¿Verdad que es lindo el recuerdo? Te agradezco que lo valorés porque para mí fue una decisión importante. Ella justo falleció cuando estaba a punto de escribir el artículo para la revista y… Bueno, para mí fue una decisión importante incluir el artículo en el libro.
E.P.: Hay algo interesante en ‘Rumbo a una vida mejor’ y…
J.B.: … ¿Solo algo interesante? (comenta sonriendo). ¡Dios mío, qué dolor! (ríe). Mi mamá hacía, un poco, lo mismo. Te regalaba dos corbatas y cuando me ponía una me preguntaba si la otra no me gustaba (hace el comentario en tono de humor).
E.P.: Bueno, me refiero a que articulas el libro en cuatro secciones y en uno de ellos comentas tu propio modelo de trabajo basado en el campo filosófico, el terapéutico y el pedagógico y…, ¿sigue siendo este modelo la pauta de tu trabajo tanto en el terrero de la escritura como el que desarrollas con tus pacientes?
J.B.: Bueno, intento que sí porque yo creo, cada vez más, que ser terapeuta implica rondar, conocer y leer el mundo de la filosofía pero…, es que además creo que la terapia es un hecho didáctico y pedagógico. Creo que el terapeuta, en última instancia, es un maestro. Un maestro de vida, de alguien que enseña lo que sabe, que comparte lo que ha aprendido. Me parece que hay un modelo muy ligado a la historia y creo que lo terapéutico, dentro de la consulta que quizás no sea tanto pero…, fuera de la consulta, lo terapéutico es docencia. Y los libros son algo fuera de la consulta y por lo tanto cuanto más y…, esto motiva que alguna gente le parezca agradable y a alguna gente le parezca irreverente que alguien, que es profesional, utilice herramientas o técnicas didácticas o pedagógicas en la difusión. Pero, bueno, yo escribo así porque así me ha pasado en la vida y así he aprendido a escribir.
En realidad, y voy a confesarlo aquí ahora que nadie nos oye (comenta con una sonrisa), mi mamá dejó el colegio primario en quinto grado porque tenía que ir a ‘parar la olla’, como se dice en Argentina, tenía que ir a vender pastelitos en la calle para juntar un dinero para darle de comer al resto de su familia. Por supuesto se sabía las letras y sabía leer pero no leía, no leía nada. No sabía leer. Lo digo con mucho orgullo, con mucha emoción, porque mi mamá volvió a leer cuando yo empecé a escribir. Mi mamá volvió a leer para leerme a mí, por el orgullo que una madre tiene de que su hijo publique en una revista local o en un periódico. Y a partir de que empezó a leer, mi mamá me pedía que le llevara las cosas que yo escribía para leerme. Y de vez en cuando le llevaba una columna y me decía ‘no entendí’, y yo le decía ‘¿cómo que no entendés?’. ‘Y…, no entendí’, decía ella; ‘¿cómo que no entendiste, mamá?…, entendés cada una de las palabras que hay ahí’, le decía yo. ‘Las palabras sí, las que no las busco en el diccionario, pero…, no entendí’, decía ella. Entonces yo le decía, ‘te explico’ y le explicaba y entonces mi mamá entendía, hasta que un día me dijo, ‘por qué no lo escribís como me lo contás a mí’ y…, a mí me rompió la cabeza, literalmente. Empecé a pensar que no importa el grado de instrucción que uno tenga y que si lo entendía mi mamá lo podía entender cualquiera y empecé a pensar que, quizás, yo tendría que escribir así, para que lo entendiera cualquiera, incluida mi mamá. Y creo que es así como escribo en todo este tiempo. Creo que esta es la historia de todo lo que hago. Y cuando me preguntan ‘¿cuál es el secreto de que venda tantos libros?’ digo…, escribo para que lo entienda mi mamá. Si mamá lo entendió, Stephen Hawking también y al revés no. Creo que ahí está la respuesta, la didáctica surge de hablar para que lo entienda cualquiera que lo quiera entender.
E.P.: Te sueles definir como un buscador de la verdad, ¿cuáles son tus herramientas y de qué verdad estamos hablando?
J.B.: Estamos hablando de algunas verdades que son incuestionables. Por ejemplo, estamos hablando de la verdad de las cosas que son como son. Estamos hablando de aceptar, definitivamente y para siempre, que las cosas no son como a mí me gustaría, ni como fueron, ni cómo serán, ni como yo quisiera que sean. Que las cosas no son ni como mi propia madre me dijo que sería, ni como me papá pretendía que fueran. En realidad, las cosas son como son y eso implica que yo soy quien soy y no soy a quien a ti te gustaría, ni que mis hijos quisieran y ni quien mi esposa pretende y que tú eres quien eres y no eres quien yo quisiera que seas, mucho menos en cada momento y en cada lugar y…, que esta aceptación, de esta verdad de que las cosas son como son, es la única condición que se requiere para poder cambiarlas. Que para poder hacer un cambio hay que aceptar que partimos de donde partimos, que no se parte de la idea de un punto de llegada para poder cambiar lo que hoy hay. La verdad que significa darme cuenta que, en última instancia, no podemos seguir pretendiendo que las cosas buenas que deseamos para nosotros o para nuestros hijos sean gratuitas. Que las cosas buenas no son gratis, que las cosas buenas hay pagarlas con sacrificio o con trabajo o con dinero o de alguna manera. Y la tercera verdad que propongo, la que he encontrado en mi vida, y puede que haya otra pero yo no la encontré, es bastante dura y difícil de aceptar: nadie puede hacer todo lo que quiere pero cualquiera puede negarse, siempre, a hacer lo que no quiere si está dispuesto a pagar el precio de ser libre.
E.P.: También hay una parte de sacrificio.
J.B.: La palabra sacrificio no es una palabra de mi vocabulario pero voy a hablar de renuncia. Sacrifico es otra cosa. Sacrificio viene de ‘sacr’, sacrilidad, honrar la historia, viene de creer que lo que yo doy es tan bueno que el buen dios me va a cuidad y a proteger si lo doy. El sacrificio no me gusta tanto. Parece una palabra martiriológica como esa frase de los matrimonios que dicen ‘mira lo que hice por ti’, ‘mira lo que hago por ti’ y…, me parece que no es bueno.
E.P.: Hay quien plantea, en esa búsqueda de la felicidad, que ante la pregunta de qué es más importante si el dinero o la felicidad, la respuesta es que los pobres lo tienen claro. Es decir, ¿uno empieza a buscar la felicidad a partir de un cierto status económico?
J.B.: Te voy a contestar dos cosas. Primero, los ricos también lo tienen claro. Los ricos también claro y no es exactamente lo mismo que los pobres creen. Los ricos saben que con el dinero no alcanza, ¿eh? Tú dices, lo pobres lo tienen claro y yo te digo que los ricos también. Los que no lo tienen claro son los que estamos en la mitad. Lo que no somos tan pobres como para no tener nada, ni tan ricos como para que nos sobre. En esto parece que nos confundimos pero los ricos y los pobres lo tienen clarísimo. Por otro lado mi abuelo, sin ninguna instrucción ni cultura, contaba siempre una historia que, dice, le habían contado allá en Damasco, donde había nacido. Contaba que había un muchacho que fue a ver al padre porque quería casarse y en aquel entonces nadie se casaba sin el consentimiento del padre. Entonces su padre le dice, ‘¿con quién te vas a casar?’, y el chico le responde, ‘me voy a casar con la hija del sastre’. ‘No, cómo te vas a casar con la hija del sastre si esos son más pobres que una laucha (ratoncillo), yo te voy a conseguir un buen arreglo para que te cases con la hija del carnicero’, dijo el padre. ‘No, la hija del carnicero no. Yo no quiero a la hija del carnicero’, respondió el hijo. ‘El Carnicero tiene mucho dinero, nunca te va a faltar nada, tendrás todo lo que quieras…, viajes, casas grandes, dinero, riquezas…’, continúo el padre. ‘No papá, pero yo no quiero a la hija del carnicero, yo quiero a la hija del sastre’, se mantuvo el hijo. ‘No, no, la hija del sastre es muy pobre, ni siquiera dote te va a dar, no voy a dejar que te cases con la hija del sastre’, concluyó el padre. ‘Pero papá, solamente casándome con ella yo sería feliz’, dijo el hijo. Y el padre dijo ‘¿para qué te sirve ser feliz si no tenés dinero?’. Así contaba mi abuelo (comenta el final de esta historia sonriendo).
De todas formas, me parece, que esta distorsión que procede de los últimos cien años de nuestra educación de sociedad de consumo no ha hecho perderla y creemos, con firmeza, que vamos a ser más felices si podemos tener acceso a todo aquello que se puede comprar. Yo les voy a decir, por si no lo saben, que no es verdad. Lo sé de dos maneras, primero porque estuve ahí y no alcanza y segundo porque hay cosas que el dinero no puede comprar, obviamente.
E.P.: Siguiendo en esta línea parece que, desde tiempos remotos, hemos avanzado tecnológicamente pero parece que el comportamiento humano ha ido a peor o a involucionado por su capacidad de matar al prójimo y…, ¿eso significa que la evolución va en regresión o cuanto más inteligentes nos hacemos somos más perversos?
J.B.: Creo que encontraras muchos colegas que coincidirán con tu apreciación y te dirán que el ser humano está deteriorándose. Yo no lo creo, soy un optimista sin remedio y creo que el ser humano va a mejor y…, después de cuarenta años de ver pacientes en mi consulta puedo decirte que todos mis pacientes evolucionaron igual, tres pasos hacia adelante y dos hacia atrás. Siempre. Si uno mira, nada más, los pasos hacia atrás dice ‘este hombre cada vez está peor’, pero la verdad es que no es así. La humanidad atraviesa un periodo donde, posiblemente, en algunas cosas esté dando pasos hacia atrás pero…, esto no significa que, en la película total de la humanidad, se vaya para atrás. La verdad que no. Me parece que la humanidad avanza y el progreso hace cosas muy buenas para la gente y que la gente tendrá que adaptarse a estos progresos. No es fácil vivir ochenta y cinco años. En los últimos cuarenta años de vida mejoramos, después de que se moría la gente, hace medio siglo, a los cincuenta o cincuenta y cinco años, los restantes cuarenta son complicados todavía, el mundo no ha terminado de adaptarse a que la gente viva tanto. Tú y yo, si vivimos lo suficiente, vamos a tener cáncer de próstata. No hace falta que nos ocupemos de pensar qué hacer para evitarlo. Si vivimos lo suficiente lo vamos a tener.
Antes, un cáncer de próstata era una cosa rarísima y loquísima de encontrar, era una rareza. ¿Y esto a qué se debe?, ¿a que el individuo se ha intoxicado con las cosas que come y entonces ahora el cáncer de próstata ha progresado? No. Se debe a que la gente vive más tiempo y el diagnóstico está más preciso. Me parece que, dependiendo de qué lectura hagás de la realidad, este retroceso es o no es. No creo que el ser humano sea, cada vez, menos solidario. No me lo creo y…, tengo pruebas para demostrar. En todos los países del mundo, no importa cuál sea la situación dramática que se viva, ocurre una catástrofe y la gente corre a ayudar, corre a ayudar y da lo que no tiene y esto fue y sigue siendo así. Entonces, qué pasa que levantamos las voces agoreras para decir que somos menos solidarios, ¿no será que en algún lugar estamos siguiendo una línea donde parecería que decir esto parece más inteligente que decir las cosas van a mejor? ¿No será que la postura de los pesimistas parece más sabia que la de los optimistas? ¿No será que vivimos denigrando al optimista por ser optimista? Y, en última instancia y de verdad te lo digo, ¿no será que ni siquiera entendemos lo que quiere decir ser optimista? Optimista es una palabra tan interesante. Yo hablo siempre de esto. Optimista viene de optar. No de apostar, de optar. De optar es de ‘opus’ que quiere decir trabajo, obra. Optimista, desde el punto de vista de la palabra, quiere decir la postura la postura de alguien que ve lo desagradable de la situación pero se da cuenta que hay un trabajo por hacer y está dispuesto a hacerlo. Ése es optimista. No es aquel que dice ‘¡ah!, todo está bien y no hago nada’ (dice esto poniendo voz de pasota o desinteresado). Y pesimista, del mismo lugar etimológico, es aquel al que le pesa tanto su visión agorera de la realidad que decide que tiene que resignarse y no hace nada. Entonces…, dependiendo de esta mirada vamos mal o vamos bien. Vamos hacia mejor o vamos hacia peor.
Creo que la humanidad avanza y creo que, en el hecho concreto, un médico en la Patagonia dirigiera a un cirujano cardiólogo en Siberia y le salvara la vida un tipo, gracias a la web, con todos los problemas que la web significa, es una maravilla. Es un avance muy grande, muy importante. El hecho concreto que un señor en Italia, hace quince años, nada, uno pensaba que ya no había nada por descubrir, descubre que hay unas neuronas que se llaman ‘neuronas espejo’, ¿escuchaste hablar alguna vez de las neuronas espejos?
E.P.: No.
J.B.: Bueno, es maravilloso esto de las neuronas espejo. Son unas neuronas específicas que tiene el cerebro, capaces de sentir en sintonía con otro…, de algo que le pasa al otro y que se evoca en su propio cerebro sintiendo y registrando lo que le está pasando al otro. Como la historia de la empatía pero puesta al servicio de lo orgánico. Si yo me pinchó acá (simula pincharse un brazo), hay una zona del cerebro que se activa pero si te pinchas tú, en el mismo lugar, esa zona misma zona se activa en mi cerebro. Ya no es un tema que decida yo empatizar contigo y sentir lo que tú sientes y comprender lo que te pasa, es biológico, estamos programados así y…, este es un descubrimiento nuevo. Entonces, ¿quién me va a decir a mí que estamos retrocediendo? La verdad es que no. Me dirás, pero en los hechos no se nota doctor y te diré ‘y…, es verdad, no se nota porque los hechos hay un factor, acá, que es determinarte y grave’. Vivimos en un mundo que se ha complicado en algunos aspectos. Crisis de valores, consumo desmedido, competencia salvaje, corrupción, delincuencia… Son cosas que nos han complicado todo. Las cosas con qué vienen, la verdad y aunque parezca mentira, vienen con el progreso.
E.P.: ¿Y con más diferencias sociales?
J.B.: Con más diferencias sociales siempre y cuando, esas diferencias sociales conlleven, como a veces y desafortunadamente parece, menos educación. Porque si toda esa expansión se conjugara con mayor y mejor educación todo esto no pasaría. El problema no es el deterioro del cerebro del hombre, el problema es la distracción de la educación de nuestra cultura. El ochenta por ciento de los presos de todas las cárceles del mundo son analfabetos. El que no quiere enterarse de lo que eso quiere decir es que no quiere verlo, amigo. Yo trabajo en México, con chicos con problemas de drogadicción, con familias que proveen a esta sociedad de estos chicos, familias marginales. Y trabajo en las cárceles, donde están internados e ingresados los jóvenes con delitos graves. En esas cárceles se han instaurado, a instancia de mucha gente, yo entre ellos, programas educativos para los presos. Programas educativos serios. Es decir, que terminen el primario quienes no tienen el primario, que terminen el secundario quienes no tienen el secundario y crear una carrera universitaria a los que tienen preparatorio. Y la estadística de los últimos cinco años es incuestionable, noventa y dos por ciento de jóvenes que estudiaron en la cárcel y terminaron la carrera no vuelven a delinquir. Noventa y dos por ciento, ¿eh? Setenta por ciento de los que no hicieron ninguna carrera a los tres años vuelven a ingresar por delitos similares a los que cometieron. ¿Hace falta explicar que no educar es un problema? Están ahí los datos. No hace falta demasiada inteligencia para darse cuenta de lo que esto significa.
Entonces…, ¿por qué no vamos por ahí? Bueno, vamos por allí, pero lleva tiempo. Nunca antes en el mundo, en el mundo, se habló tanto de educación como se habla en los últimos quince años, nunca. Nunca antes, en el mundo, el discurso político de los dirigentes incluyó la educación como parte de sus programas, me vas a decir ‘¡pero los hechos!’… bueno, bueno, bueno, estamos yendo en esa dirección. Ahora falta que la población reclame a los dirigentes que cumplan su promesa de campaña respecto a la educación. Pero, bueno…, hace falta, también, que la gente entienda que más importante que ganar más es que tus hijos tengan educación. No exijamos demasiado de principio. El gran tema es la educación y la solución está por medio de la educación. Si fuera cierto que estamos involucionado cerebralmente, es por falta de educación y no por crecimiento demográfico.
E.P.: Dentro de esa educación también hay una sobreprotección y…
J.B.: … ¡Pero esto que dices es exactamente el problema en el cual la sociedad tiene que escuchar a los que saben un poquito! (hace este comentario con cierta energía). La reforma educativa que necesitamos no tiene que ver ni con el presupuesto, ni con la hora de levantarse, ni con los sueldos de los maestros, que ojalá sean mayores, la reforma educativa tiene que ver con el contenido de la educación. Creo que seguimos errando el rumbo con los contenidos de la educación. Se trata que eduquemos a los jóvenes para que sean más felices no para que sean más exitosos. Para enseñarles cosas importantes como vincularse con los demás, gestionar sus propias cosas, ocuparse de sus propios proyectos, administrar su propia economía… No estoy diciendo que no sea importante saber la tabla del ocho o saber que la capital de Bulgaria es Sofía, ¡uff, lo importante que es!, pero, ¿y lo otro? La historia de cómo conectarme con mis emociones, cómo abrir mi corazón, cómo tolerar una frustración, ¿y esto, qué hacemos con esto? Me parece que esto es así y que tendría que venir en un contexto donde los educativos no eduquen para fortalecer la inserción en el establishment de los jóvenes sino para ser mejores personas. Si nosotros hacemos mejores personas a estos chicos, nuestra sociedad va a ser mejor (dice esto con energía y hace un silencio largo). Perdón que me ponga vehemente con este tema pero…, el tema de la educación me parece primordial.
E.P.: Entonces…, y esto también ocurre, se producen titulados que después no tienen salida laboral y uno se plantea…, ¿se puede entender la educación como el ejemplo del discurso imperante?
J.B.: Y…, yo leería eso y diría ‘tiene razón, en realidad tantos profesionales hoy que no tienen trabajo’ y esto es grave y es verdad. Pero me parece que la función educativa, de la escuela en sí misma, no debería ser la que se ocupa de esto. Me parece que ocuparse de la salida laboral no es algo que tengan que ocuparse los programas educativos y…, digo esto y sin embargo fue difícil encontrar para mis hijos una escuela, en Argentina, cuyas pautas no fueran competencia. Mi madre, cuando yo volvía de la escuela, cuando tenía diez años y venia de una prueba de matemáticas, me decía ‘¿y cuánto te sacaste?’ y yo le decía ‘ocho’. Y después aprendí que ese ocho no tenía ninguna importancia porque la pregunta importante venía después que mi mamá me hacía la primera. ‘¿Y cuánto sacó Santiago?’, decía por mi compañero de banco y…, dependiendo de la nota de Santiago mi nota era maravillosa y podía ir al cine esa tarde o…, me tenía que poner a estudiar porque mi nota era más baja que la de Santiago. Yo no era un chico muy lúcido, pero tampoco era tonto, me di cuenta rápidamente que yo podía quedarme toda la tarde estudiando o inventarme algo para que a Santiago le vaya mal en la prueba. Lo cual es muy gracioso en el secundario pero no es tan gracioso en la redacción donde trabajás, en el banco donde trabaja el que lee esta nota o en la oficina, de la que uno sale todos los días, cuando está tratando de cuidar su silla porque el que está al lado está intentando serrucharle la pata. Y no es gracioso vivir así.
Entonces, ¿cómo se da esta historia? La escuela, dice alguna gente, no prepara a los estudiantes para que puedan competir y conseguir un buen trabajo y… La verdad es que a mí me preocuparía menos de que no preparare a la gente para que pueda conseguir una buena vida y esto a nadie le preocupa. ¿No se puede ser las dos cosas? No estoy diciendo que no nos ocupemos de la formación para conseguir un buen trabajo, estoy diciendo que nos ocupemos, un poquito, de entrenar para la vida.
E.P.: Lo que pasa que el origen prusiano de ese modelo de escuela sigue siendo vigente.
J.B.: ¡Claro, claro! Es que aparece en un momento muy particular y muy determinado donde, desde un punto de vista de la inserción social, ¿qué necesita ser un obrero cuando aparece el modelo prusiano? Se necesitaba alguien que no pensara, debido al desarrollo industrial, y que hiciera siempre lo mismo y que aprendiera a repetir y la educación, acompañando este proceso, educaba a los chicos a repetir, dos por dos cuatro, cuatro por dos seis…
E.P.: En un trabajo tuyo, de hace muchos años, decías que una misma terapia no se podía aplicar a un neoyorkino, a un porteño, a un moscovita o a un parisino por las diferencias de su entorno social, económico, cultural… Sin embargo toda tu pedagogía, a través de los libros, tiene un componente universal…
J.B.: … Bueno, ojalá fuera así, el de tener un componente universal. A lo que te referías inicialmente tiene que ver con temas más bien de consulta y personales. Rescato tu pregunta pero…, los libros no son terapéuticos. Que nadie crea que un libro de superación personal puede reemplazar al terapeuta. La colección completa de los libros de Bucay, Dyer, Paulo Coelho, Deepak Chopra, todos ellos juntos, destilados y endovenosos, no pueden reemplazar una buena sesión con un terapeuta. Que nadie se equivoque, los libros son divulgación científica, de ideas, de conceptos, ayudan en todo caso a que te des cuenta que puedes recibir ayuda. Un libro no sustituye a un encuentro con un terapeuta.
E.P.: En su última etapa Carl Jung comentaba que la consciencia nos termina imponiendo unos mecanismos que nos inhabilita para ser espontáneos, intuitivos…, y decide aplicar la ‘no–acción’ y creo que gran parte de tu trabajo también plantea el dejar fluir las cosas, en el que la consciencia no nos impida actuar con cierta intuición y cierta libertad de movimiento.
J.B.: Sí, sí. En realidad la Gestalt, como modelo filosófico y de pensamiento terapéutico, está muy apoyada en los trabajos de Jung, está muy apoyada en la filosofía hinduista y budista y está muy apoyada en la consciencia del existencialismo y…, estas tres líneas confluyen en esta idea que es poémica y a mí me apasiona. Así me formé y en esas cosas creo. Me parece a mí que cuando Krishnamurti dice, ‘una taza solo sirve cuando está vacía’ está diciendo una verdad como un pino pero vivimos llenando de cosas y nunca nos vaciamos y ya nada nos cabe. Me parece que, a veces, hace falta vaciarse y hace falta volver a este vacío fértil que permite que las mejores cosas surjan. Y sobre todo deberíamos conquistar un poquito de esto que nos viene, con tanta afluencia, de Oriente. Quiero decir…, nosotros venimos de una cosmogonía de un dios creador y que donde no había Dios hizo todo y creemos que eso es lo que hay que hacer. Que cuando uno quiere que algo suceda lo que tiene que hacer es ‘hacerlo’ (hace un gesto con la mano), porque así nos han enseñado, porque así viene en nuestra manera de creer el mito de la creación. Un chino, que cree que este mundo que hay, con todo lo que contiene, viene de una mundo anterior y que ese mundo anterior venía de otro universo anterior y ese, a su vez, de otro anterior; un mundo que cree que ‘a’ conduce a ‘b’ y ‘b’ a ‘c’, ‘c’ a ‘d’, ‘d’ a ‘e’…, y que cuando llega a ‘z’ empieza de nuevo ‘a’… Un chino cuando quiere que algo suceda, lo que se plantea hacer es no impedir que suceda. Nunca se plantea esto de ¿qué tengo que hacer para que suceda? Se plantea no interrumpir el suceso. No traba el proceso. A mí me parece que esta filosofía que nos llega o…, la filosofía hinduista…, la historia de simplemente aceptar que esto es así perdiendo la urgencia que sea de otra manera.
Tuve la bendición de estar con el Dalai Lama y le preguntaban , ‘usted comanda una nación que, desde todo punto de vista, es la nación de los guerreros más peligros del mundo que son los monjes Shaolín, ¿me puede explicar porque no se rebelan contra la ocupación de China y recupera su territorio?’ Y el Dalai Lama dijo, ‘los chinos saben que esto no es de ellos y como saben que no es de ellos en algún momento lo van a dejar, nosotros no tenemos prisa’, (hace el comentario final riendo). Claro…, uno se queda escuchando y se sorprende de esa filosofía tan profunda.
E.P.: Jorge Bucay, muchísimas gracias por atender a nuestro medio y a nuestras preguntas. Te deseamos mucho éxito con este nuevo trabajo y esperamos verte pronto de nuevo por Valencia.
J.B.: Muchas gracias, de verdad y…, sí espero volver pronto porque es una ciudad muy linda para visitar y comer sus excelentes paellas. Gracias, sinceramente.
El Péndulo de VLCNoticias/Jimmy Entraigües/Fotos: J.E.