El Péndulo | José Carlos Morenilla.- Nacido en Cocentaina, abogado e historiador vocacional, es un erudito en la Valencia del Siglo de Oro. Capaz de desentrañar los recursos lingüísticos del valenciano antiguo, el latín o el castellano del siglo XV y XVI, se sumerge con entusiasmo en trovas, versos, tratados, edictos, actas notariales, manifiestos de carga o simples asientos de aduanas, para extraer las pistas, las pilastras con las que tender un puente entre sus lectores y la vida que bullía entonces dentro de las murallas de Valencia.
El Péndulo: ¿Por qué escribes novela histórica?
Juan Francisco Ferrándiz: La historia me gustado siempre y la veo. Los hechos que estudio pasan ante mí como si los estuviera viviendo. Tanto esta novela como la anterior, ‘Las horas oscuras’, son novelas llenas de fantasmas. No porque sus protagonistas sean fantasmas, sino porque para mí son personajes reales que vuelven a vivir sus vidas. Me sumerjo en su mundo, en su época. Cuando estoy escribiendo, paseo por las calles de aquella Valencia. Por ejemplo, este hotel (se refiere al hotel Astoria, donde realizamos la entrevista) era el palacio de los Vilarraguts que estaban en contienda con los Centelles, y ambas familias mantenían una contienda similar a la que describe Shakespeare entre los Montesco y los Capuleto. Dos bandos que se provocaban, luchaban y teñían a veces de sangre las calles de Valencia. Los detalles de contiendas como esas van conformando los personajes del libro.
E.P.: Y ¿eso es compatible con tu mentalidad de abogado?
J.F.F.: Sí. Es una válvula de escape. En mi trabajo sólo me está permitida la aridez de los textos jurídicos. Alguien que tenga una imaginación tan fecunda como yo, necesita derramarla sobre otros escritos. De hecho, empecé a escribir novela cuando empecé a ejercer como abogado.
E.P.: Porque…, de los libros aún no se vive ¿verdad?
J.F.F.: Es complicado. Sobre todo ahora que cada vez se venden menos libros. Pero en el futuro, ¿quién sabe? Algunos lo consiguen y yo no pierdo la esperanza de dedicar todo mi tiempo escribir.
E.P.: Parece que cuando un escritor se acerca al Siglo de Oro valenciano se circunscribe a Valencia capital, ¿existía algo más?
J.F.F.: Sí, sí. Claro que sí. Aunque este libro sucede en su mayor parte de Valencia, yo encontré mucha otra documentación. Por ejemplo de los Condes de Corella en Cocentaina a los que les encalló una galera de las que transportaban especias en Gandía y el modo en que se la saquearon. Tengo referencias del bandolerismo en la zona del sur de Valencia y norte de Alicante…, en definitiva, habría un montón de historias que contar. Los detalles de la expulsión de los moriscos en 1609 son apasionantes. Hubo ciudades que se quedaron despobladas en más de un 70%. En Cocentaina hubo un barrio despoblado tan extenso, el Rabal, que hubo que tapiarlo entero durante años.
E.P.: Y los documentos en que te basas, ¿en qué están escritos?
J.F.F.: La mayoría están en valenciano antiguo, algunos le llamarán llemosí. Reconozco que desentrañar este valenciano requiere esfuerzo pero no es un problema para mí. Soy valenciano parlante y mi primera novela fue en valenciano. Aun así, entender a Isabel de Villena o Jaume Roig requiere esfuerzo y trabajo, pero a mí me encanta. Es algo que hago por vocación, en valenciano tenemos una frase para esto: ‘si t’ho manaren, no ho faries!’
E.P.: Y centrándonos en la historia que cuentas en esta obra ‘La llama de la Sabiduría’, ¿dónde termina la historia y empieza la ficción?
J.F.F.: El hospital que describo en la novela existió. Lo fundó Tomas Sorell. El señor de Albalat dels Sorrel, un pueblo que hay al norte cerca de Valencia. Este señor tenía un palacio en Valencia, donde ahora hay un mercado. Los hospitales de entonces los había que eran financiados por el Consell de la ciudad, el equivalente a públicos, o regentados por las Órdenes Religiosas, o bien, fundados por particulares, señores ricos que dedicaban parte de sus riquezas a mantener un hospital. Los hospitales los regentaban lo que se llamaba los Spitalers, normalmente un matrimonio del que el marido era el ‘mayordomo’, lo que hoy se entendería como el director. Y la mujer siempre ocupaba y lugar secundario a cargo de las criadas, etc… Nuestra protagonista es la hija de estos ‘spitalers’ que son los propietarios de la casa en la que Tomas Sorrel funda el hospital. Y ahí empieza la historia. Ella es una mujer joven y soltera a la que por lo tanto no la ampara el derecho de aquella época. Una mujer soltera podía heredar, pero no podía administrar su propia fortuna. He querido que los lectores ‘vieran’ como yo el yugo matrimonial al que estaban sometidas las mujeres de la época. Entonces empiezan sus decisiones. Esta es una novela de decisiones. El lector vivirá su encrucijada. Muertos sus padres, ella tenía dos opciones, vender la casa y liquidar el hospital y con ello formar una dote que le permitiera un matrimonio ventajoso, o mantener el hospital disminuyendo así sus posibilidades de elección de marido. Esto que hoy nos suena tan extraño, lo vivirá el lector con toda su intensidad en la obra.
E.P.: ¿No es sorprendente que una mujer de aquella época pueda ser la protagonista de una novela?
J.F.F.: Todos conocemos la situación de la mujer entonces. Siempre bajo la tutela del padre, el hermano o el marido. Sólo con dos excepciones, que profesara como monja o que se dedicara a la prostitución. Sin embargo, cuando rascas un poco debajo de esa situación, encuentras historias porque las hay, las hay. Hubo mujeres que fueron capaces de protagonizar su propia historia, casi siempre viudas que siguieron con éxito la tarea de sus maridos. Este es un pasaje de ficción que está envuelto en un armazón de lugares, costumbres o acontecimientos reales. ¿Por qué no podría haber sucedido así? El hospital existió. Aún existe la plaza de Beneyto y Coll donde estuvo. En una tesis que he estudiado se ubica en el número tres aunque el edificio actual no tiene la antigüedad de aquel. Pero pegadito al lado del edificio que yo construyo en la mente esta la Torre del Ángel, una de las poquitas de la muralla árabe que quedan, y que ya existía por tanto en el momento de la novela.
Así que, en esta novela, hay dos propósitos. Uno es hacernos vivir la época, conocer cómo se vivía entonces en Valencia. Para ello en la obra pasan muchas cosas, desfilan muchos personajes representativos de aquella manera de vivir. Pienso que, en eso, la obra es muy amena, interesante y fácil de leer, Pero además hay un enigma, la búsqueda de la respuesta a la pregunta, ¿tienen alma las mujeres? No indago en la respuesta sino en el sorprendente hecho de que alguna vez hayamos podido planteárnosla. Tal es el grado de sometimiento en el que la mujer se encontraba inmersa. Pero en la historia, hay una huella femenina en la creación del mundo y la sabiduría que con el paso de los años hemos ido borrando, falseándola hasta ocultarla. Yo indago esa realidad en esta novela.
E.P.: Me sorprende encontrar una Valencia tan viva, tan organizada, tan cívica y documentada. Eso no puede surgir de la nada. Debió haber una continuidad vital, soterrada tal vez pero viva, a pesar de los avatares políticos, conquistas musulmanas o reconquistas cristianas, ¿puedes decirme esos ciudadanos en que lengua hablaban?
J.F.F.: Te contestaré con lo único que es cierto con toda seguridad. Entonces los valencianos hablaban entre ellos.