José A. Garzón
Escritor e investigador
Recomendaciones en torno al momento indicado para disfrutar del mejor Keaton; en el aniversario de su nacimiento.
Three Ages. Este film hay que visionarlo en tres momentos muy diferentes de nuestras vidas. Solo así tiene tres novados mensajes. Entonces, en soledad, usted debe de saber optar.
Seven Chances. Tras una séptima visión del film, este cobra validez plena. Keaton se nos resiste a ser aprehendido, de ahí que tengamos siete ocasiones, siete oportunidades.
Convict 13. Lógicamente hay que ir a la sala un día 13. Ayuda si ese día se ve consumido por la angustia y el pesar más desgarrador. Puede realizar una sesión anti-superstición con Hard Luck (Pamplinas nació el día 13).
…el celuloide se baña de la más honesta de las comicidades, la que rehúye de los falsos alardes…
The Playhouse. Si le invade la desidia, si pocas cosas cuentan, en verdad, para usted, aún tiene la oportunidad de encontrarse con la imaginación desbordante que emana en The Playhouse. Un “multibusterkeaton” lo llena todo —llega a aparecer hasta 9 veces al unísono—; el celuloide se baña de la más honesta de las comicidades, la que rehúye de los falsos alardes, al modo cortaziano: “la vida hay que tomársela un poco en broma, es decir, en serio”. Busterísimo.
The Electric House. ¿Tiene niños? Si es así no pierda la oportunidad de descubrir la caja de sorpresas que aún puede ser el cinematógrafo, tal y como deseaba Méliès.
Produce una pena infinita abandonar la sala de cine para volver… a la realidad.
Pero si no tiene niños no desespere. Con solo dos rollos de película Keaton le proporciona una ocasión inmejorable para volver a ser niño, como Léon Whert en Le petit prince. Produce una pena infinita abandonar la sala de cine para volver… a la realidad.
Our Hospitality. Refleja la lucha constante de Buster por sobrevivir. Es la historia de alguien que ni siquiera tiene un lugar del que sentirse orgulloso por el mero hecho de haber nacido allí, pues es sabido que Picway , un pueblecito de Kansas, fue prematuramente barrido del mapa por un ciclón. Es, por tanto, una historia de arraigo y desarraigo. Pero también una historia de amores y odios. De amores y odios entre dos familias. De familias. Pensamos que es la misma vida, en suma, la que ha sido filmada. Y siempre encontraremos un momento, en no importa qué lugar, para recrearnos con un retrato tan descarnado de la vida.
Sherlock Jr. Su visión le está permitida siempre que lo deseen (aprovechen el actual ciclo de la Filmoteca Valenciana), incluso es aconsejable que lo conviertan en un hábito, pues de este film solo se me ocurre decir que es el más grande —de acuerdo con la genial explicación que sobre ese punto daba Godard—. Y también el más hermoso, que es la forma pura de grandeza. En él la realidad y la ficción se confunden como nunca. Llegan a fundirse. Aunque se ha dicho que el film agota la comicidad por la vía de la exhaustividad, yo les diré, con el riesgo de que les parezca sorprendente, que se trata además del film más serio posible. Y esto es así porque es un film que trata exclusivamente sobre el amor y la honradez. Y no hay atributos más “serios” que estos.
Buster nos da una lección magistral de amor al cine… y sin salirse del cine.
Como se trata de hallar “el momento idóneo” para acercarse al film, les diré que la primera vez que lo vi estaba incluido en una sesión doble como “telonero” de Scarface. Y les aseguró que cumplió su cometido; un tupido e inamovible telón cayó, sin pretenderlo, sobre el film de Howard Hawks, pese a ser una magnífica obra. Buster nos da una lección magistral de amor al cine… y sin salirse del cine.
Pero la autenticidad se cobra —hecho que conocemos muy bien—, a veces, el tributo de ver sucumbir a la belleza.
The Navigator. Se trata de uno de los hijos dilectos de Keaton. ¿Qué le ha pasado al maravilloso invento de Louis Lumière si en nuestros días la acción progresa marginando al detalle? Los propietarios abandonan los coches de lujo sin cerrarlos. Casi nadie paga las consumiciones en los bares. ¿Qué hay del contagio que el cine necesita de la realidad? En los albores del cine, incluso en su concepción genuina, el cine se nutre exclusivamente de la realidad (L´arrivée de un train à la Ciotat; La Sortie de l’usine Lumière à Lyon). A veces, da la sensación de que desea reemplazarla. Por todo ello, El navegante, da una lección soberbia de rigor fílmico. En él no hay ni un solo plano, tal y como sugería Dreyer, que perjudique a la acción, al ritmo narrativo. Este esquema de nuda honradez proporciona una enorme seriedad a una obra aparentemente cómica. Pero la autenticidad se cobra —hecho que conocemos muy bien—, a veces, el tributo de ver sucumbir a la belleza. Así, el más admirable de los gags, favorito de Keaton, fue desechado por su “descontextualización”. A la sazón, en él Buster se convertía en un improvisado policía de tráfico submarino que ordenaba la densa “circulación” de peces. Haciendo acopio de esa extrema honradez fílmica, el realizador termina mostrándonos que la verdadera belleza es en sí misma auténtica.
The General. Siempre hay un tiempo para recrearse con este film, sencillamente porque es un film atemporal. Gracias a él pudo saber Keaton, al final de sus días, que su obra empezaba a valorarse debidamente. Se le empezaba a tomar en serio. El maquinista de la General está considerada hoy como una obra maestra del séptimo arte, siendo además la predilecta de su autor. Se trata de una obra de madurez y bajo ese prisma debe contemplarse.
Keaton se acerca “en silencio” a la Guerra de Secesión, pero desde el punto de vista de los perdedores ya que “un sudista al menos otorga credibilidad”. Nunca una visión tan aislada y sesgada de un conflicto bélico devino en una exégesis tan exhaustiva de las emociones y vicisitudes por él ocasionados.
Estamos en 1926, y solo dos años después la irrupción del sonoro acabará con el silente. Pero “The General” siempre tendrá un sitio en el firmamento cinematográfico, mientras el cine aspire a su condición artística.
El film es el peligro mismo. El peligro de un hombre que huye de sí, intentando ocultar constantemente su propia imagen.
Film. Perturbadora la elocuencia del título. Perturbadora toda la obra. Perturbador Samuel Beckett. En este caso, de forma excepcional, les aconsejaré que si no han visto este corto, tal vez sea preferible que no lo vean. O mejor, véanlo una sola vez, eligiendo cuidadosamente el momento. Esta vez, la última, están solos, yo no puedo ayudarles. El propio Keaton aprobaría mi consejo, de la misma manera que Goethe renegaba de la lectura de Werther (él tan solo leyó la egregia novela en dos ocasiones).
El film es el peligro mismo. El peligro de un hombre que huye de sí, intentando ocultar constantemente su propia imagen. Solo vemos tristeza y angustia.
Son 22 minutos realmente terribles en torno a la soledad del individuo, amiga cognada de la mismísima muerte, cuya presencia es lo verdaderamente tormentoso del film. Pese a ello, en el rostro tremendamente envejecido de Buster, en sus ojos, todavía se adivina, a modo de esperanza, “un poquito de nada*”.
*”Un poquito de nada” es la traducción que José Greco, famoso bailarín de flamenco, le dio a Buster del apelativo “Pamplinas” con el que se le conocía en España. Buster exclamó: “¡Un poquito de nada! ¿Es que no me podrían llamarme “un poquito de algo”? Eso sería suficiente, pero ¡un poquito de nada! después de todo lo que…”. Greco le dijo que estaba equivocado y añadió: “Ese es el mejor cumplido que mis compatriotas pueden dedicarte“. El emotivo pasaje se cuenta en: KEATON, Buster y SAMUELS Charles (colaborador). Slaspstick. Las Memorias de Buster Keaton. Madrid: Plot Ediciones, 1988, p. 184.