La ministra de Ciencia y cabeza visible del socialismo valenciano, Diana Morant, ha alzado la voz tras la reciente sentencia que condena al ex presidente de la Generalitat Eduardo Zaplana. Con un tono que destila tanto satisfacción como advertencia, Morant ha afirmado que este veredicto representa una “victoria de los valencianos” y la prueba irrefutable de lo que ella denomina “la escuela de corrupción” que ha sido el Partido Popular (PP) en la Comunitat Valenciana. Palabras que, dicho sea de paso, parecen estar diseñadas para resonar fuerte y claro en la antesala de un ciclo político que nunca parece alejarse del fantasma de la corrupción.
¿Una victoria de los valencianos o una oportunidad política?
Lo primero que llama la atención en las declaraciones de Morant es el tono triunfalista. Al señalar que la condena a Zaplana es una victoria para los ciudadanos, la ministra apela a un sentimiento que parece estar siempre latente en la sociedad valenciana: la lucha contra la corrupción. Pero, ¿hasta qué punto esta sentencia puede considerarse realmente una “victoria”? No es un secreto que Zaplana llevaba años bajo sospecha, con investigaciones que han salpicado su nombre y su legado político. Para muchos, su condena era casi un hecho esperado, una crónica de una muerte política anunciada, si se quiere.
Es inevitable preguntarse si esta “victoria” es, en realidad, un peón en un juego político mayor. A fin de cuentas, cuando una figura como Morant se lanza a los medios con declaraciones tan contundentes, no solo se está hablando de justicia, sino de cómo ese resultado puede ser utilizado estratégicamente para afianzar una imagen política. No nos engañemos: en política, pocas cosas son casuales, y menos cuando hablamos de corrupción en un territorio que ha visto caer a sus representantes una y otra vez bajo acusaciones similares.
El PP y la corrupción: ¿un estigma eterno?
No es la primera vez que el Partido Popular de la Comunitat Valenciana se ve envuelto en escándalos de corrupción. De hecho, parece que en cada ciclo electoral surge un nuevo caso que mantiene vivo el debate sobre la supuesta “escuela de corrupción” que menciona Morant. Eduardo Zaplana, en particular, no es solo un nombre más en esta larga lista de exdirigentes investigados y condenados; fue uno de los rostros más visibles y poderosos del partido en la región. Su caída, pues, tiene un impacto que va más allá del ámbito judicial, afectando directamente la percepción del partido entre los votantes.
Pero ¿es justo generalizar? ¿Puede una sentencia condenatoria contra un exdirigente extrapolarse para tachar a todo el PP de corrupto, como parece sugerir Morant? Esa es la gran pregunta. La respuesta, por supuesto, depende de a quién se le pregunte. Para los socialistas, la narrativa es clara: el PP ha sido, es y seguirá siendo sinónimo de corrupción. Sin embargo, no faltarán voces dentro del propio PP que aseguren que estos casos son aislados, fruto de individuos que han traicionado la confianza del partido, pero no representan una tendencia estructural.
Lo cierto es que la sombra de la corrupción ha sido, durante años, el talón de Aquiles del Partido Popular en la Comunitat Valenciana. Con figuras tan prominentes como Francisco Camps, Ricardo Costa y el propio Zaplana, el partido ha tenido que enfrentarse a una crisis de legitimidad que, en más de una ocasión, ha puesto en peligro su hegemonía regional. Cada caso nuevo, cada sentencia, reaviva un debate que parece no tener fin.
Los socialistas “vigilantes” y la promesa del cambio
En su comunicado, Morant ha asegurado que los socialistas estarán “vigilantes”. Una frase que, aunque breve, encierra una promesa de continuidad en la lucha contra la corrupción. Pero, ¿qué significa realmente estar vigilante? ¿Acaso no es el deber de todos los partidos políticos, independientemente de su color, garantizar que las instituciones funcionen de manera transparente y justa? En este sentido, la afirmación de Morant parece más un recordatorio para sus rivales políticos que una verdadera declaración de intenciones.
Lo interesante aquí es cómo esta vigilancia promete ser utilizada como una bandera electoral. Con elecciones siempre a la vuelta de la esquina, los socialistas están posicionándose como los guardianes de la legalidad, los que no permitirán que los fantasmas del pasado vuelvan a instalarse en las instituciones valencianas. La corrupción, que durante años ha sido una carga para el PP, se convierte en una oportunidad para los socialistas de consolidarse como el partido del “cambio” y la transparencia. Pero, de nuevo, cabe preguntarse: ¿cuánto de esto es retórica y cuánto es una verdadera promesa de acción?
El contexto: una Comunitat que no olvida
No podemos entender el impacto de estas declaraciones sin recordar el contexto en el que se producen. La Comunitat Valenciana ha sido un terreno fértil para los casos de corrupción política durante décadas. Desde la trama Gürtel hasta los casos de financiación ilegal, los valencianos han visto cómo sus dirigentes caían uno tras otro en escándalos que han sacudido los cimientos de la política regional. Por eso, cada nueva sentencia no solo afecta a las figuras políticas implicadas, sino que resuena profundamente en la sociedad.
Es probable que muchos ciudadanos reciban la noticia de la condena a Zaplana con una mezcla de satisfacción y escepticismo. Satisfacción porque, al fin y al cabo, parece que la justicia ha llegado para aquellos que, durante años, parecían intocables. Pero también escepticismo porque, para muchos, esto no es más que un capítulo más en una historia que parece no tener fin. Cada vez que se cierra un caso, parece que otro surge en su lugar, perpetuando la sensación de que la corrupción es una constante en la política valenciana.
¿Realmente se cierra un ciclo con la condena a Zaplana?
La condena de Eduardo Zaplana marca un punto de inflexión, sin duda. Pero, ¿es realmente el fin de una era o simplemente el principio de una nueva fase en la política valenciana? Para algunos, esto representa el cierre de un ciclo en el que figuras emblemáticas del PP han caído bajo el peso de la justicia. Para otros, es solo una muestra más de que el sistema sigue siendo vulnerable a las mismas prácticas de siempre, y que la verdadera batalla contra la corrupción está lejos de ser ganada.
Y ahora, nos toca reflexionar: ¿ha aprendido algo la clase política valenciana de tantos años de escándalos y condenas, o estamos condenados a repetir la historia? ¿Será la condena de Zaplana la última en una larga serie, o simplemente una más en la interminable lista de casos que sacuden la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes? Solo el tiempo lo dirá.
Conclusión: ¿Es esta realmente una victoria?
Diana Morant ha dejado claro que los socialistas estarán vigilantes. Pero la verdadera pregunta es: ¿quién está vigilando a los vigilantes? Porque, aunque la condena de Eduardo Zaplana puede ser vista como un triunfo, también es un recordatorio de que la corrupción es un problema que trasciende a los partidos políticos. ¿Será este el momento en que la política valenciana finalmente cambie de rumbo, o estamos ante otro episodio más en una historia que ya hemos visto demasiadas veces?