La antigua confitería de Germán Burriel, de la calle de Zaragoza, nº 17, se constituyó en un punto de referencia festiva en la ciudad. Su oferta de repostería no tuvo competencia con ningún establecimiento de Valencia de las postrimerías del siglo XIX.
A finales de 1892 Germán Burriel editó un curioso librito como regalo a sus clientes a los que daba la bienvenida al Año Nuevo: Almanaque para 1893. A sus parroquianos, comenzando con unas palabras del citado propietario: Deseoso de corresponder al favor que el público me dispensa…
En sus 64 páginas hay apartados interesantes. Además del Juicio del Año, varios poemas dedicados a la confitería y su mundo, un santoral y un jeroglífico, da principio a lo que nuestro comerciante titula ‘Días Clásicos’ y es ese capítulo, quizá, el más interesante bajo el punto de vista de celebración festiva.
Se trata de una relación, mes por mes, de las fiestas que acontecen en la ciudad y los productos que se consumen, especialmente los dulces y derivados: El año comienza con dulces solemnidades y es de rúbrica regalar a los Manueles, y dar el Año Nuevo a los amigos, con obra de confitería, bien sean ramilletes, bien pasteles, tortadas o esos artísticos cestillos y chucherías que Germán tiene, de tanto gusto.
En cada mes cita una o más celebraciones que adorna con poesías relacionadas a cada fiesta, productos que se consumen y costumbres que se realizan. Pues bien, nos llama la atención y sirve como ejemplo, el mes de octubre y la festividad a Sant Donís.
Vemos una de las más antiguas referencias en cuanto a la piuleta i el tronador y su relación con los enamorados. Es en el último tercio de siglo cuando la piuleta de mazapán iba dispuesta de un lacito de vistosos colores y el tronador ricamente adornado con dibujos a modo de encajes, lo cual hacía de estos típicos dulces todo un ejemplo de elaboración de la repostería autóctona.
Acaba el curioso librito con una serie de recetas de repostería en las que se aprecia el carácter valenciano del origen de muchas de ellas, quizá con elaboraciones inalterables procedentes de siglos anteriores. Las tres últimas hojas las dedica a un pequeño catálogo de los productos que se podían adquirir en el establecimiento.
El Ángel del Silencio nos recuerda el paso de los Burriel por Valencia.