Desde que he llegado de nuevo a Ciudad de México, las mejores historias me las encuentro en el metrobús. El otro día iba de pie tan tranquilo, sin estar apretado y sin preocuparme por nada. De repente subió un señor que iba de un lado a otro, borracho. La casualidad hizo que se pusiera a mi lado. A los 30 segundos me miró y me indicó con su mano si la dirección era la correcta para ir a una determinada estación. Empecé a hablarle, pero no me entendía. Al poco me di cuenta que era sordomudo. Ya os podéis imaginar el cuadro: explicar a una persona borracha y sordomuda que íbamos bien, que le quedaban X paradas y que estuviera tranquilo.
También es sorprendente, ahora menos, que cuando compras algo en un lugar el chico o la chica que te atiende siempre dice lo siguiente en voz alta: “recibo XXX”. Recuerdo el primer día que lo escuché y lo que dije: “Ya sé que te doy 100”. Su contestación fue: “es para asegurarnos que, efectivamente, usted me ha dado ese dinero”.
Y es que, a pesar de que lleve un año en el DF, cada día me sorprendo de muchas cosas. Por ejemplo, en esta ciudad no suelen haber contenedores y la forma de tirar la basura es esperar a que por la mañana pase el camión de la basura. Para enterarte solo tienes que esperar que suene una campanita, salir con tu basura y entregarla. Así de sencillo.
Sé que no hablo mucho de mi nuevo trabajo pero, de momento, no ha pasado nada extraordinario. Bueno, sí. Puesto que reviso el contenido que aparece en redes sociales sobre Telmex (Teléfonos Mexicanos), de vez en cuando tengo que ir a la sede de esta empresa a alguna reunión. Os prometo que el primer día que fui pensé que había retrocedido 30-40 años en el tiempo. Se trata de un edificio con una estética desangelada, fría, de líneas rectas y decorada como si estuviéramos en los años 70-80. Me dio miedo.
El mismo miedo que cuando corro cerca de algún parque y los perros andan sueltos, o cuando decido entrenar en el Paseo de la Reforma y me encuentro una manifestación de miles y miles de personas, o cuando decido salir a la calle y, de repente, el cielo se pone muy negro porque es sinónimo de que en breves segundos va a llover muy fuerte. De hecho, llegué el 1 de septiembre y desde que estoy aquí solo NO ha llovido un día.
La verdad es que en mi segunda etapa en México me está costando más la adaptación que cuando vine por primera vez. Y yo creí que no sería así. No sé a que puede deberse, pero estoy notando más mi soledad. Espero poder sentirme de otra forma en breve porque no me gustaría pasarlo mal. Trato de combatirlo con el deporte, paseando o quedando, de vez en cuando, con gente que conozco. Sin embargo, la sensación es que algo me falta, algo falla. Seguiremos informando.
Toni Marí |@tonimariblasco