El Péndulo | Jimmy Entraigües.- El escritor y crítico teatral Marcos Ordóñez acaba de publicar ‘Juegos reunidos’ (Libros del Asteroide, 2016), un ameno y sincero autorretrato del autor en el que se entrecruzan viajes, recuerdos, calles, personajes, poesía, ficción, realidad…, y un sinfín de situaciones e historias que da continuidad a su trabajo autobiográfico iniciado con ‘Un jardín abandonado por los pájaros’ en 2013.
Como si de un divertimento sentimental (no melancólico, ojo) se tratara, la obra nos lleva por el paisaje urbano (humano también) y las vivencias de una persona que siente con intensidad su ciudad y cuanto ella le ofrece. Los años 70’ y 80’ se presentan como una gran fotografía personal llena de sugerencias y complicidades que, además de sacar una sonrisa, deja una mirada cargada de composiciones y el retrato de una generación.
Vía correo electrónico, Ordóñez nos comenta los interiores de su libro y sus ‘juegos’.
El Péndulo: ‘Juegos reunidos’ tiene un carácter muy autobiográfico pero por otro lado es también una larga fotografía de dos décadas de la sociedad asociada a recuerdos y vivencias, ¿forma parte de la idea original construir un relato personal en forma de collage?
Marcos Ordóñez: Me apetecía continuar, en cierto modo, el material de ‘Un jardín abandonado por los pájaros’, que acababa en los primeros años setenta, pero quería buscar otra forma. Escribí ‘Nuestra canción’, que es una novela corta ambientada en el verano del 77’ en Barcelona. Y luego comenzaron a surgir otras historias, crónicas, paseos y poemas que formaban una constelación, una especie de autorretrato sentimental, más allá de la cronología, pues hay materiales de los setenta, de los ochenta y un tanto intemporales, pero siempre personales (que a veces se reflejan, se busque o no, lo colectivo). Así surgió ‘Juegos reunidos’. Mi modelo (inalcanzable, como todos los modelos) fue ‘Musica para camaleones’ de Capote: una constelación de textos y géneros que acababa trazando el dibujo del rostro del autor.
E.P.: Hay todo un capítulo dedicado al Parque Chas, parque que según Borges encierra demasiados secretos para ser un parque porteño, ¿tiene ‘Juegos reunidos’ partes de secretos como Parque Chas?
M.O.: Muchos. Umbrales, pasajes y mapas secretos. Ya los descubrirá el lector: es uno de los juegos propuestos. Y no hay que olvidar el pasadizo secreto que conduce desde Parque Chas, ese lugar donde va a parar todo lo que se pierde, hasta Barcelona. En el libro hay varios “barrios mentales”, para decirlo con palabras de Marsé, donde se abren puertas a otras dimensiones. No en vano el libro comienza con ‘Astor’, para marcar, de algún modo, el tablero, el terreno de juego. Por cierto que ‘lo argentino’ es una recurrencia en mucho de lo que escribo. El año que viene, Asteroide reeditará ‘Detrás del hielo’, que sucede en un país imaginario, la república de Moira, pero muy cercano a la Argentina de los años 70. Que nunca conocí, naturalmente. Salvo en sueños.
E.P.: Al final del libro se incluye un juego de la oca y…, me viene a la
memoria un autor argentino, Cortázar. ¿Hay en ‘Juegos reunidos’ algo del ‘Rayuela’ que invita a leer el libro como un juego?
M.O.: Cortázar y Bioy fueron grandes descubrimientos de adolescencia, grandes pasiones y grandes influencias. Y Manuel Puig, al que intento homenajear en ‘En su mejor momento como mujer y como actriz’. El juego de la oca del final sugiere una serie de conexiones entre los textos, pero es más un guiño que una indicación. No hay una estructura ‘rayueliana’, aleatoria: los textos están ordenados de un modo específico, buscando puentes y ecos tonales y temáticos. Naturalmente, el lector puede leerlos en el orden que le dé la gana. Volviendo a Cortázar, creo que ‘Juegos…’ está más cerca de los mosaicos de ‘La vuelta al día en ochenta mundos’ y ‘Último round’.
E.P.: En el libro hay anécdotas, vivencias, poesía, cine, literatura, música, teatro… ¿es también un repaso generacional y cultural de una etapa efervescente de España?
M.O.: Por lo que voy viendo, y al contar con materiales tan diversos, ‘Juegos reunidos’ tiene tantas lecturas como lectores. Para algunos es un retrato generacional, para otros un autorretrato de quien escribe. Y un mapa oculto de una ciudad y una época. Alguien me dijo hace poco que la mayoría de las piezas empiezan en un territorio o en un género y acaban en una zona inesperada: estoy de acuerdo con eso. Otro me comentó que le gustaba la combinación de efervescencia, melancolía, humor y misterio.
E.P.: ¿Son los espacios, los libros, las personalidades, la música…, los que marcan nuestros recuerdos o…, somos nosotros los impregnamos el recuerdo a un libro, a una persona, a una película…?
M.O.: Cuando hablo de una película, una canción o una historia hablo de un estado de ánimo, de la cristalización de un sentimiento. ‘Runaway’, por ejemplo, gira en torno a ‘American Graffiti’, de Georges Lucas, pero no se centra en las bondades de la película, que son muchas, sino de qué forma esa historia quintaesenció para mí el anhelo de huida y de paraíso (inventado, pero con una gran intensidad lírica) que sentía a los diecisiete años: un arquetipo del pasado. Del mismo modo, el paseo imaginario con Jep Gambardella de ‘La gran belleza’ trata de condensar la figura de un futuro más cercano de lo que quisiera. Creo que los recuerdos, para que tengan sentido de cara al lector, han de contener una potencia arquetípica y, sobre todo, narrativa: en caso contrario se quedan en simples anécdotas personales, cosa que tiene muy relativo interés.
E.P.: Dado que el libro es un collage en su estructura, ¿podríamos decir que la vida de Marcos Ordoñez es también un collage que avanza entre el autorretrato y los recuerdos?
M.O.: Por lo que voy viendo, toda vida es una sucesión de vidas breves, como bien lo contó Onetti: por eso nos cuesta siempre reconocernos en las antiguas fotos. El problema con las vidas breves es que cuando crees que ya comprendes el libro de instrucciones de una, llega la siguiente y te pilla siempre sin manual. O al revés: que cuando crees haber aprendido el funcionamiento de la máquina, un tropiezo de raíces muy lejanas te hace ver que no has cambiado tanto como creías. En fin, que la vida te pone siempre en tu sitio: el de un aprendiz. Ahí está la gracia, por otro lado.
E.P.: Muchas gracias por responder a nuestras preguntas.
M.O.: Gracias a vosotros.