El Péndulo | José Carlos Morenilla.- Por su correcta manera de vestir, su amabilidad y buena educación, Montero Glez, no llama la atención ni hace saltar las alarmas intelectuales o emocionales en quienes lo saludan con tan sólo un hola y un adiós.
Y eso es así…, hasta que oyes lo que dice, hasta que lees lo que escribe o hasta que sabes lo que sabe. Glez acaba de publicar ‘Talco y bronce’ (Editorial Algaida).
El Péndulo: Sorprende en tu novela la forma de hablar de sus personajes, sus diálogos tan singulares. Ese desconcierto inicial que provocan en el lector, ¿es algo intencionado?
Montero Glez: Yo admiro los diálogos de Ferlosio en ‘Jarama’ (Rafael Sánchez Ferlosio obtuvo el premio Nadal en 1955 por su obra Jarama, donde destacan poderosamente sus diálogos). Los diálogos sirven, me sirven a mí, para vertebrar a los personajes. Son diálogos muertos, como dice Gregorio Morán que deben ser. Si fueran demasiado vivos impedirían brillar a la novela.
Yo quería que mis diálogos fueran exactamente como son para lo que utilicé el leguaje que utilizaban los quinquis de la época. Tuve que recuperar todo mi fichero de palabras. Porque yo soy fundamentalmente un lector, un oyente que colecciona palabras, y cuando encuentro o escucho una palabra me hago una ficha si la considero especial sea por su significado o por su sonoridad.
E.P.: Resulta que, esos diálogos, a pesar del argot, no necesitan descifrarse, uno pasa rápidamente sobre ellos sin necesidad de traducirlos. ¿Cómo lo consigues?
M.G.: Eso es precisamente lo que pretendo, que el lector no se detenga, que no necesite descifrarlos. Uno no va al museo del Prado a ‘descifrar’ un cuadro. Simplemente lo contempla. La naturaleza no necesita descifrarse. Es como decía Hemingway, lo más importante de lo que se dice es lo que no se dice, como en un iceberg la parte oculta es el 90%. Inmediatamente esa riqueza la adquiere el personaje.
E.P.: ¿Es intencionado que en una novela de policías y ladrones, los protagonistas sean los ‘malos’, los ladrones, con los que el lector conecta de inmediato al margen de cualquier juicio moral que sobre ellos debiera hacer?
M.G.: Es que en esta novela no hay buenos. Hay malos y malísimos. A mí me hace mucha gracia cuando dicen que la función de la policía es perseguir el delito. Para mí el mayor delito que hay es la injusticia social y esa la persiguen poco. Es más, cuando toca perseguir esa injusticia, se ponen de su parte. Y de ahí arranco. Esto pasó en Madrid hace años. No exactamente así, pero todo tiene una base real. La brigada anti-atracos se dedicaba a organizar los atracos. Aún hoy, los llamados antidisturbios son los primeros en provocar los disturbios. Es una de esas trampas del lenguaje.
E.P.: Hoy asistimos a una especie de revolución intelectual donde hay grupos que parecen rechazar la legalidad porque la consideran injusta. Y, por el contrario, tenemos unos poderes que se apresuran a promulgar leyes que convierten en delito muchas cosas que ayer no lo eran: determinadas manifestaciones, oponerse a los desahucios, etc… ¿Tus personajes delincuentes también son insumisos a la injusticia?
M.G.: Al final, es la regulación de la relación del hombre con la propiedad lo que va a determinar lo que es delito. Sin embargo, es la existencia de la riqueza privada lo que es un robo, y debiera ser lo delictivo. Yo esto lo formulo como Proudhon, (político revolucionario francés 1809-1865, que junto a Kropotkin y Bakunin desarrolló las bases del anarquismo) pues siendo la propiedad algo innato e intuitivo, ¿cómo es posible que haya gentes que no tengan nada? Porque la acumulación de la propiedad en manos de pocos es delito. A partir de ahí surge la conciencia donde, si sabes que la propiedad es un robo, te buscas mecanismos con los que combatirla. Los ilegalistas establecieron el derecho de recuperación individual, donde robar al rico era ejercer un derecho propio. Eran una especie de Robin Hood. Por eso mis personajes atraen, porque sin saberlo, el lector percibe esta perversión del concepto de delito. Matar, sin embargo, nunca puede considerarse bueno, porque es robar algo inviolable, la vida.
E.P.: De todas las obras que has escrito ¿hay alguna en que estas ideas tan interesantes y arriesgadas resulten más explícitas?
M.G.: Yo siempre he sido una persona con compromiso en todo. Lo que pasa es que al revés de lo que les pasa a algunos, este compromiso en vez de irse diluyendo, yo lo voy afianzando. Yo me reafirmo en cada libro con esto que te confieso aquí. Sólo tengo publicado una obra en que desgrano abiertamente mis sentimientos e ideas, es ‘Huella jonda del héroe’, donde reinterpretando los trabajos de Hércules, hablo de todo esto, de mi posición comprometida con la historia. Porque para mí la historia de la humanidad sigue siendo la historia de la lucha de clases.
E.P.: Volviendo a la novela, encuentro que el Chiqueli es un personaje muy bien construido y que seguro que habrá calado en el ánimo de los lectores. ¿Nos tenemos que despedir de él en esta obra o habrá más episodios con él?
M.G.: Yo también pienso un poco así, y por primera vez en mucho tiempo me estoy planteando escribir otra entrega, con él…, y con el Perkins, claro.
Este es Montero Glez, alguien sin afán de protagonismo, seguro, íntegro y sorprendente. Alguien que desgrana sus ideas y llena las páginas de sus libros como un apasionado relator de la vida, con lucidez y esfuerzo inusuales entre los que buscamos la salida al laberinto. Escuchándolo y leyendo sus libros, se llega a la certeza de que hay que atender a esa otra cara de la realidad, sobre todo ahora que los vocingleros de dogmas no acallan nuestra incertidumbre.