El Péndulo | Jorge Fernández Guerra.- Inmaculada Tomás Vert estaba emparentada con Juan Vert, aquel compositor que, junto con Reveriano Soutullo, firmó zarzuelas como ‘La del Soto del Parral’ o ‘La leyenda del beso’. Pero, ante todo, Inmaculada Tomás era una gestora musical, esa cosa que, por lo visto, todo el mundo sabe hacer. Y era valenciana, lo que es casi una aristocracia cuando de música se habla.
Inmaculada Tomás vivió la institucionalización de la música en su Comunidad con pasión. Su curriculo es espectacular, contribuyó a consolidar el Cor de la Generalitat de Valéncia, la Joven Orquesta de la Comunidad Valenciana, el Grup Instrumental de Valéncia, la Capella de Ministrers; coordinó el Festival ENSEMS de música contemporánea y el de Música Antigua y Barroca de Peñíscola. Es decir, apoyó la música antigua y la contemporánea, el repertorio clásico y sus grupos imprescindibles. Pero, no fue todo, trabajó para que la red de bandas de su Comunidad, y todo lo que ello conlleva, tuvieran siempre apoyo institucional. Quizá el resumen de todo ello es que su figura fue fundamental para la creación de una Ley de la Música, la única creada en España.
En 1999 fue nombrada directora del Institut Valencià de la Música. Desde ese puesto, trabajé con ella durante diez años como director del Festival de Música de Alicante. Fue una colaboración fácil en un entorno espinoso: el Festival alicantino dependía del Ministerio de Cultura y tenía apoyo del Ayuntamiento de Alicante. Esto era territorio comanche para la Generalitat de Valéncia que ella representaba, y puedo dar fe de que el engarce institucional dependió de los buenos modos y la lucidez de Tomás. La recuerdo incansable viniendo a Madrid cuando era preciso (era el alto cargo que más viajes a Madrid ha realizado de toda España en el ámbito que conocí), y a Alicante para hacer acto de presencia de un apoyo que los alicantinos veían como cogido con alfileres. También yo realicé numerosos viajes a Valencia, donde siempre me esperaba Inmaculada para comenzar una reunión en su despacho y concluirla ante un arroz imprescindible.
Poco más tarde ya éramos amigos y tuvo la amabilidad de nombrarme vocal del Consell del Institut Valenciá de la Música. A Inmaculada Tomás le cabía en la cabeza el plano institucional de la música: la base social, los grupos de élite, el patrimonio, la documentación, los festivales… En esos años, encontrarte a alguien así en Valencia parecía lo normal, hoy sé que era casi un milagro. En esa misma Valencia, riquísima en música, también se encontraba el descontrol del Palau de les Arts y su voracidad (aún la recuerdo, paella mediante, contándome alguna llamada de alguien del staff de la Ópera que le decía, “ganó más del doble que tú”). O el desbarajuste de nuevo rico del Palau de la Música en la larga noche del PP.
Inmaculada Tomás, en suma, se había convertido en una superviviente, capaz de transmitir sensatez a un entorno plagado de equívocos; en alguien capaz de apoyar con mano firme la música contemporánea como algo imprescindible en una vida musical tan exuberante como caótica, sin olvidar cualquier otra franja de la música que, para elle, era un todo.
Su fallecimiento a los 65 años, en el linde de la jubilación, le ha ganado la partida a un merecidísimo descanso. Ahora que su Comunidad se enfrenta a un cambio completo de estructuras políticas, sería bueno que sus nuevos responsables sean capaces de ver dónde estuvo la cordura y la ambición institucional, y donde estuvo el enloquecimiento y el despilfarro. Si no leen correctamente el pasado, no sería raro que se volvieran a cometer errores que no por ser de signo opuesto serían menos graves. Pero si leen adecuadamente lo que estas dos últimas décadas han sido, a buen seguro que encontrarán la estela de Inmaculada Tomás en el ámbito de la gestión musical. Si personas así no sirven como emulación seguiremos fracasando como país. (Cortesía de www.docenotas.com – ISSN 2174-8837)