La prostitución más ínfima
Esta práctica venía de antiguo. Cuando por el tema económico no se podía acceder a los servicios que ofrecían los prostíbulos, se recurría entonces a las pajilleras, mujeres que en sus años más jóvenes habían sido prostitutas callejeras o de salón, que con el paso del tiempo realizaban pajas, servicios de masturbación por diversos puntos de la ciudad y también en el interior de ciertos cines, en sus lavabos o en las últimas filas de butacas, teniendo el Versalles como uno de sus preferidos.
Fue famosa una pajillera que durante cierto tiempo tuvo su centro de actuación en el Cine Ideal.
En las calles se concentraban en puntos tales como las inmediaciones y puertas del campo de fútbol de Mestalla, en la barandilla del río en el paseo de la Pechina, frente a la casa de Caridad, en la calle del Beato Gaspar Bono, junto al Jardín Botánico, frente al canódromo de la avenida del Puerto, en el puente de hierro de Monteolivete, en la otra parte del río junto al Patronato Obrero, al final de la calle de Jesús, junto a la tapia de la antigua estación de su mismo nombre y, para los soldados, a espaldas de la Capitanía General.
También se les vio en la zona de la Plaza Redonda aprovechando la presencia de labradores conformes a una rápida masturbación. A finales de los años 20 se vieron a la parte de la Alameda que recae junto al cauce del río.
Cobraban precios módicos por los servicios. En los años 60 eran de 10 a 20 pesetas, que incluían también por parte del cliente, el manoseo de sus pechos. En algunas ocasiones, sobre todo en el periodo invernal, se las ha visto provistas de una botella o termo con agua caliente, para tres funciones distintas, calentarse las manos, rociar el pene del cliente que estimulara una rápida erección y para lavarse después de acabado el servicio, incluida una pequeña toalla. Algunas incluso portaban cigarrillos que vendían a sus satisfechos clientes.
La paja podía ser en húmedo o en seco, dependiendo de la utilización de saliva. En algunos casos, se les vio con una prenda de adorno que formaba parte del triste espectáculo.
Se trataba de una pulsera de bisutería provista de cascabeles que sonaban al movimiento enérgico de la mano, lo que daba a la acción masturbatoria un carácter de acompañamiento musical, circunstancia que solía aumentar el precio. Tristes conciertos.