Es curioso cómo mirando la fachada de una embajada puedes saber si el país es o no pobre. Os digo esto porque es una de las cosas con las que más me he fijado desde que vivo en el barrio de Polanco. En esta zona existen muchas embajadas. Me llama la atención cómo en una misma calle te puedes encontrar a la Embajada de Rumanía y a la de Alemania y comprobar que, efectivamente, hasta en eso se demuestra la opulencia y la miseria de un país. En este caso, la de Rumanía es una casa tétrica, fea y descuidada, mientras que la de Alemania está muy bien cuidada, es bonita y muy cara.
También me resulta muy curioso observar que a pesar de que España tenga miseria y paro, se permite el lujo de tener una embajada grande, muy grande, y cara, muy cara. Siempre que paso por delante de ella me hago la siguiente pregunta: ¿es necesario tanto? Lo interesante del tema es que me comentaron que el embajador vive en una zona exclusiva de Ciudad de México y no es una casa precisamente muy barata.
Os quería contar todo esto porque mi trayecto de la casa al trabajo es de lo más divertido. No sólo veo embajadas sino que también veo a numerosos judíos ortodoxos con sus vestimentas y barbas particulares, así como al joven judío de la bicicleta que se dirige a algún lugar que desconozco. Precisamente, el otro día ese chico llevaba una bufanda del Barça y se me ocurrió decirle: “Força Barça”. El chico me miró con cara rara y se marchó. Lo bueno es que al cabo de 5 minutos, me lo volví a cruzar y me hizo la señal de la victoria. Creo que al final sí que me entendió.
También suelo coincidir con el señor que abre la puerta de un garaje. Parece que tenemos telepatía puesto que siempre que me lo encuentro está abriendo esa puerta. Recuerdo al grupo de trabajadores de una obra que siempre están comiendo algo cuando paso por delante de ellos. Y, por supuesto, no puedo olvidar a la señora que está barriendo la acera en un punto determinado de mi trayecto.
Todos ellos son protagonistas de mi historia. Ellos no lo saben, pero forman parte de ella. De igual manera, también entran los pequeños momentos que nunca olvidaré, como puede ser estar sentado en un parque contemplando lo que ocurre a mi alrededor, o buscando un pan que me recuerde al que me comía en Valencia. Tengo enormes dificultades para conseguir una barra de pan que me provoque esa paz interior que necesito cuando quiero hacerme una simple tortilla.
Imágenes, pequeñas historias, protagonistas que pasan por mi lado, que no se dan cuenta de que están en mis pensamientos y en mis palabras. Porque, ¿cómo va a creer el señor que en estos momentos está pasando por la calle vendiendo oaxaqueños con un megáfono incorporado que ahora le estoy mencionando en este post? ¿O por qué tiene que pensar el portero de mi edificio que todas las mañanas me da la mano para saludarme que también lo estoy nombrando?
Todos ellos se quedarán en mi memoria cuando no esté aquí. De momento no sé cuándo llegará el día que me marche. Lo que sé es que hoy hace 5 meses que llegué a Ciudad de México sin saber que sería de mí. A día de hoy tampoco puedo deciros qué me ocurrirá en unos meses. Intento vivir el día a día y no agobiarme. Lo interesante es que mis sentimientos son como una montaña rusa: un día estás muy animado y te crees el rey del mambo, pero al día siguiente sólo piensas en marcharte, en decir basta. Y es que en esta ciudad todo es posible, hasta el punto de que un día te puede salir todo mal y al día siguiente todo lo contrario. No hay un término medio.
Realmente este espacio sirve para desahogarme, al igual que cuando corro. Son los mejores momentos. Digo y pienso lo que quiero, me imagino historias o, simplemente, me dejo llevar. Sobre todo me permite llenar el vacío que tengo durante muchos momentos del día, sobre todo durante el fin de semana. Correr, escribir y escuchar música. Gracias a estas tres cosas estoy sobreviviendo en México. De todas maneras, nadie me dijo que sería fácil. Lo asumo. Seguiremos informando.
VLC Ciudad /@tonimariblasco