Gil-Manuel Hernàndez i Martí
Sociólogo e historiador. Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social, Universitat de València
Una de las cosas que más impresiona a un observador de nuestra sórdida realidad social es al abrumador papel que ha jugado el silencio cómplice de tanta gente en los desafueros políticos y económicos cometidos en los últimos tiempos. Un silencio masivo, anónimo, pertinaz, que ha penetrado de forma capilar en todos los rincones y sectores, y que ha sido capaz de aupar a las peores alimañas humanas a los principales puestos de responsabilidad. Ahora que las vacas flacas han llegado para quedarse se pagan las consecuencias muy amargamente, y más todavía que quedan por pagar.
…abrumador papel que ha jugado el silencio cómplice de tanta gente en los desafueros políticos y económicos cometidos en los últimos tiempos…
No es la primera vez que sucede ni será la última. Parece ser que ciertas oscuras pulsiones del alma humana conducen a este tipo de vergonzosos comportamientos. Millones de ciudadanos deciden con su voto que el poder político se transfiera a auténticos delincuentes de guante blanco, travestidos de demócratas y con una honestidad tan falsa como muchos de sus pretendidos curriculums profesionales o académicos. Millones de personas de las que nadie dirían que fueran malvadas, contribuyen con su vacía aquiescencia a la propagación de la barbarie neoliberal, convencidos como llegan a estar de que eso es lo mejor para la sociedad. Hasta tal punto llega el estropicio de quienes tanto interiorizaron aquella máxima franquista de no “significarse”, de “ver, oír y callar”, de permanecer políticamente mudos para no buscarse problemas.
Millones de ciudadanos deciden con su voto que el poder político se transfiera a auténticos delincuentes de guante blanco…
Pero resulta que tanto silencio, que tanta condescendencia, acaban traduciéndose en un claro grito de guerra, la que han declarado los que nada tienen que decir porque quieren que otros lo decidan todo por ellos. Por ellos y por nosotros, para más infamia. Pretenden que pensemos que solo pasaban por allí mientras se cometían las mayores tropelías urbanísticas, mientras se saqueaba lo común impunemente, mientras se propagaba la corrupción como el más natural de los fluidos o se aplaudían las ocurrencias delirantes de los supuestos gestores de la “excelencia”. Pretenden, sencillamente, que olvidemos.
Ahora solo han quedado los ruinas, los cascotes, el barro sucio del crimen subterráneo, la zafiedad de las excusas que mascullan quienes nos hundieron en la crisis. Ahora esos miembros del pueblo que guardaron un estruendoso silencio de años se sienten descolocados y traicionados, abandonados, engañados por los que otrora admiraron y disculparon. Incluso muchos de ellos se muestran dispuestos a hablar por fin, pero para hacerse oír en las truculentas trincheras del peor populismo. Así se escribe, a fin de cuentas, nuestra historia, tan hecha de voces silenciadas y de silenciadores silenciosos. Todo entre bastidores, sin que se note mucho, no vaya a ser que al final se sepa todo y ya no haya donde esconderse.
Ahora solo han quedado los ruinas, los cascotes, el barro sucio del crimen subterráneo, la zafiedad de las excusas que mascullan quienes nos hundieron en la crisis.