Jesús Peris Llorca
Profesor de Literatura
Ayer una amiga cuyo hijo estudia en el Colegio Público Max Aub de la ciudad de Valencia me envió una expresiva foto del estado de su patio la víspera del inicio de las clases. Aparece impracticable, lleno de escombros. Toda una metáfora: un colegio público llamado Max Aub entre escombros. No muy lejos, los padres del Colegio Ciutat de Cremona, de Alaquàs, que la Generalitat se ha empeñado en cerrar, siguen luchando por su supervivencia. Mientras tanto, la Consellera de Educación, Maria José Catalá, se felicitaba de la normalidad con la que los valencianos iniciamos el curso -y la aplicación de la LOMCE- antes que nadie. La normalidad de su política. Sin novedad en el frente.
Escombros tenían también las aulas de infantil del Colegio Público Cervantes. Se les caía el techo a pedazos. El curso pasado veíamos como nuestros hijos literalmente se jugaban la vida cada día por ejercer su derecho a una educación pública, laica, de calidad y en valenciano. Esta mañana, he acompañado a mi hija a su primer día en Primaria, con más incógnitas que nunca, ante la amenaza de la LOMCE, el supuesto trilingüismo y demás armas de choque reaccionarias sobre nuestras cabezas. En el corrillo de padres, inquietud. De repente, una madre dice: “Este año van a ser más de treinta en aula. En la clase de Lucas van a ser menos”. Lucas fue compañerito de clase de mi hija el año pasado. Este año comienza educación primaria en un colegio concertado.
No sé si será verdad que en la clase de Lucas serán menos que en la de mi hija. En realidad una de las características de la escuela concertada ha sido saltarse las ratios de estudiantes por aula con la connivencia de la administración autonómica. Lo verdaderamente importante es cómo circula el rumor. Creo que ese es el objetivo de la política de María José Catalá y los ejecutores anteriores: degradar al máximo las condiciones de la educación pública hasta generar el sálvese quien pueda. Hasta dejarla como el fondo del saco, el ghetto de los excluidos. Clasismo institucional, la agenda apenas oculta de la política de los gobiernos del PP.
Los colegios concertados son además, por supuesto, colegios confesionales católicos en su inmensa mayoría. Lo es aquel al que asiste Lucas este año. El sistema público de enseñanza de este supuesto estado laico está literalmente tomado por colegios confesionales, con crucifijo en el aula, con profesores explotados fuera del alcance de los sindicatos, con AMPAS -o APAS, claro, en su caso- elitistas de elevadas cuotas, con misas y confesiones, con nulo respeto por el valenciano, con todos los valores asociados a su “carácter propio” más allá de su retórica buenrrollera de guitarrita y campamento junior: clasismo, homofobia, sexismo, esencialismo, intolerancia, nacionalismo español, meapilismo hipócrita. Son los colegios de “la gente bien” de antaño que ahora otorgan a la clase media la ilusión de su burbujeante ascenso social a cambio de intentar extender su doctrina y su visión de mundo por el cuerpo social.
Últimamente se está hablando mucho de las insuficiencias de nuestra inmaculada transición. Creo que destaca poco la condición de estado laico fallido que resultó de ella. Del sueño republicano de Max Aub solo quedaron escombros. En muchos sentidos. Recuperando el título y el mensaje de una novela del joven Vicente Blasco Ibáñez (y da escalofríos leer discursos críticos al sistema de la Restauración escritos en el siglo XIX y que suenen tan actuales), la educación en esta monarquía sigue bajo la tutela -bajo el poder- de la iglesia católica, es decir, enmarañadamente atrapada en las redes de la araña negra.