Periodista.
París, Bruselas o Riga son sólo algunas de las capitales europeas donde han aterrizado muchos de mis amigos. Ya sea por ese espíritu aventurero de Willy Fog o, simplemente, por evitar ser “ni-ni” en su ciudad natal; la mayoría de ellos han salido de España.
Los unos trabajan de camareros, los otros cocineros y, el que más lejos ha llegado, es jugador de baloncesto profesional. Aún así, gana una miseria.
El apoyo familiar, al igual que el jamón envasado al vacío, es imprescindible. En lo económico, lo más probable es que el vuelo lo paguen papa y mamá; en lo personal, Skype es la única salvación para sentirse cerca.
A pesar de eso, no pueden evitar irse. El inglés es la asignatura pendiente de casi todos los estudiantes pero paradójicamente en el currículum vitae de la mayoría de los españoles se lee: “Inglés, nivel intermedio”. La LOMCE, conocida popularmente como ‘ley Wert’, prioriza de nuevo la asignatura de Religión en detrimento de Educación para la Ciudadanía, que desaparece. En un estado laico como España es cuestionable que una asignatura cuyo patrón es defender los valores cívicos sea substituida por otra cuyo ideal son los principios religiosos. Muchas autonomías gobernadas por los socialistas se han negado a priorizar la asignatura defendida por la Iglesia Católica. En consecuencia, los alumnos de Aragón, por ejemplo, darán una hora más de Inglés gracias a la hora de clases que pierde Religión.
Otra de las medidas de la polémica ley es el sistema de reválidas por el cual los niños tendrán que superar paulatinamente unas pruebas y mostrar su evolución. Algunos países de la Unión Europea, como Reino Unido, ya cuentan con este sistema. Lo que a priori podría ser una iniciativa positiva parece ser un arma de doble filo pues en tercero de ESO los niños deberán decidir sobre futuro inmediato y elegir entre un grado o el bachillerato. La mayoría de jóvenes llegan a la universidad con serias dudas y muchos cambian en primero de carrera, pues imaginemos un adolescente de quince años.
Si tomamos como ejemplo a una persona de unos treinta años descubrimos que ha estudiado bajo tres leyes educativas diferentes; la LOGSE (1990), la LOCE (2002) y la LOE (2006). Cada una de ellas ha contado con los votos de una u otra ala del Congreso pero, en ningún caso, ha nacido bajo el amparo del consenso.
Todo esto no hace más que evidenciar la falta de costumbre que tienen las diferentes fuerzas políticas de debatir. Del 24M nació un abanico de colores que provocó numerosos pactos. Si las cosas continúan como parece, la mayoría absoluta es una ventaja que difícilmente va a conseguir el bipartidismo. ¿Habremos aprendido la lección o seguiremos sin sentarnos a negociar?