Jimmy Entraigües
Periodista y escritor
Director de Valencia Noticias
16 de mayo de 1975. A 8.848 metros de altura Junko Tubei mira al mundo que se abre ante ella. Su visión es panóptica. La inmensidad la envuelve, la ciudad, los árboles, su hija de apenas tres años, su calle y su casa y su patio están tan lejos, tan abajo, que sus ojos buscan en dirección a la tierra del sol naciente algún punto que simbolice la unión. El viento helado golpea el cuerpo de Junko como protesta a su territorio violado. Ella recuerda y hace memoria hasta el mismo instante en el que una fotografía inmortaliza su gesta.
Su primera ascensión fue a los 10 años. Junto a su profesor de escuela y otros alumnos suben el monte Nasu, un hermoso paisaje en altura que alberga un volcán. Siendo la niña más pequeña del grupo su profesor la exhorta: “Sube, pequeña Junko, sube”. La experiencia se convierte en revelación.
A medida que estudia, la joven Tobei saca tiempo y dedicación para su gran pasión: la montaña. Mientras se gradúa en la universidad en Literatura Inglesa, se une al Club de Montaña de la Universidad y, dentro del mismo, funda el Club de Montaña para Mujeres ‘Japón’. Corre el año 1969.
Junko, la pequeña Junko, comienza a destacar como una seria y competente organizadora de ascensos. Sin escalar un solo metro, un proyecto es un desafío; sin abrir un plano, todo son obstáculos. Sus compañeras de club le recuerdan, en cada expedición, la fragilidad de su cuerpo ante los retos que se marca: “Eres pequeña Junko, no podrás”, “Eres débil para montaña”, “El viento golpeará tu cuerpo, no lo intentes”… Junto a su marido sube el monte Fuji (3.776 metros) para luego atacar el monte Cervino (4.478 metros) en los Alpes Suizos. En 1970 toma contacto por primera vez con el Himalaya cuando tras un largo periodo de ejercicios sube a la cumbre del Annapurna II (7.937 m) pero…, su mirada se extiende a otro pico. A una montaña cuyo nombre impone respeto y temor. Su reconocimiento entre los escaladores comienza a extenderse y su nombre se cuela entre diarios y revistas.
Cada ascensión requiere tiempo, inversión económica y mucha preparación. Junko, estudia cada arista de la montaña, cada recodo, cada saliente, cada recorrido y cada paso. Sus ciento cincuenta centímetros de altura, sus cuarenta y seis kilos y su fibrosa delgadez juegan tanto a su favor como en su contra, de ahí que indague en cada metro que sueña en pisar, no quiere regalarle a la montaña ni un solo margen de ventaja. En 1972 se plantea un reto que escandaliza por su atrevimiento: escalar el monte Everest.
A ras de suelo las complicaciones se encadenan más que en una larga subida. Tobei llama a las puertas de las empresas deportivas más punteras en temas de montañismo y les expone su proyecto: subir la cima más alta del planeta acompañada solo por un equipo compuesto por mujeres. Más de un director comercial, al escucharla y verla, le aventura lo descabello que es el plan y la despacha con un “estudiaremos la oferta”. Las dificultades se suceden, nadie apuesta por la expedición. Finalmente un directivo de la televisión pública japonesa ve en el proyecto el filón mediático y económico que otros dejaron pasar. En colaboración con el periódico más potente de la isla, el Yomiuri Shimbun, la cadena televisiva asume la financiación y decide enviar al equipo de escaladoras a Nepal, capitaneado por la pequeña Junko, para acometer una de las grandes gestas deportivas: lograr que por primera vez una mujer corone la cima del mundo.
Tobei comienza a elaborar un complejo plan de ataque. Durante unos meses elige a las 14 mejores escaladoras japonesas y con ellas evalúa la ascensión. La ruta queda fijada, se subirá el Everest por el mismo camino trazado por Edmund Hillary y el guía sherpa Tenzing Norgay cuando, en 1953, lograron convertirse en las primeras personas en posar sus pies en la cumbre.
Junko cuenta con una importante ventaja respecto al tándem Hilarry/Norgay; a mediados de los años ’70 tanto lo materiales como la información que se tiene respecto al Everest es notablemente mayor y…, ella no iba a desaprovechar esa ayuda.
Durante meses, el grupo de mujeres realiza un duro entrenamiento. Son jornadas largas donde exponen sus cuerpos a constantes sacrificios y esfuerzos. Nada es comparable a lo que puede esconder la montaña.
A comienzos de 1975 el grupo viaja a Katmandú, ahí se contrata a nueve sherpas, uno de ellos es Ang Tshering, un joven nacido y criado en la aldea de Namche Bazar que ya había escalado el monte hasta los 5.700 metros y cuya memoria retiene cada historia y cada anécdota de quienes tocaron los muros del Everest.
Junko da las instrucciones pertinentes a todo el grupo en el campamento base y con una temperatura de 9 grados y poco viento del Este comienzan a la ascensión.
La subida es lenta pero el plan de la pequeña Junko es riguroso y solo se altera en muy pocas horas de retraso.
Al establecer un nuevo campamento a 6.350 metros la situación se complica. La noche se cierra abruptamente, la temperatura se sitúa a menos 22 grados y un viento rachado, que cambia de dirección a cada rato, obliga al equipo a tomar todo tipo de precauciones. Mientras algunos miembros de la expedición cenan y otros se prestan a descansar, la montaña se sacude; primero levemente y tras unos segundos vuelve a temblar de una manera violenta acompañada de un rugido profundo y cercano. Una inmensa avalancha de nieve cae sobre el campamento. Todo el equipo queda sepultado o arrastrado por un mar blanco y espeso.
Junko se ve enterrada entre nieve y piedras, no puede respirar, no puede moverse, intenta estirar un brazo pero resulta inútil. La situación la supera y se desmaya.
Uno de los sherpas logra salvarla a los pocos minutos. Él y otros cuatro sherpas, incluido Tshering, pudieron cobijarse en un pequeño saliente cuando sintieron la primera sacudida. Por suerte el desastre no dejó víctimas y poco a poco los miembros del equipo se van reestableciendo. La avalancha destrozó casi una tercera parte del material; Junko, al igual que otras mujeres, tiene múltiples magulladuras, nada graves, pero tras realizar un balance de la situación y consultar con sus escaladoras llega a una conclusión: es casi imposible hacer cumbre. Mientras todos beben un caldo para reponerse Junko piensa en ese “casi imposible”. Toma una decisión, salir de la zona de peligro, subir unos metros más y reducir el equipo para coronar.
Los ánimos no están para más riesgos así que un pequeño grupo, con Junko a la cabeza, sube hasta los 7.500 metros y establecen un nuevo campamento. El resto de la expedición se retira.
Con las fuerzas reestablecidas diseña un nuevo plan, ella será la que llegará a la cumbre. El tiempo, por el momento, ofrece una tregua. Pide que dejen un mínimo de material en el nuevo punto de parada y que regresen. Ella y Ang Tshering continuaran la escalada. El equipo obedece.
A casi veinte grados bajo cero y una ligera niebla, Tabei y Tshering incian la ascensión. A 8.000 metros el aire se vuelve mucho más frío y la ruta Hillary/Norgay ofrece escalones de hielo quebradizo y rocas afiladas. Avanzar es una lucha titánica.
Cuando llegan a los 8.500 metros el viento golpea con violencia, el frío se intensifica y las fuerzas están mermadas. A 8.750 metros Junko y Ang se detienen bajo un saliente de piedra y hielo y comparten un trocito de chocolate y un sorbo de té. Hay que subir antes que la tarde avance y ya no puedan continuar. Junko carga con dos botellas de oxígeno de 7,5 kilos cada una, una mochila de 3 kilos con lo mínimo para sobrevivir si las cosas se ponen malas, dos carretes de fotografía (uno en blanco y negro y otro en color), un transmisor de 12 vatios que pesa casi un kilogramo y 25 metros de cuerda. Toda aquella carga la está destrozando a cada paso.
A solo 100 metros de la gesta, Tabei y Tshering salvan el último obstáculo, y la escalada parece más suave. Cuando faltan 30 metros, el Everest muestra un amplio tapete blanco disputando su belleza contra un cielo gris perlado. Junko Tabei corona al gigante de la Tierra y se arrodilla emocionada.
Ang Tshering agita su mano indicando que las fotos ya están hechas. Junko, extenuada, agita una pequeña bandera. Ya es parte de la historia y de la montaña. En su interior oye una lejana voz que dice, “sube, pequeña Junko, sube”.