Ana María Galarza Ferri
Periodista.
Los mediterráneos somos conocidos por ser pasionales y afectivos; besucones, en resumidas cuentas. Mientras en Europa te saludan con un apretón de manos y un “Nice to meet you”, nosotros nos lanzamos a los brazos del amable desconocido que tenemos delante para darle, con toda nuestra efusividad, sus correspondientes dos besos.
Esta peculiaridad nuestra hace que ingleses, alemanes y noruegos -entre otras frías nacionalidades- elijan au pairs para sus hijos procedentes de España, Italia o Francia. Sin ir más lejos, la babysitter del hijo del principe William es española, aunque imaginamos que su sueldo será mucho superior al de la media de sus connacionales.
Las razones pueden ser muy diversas. Desde bien pequeñitos creamos un fuerte vínculo entre madre e hijos/as.
Mientras los estudiantes procedentes del centro y el norte de Europa terminan sus estudios y deciden disfrutar de un año alejados de las aulas, nosotros empezamos la universidad y, en la mayoría de ocasiones, continuamos con nuestras rutinas en nuestra ciudad de origen. Nuestros jóvenes salen del núcleo familiar mucho más tarde por lo que la edad de maduración e independencia tanto afectiva como económica es mucho más tarde. Por paradójico que parezca, eso no afecta a la hora de formar una familia. Cabe tener en cuenta que la edad media de las inglesas, por ejemplo, para ser madres es muy similar a la nuestra.
En Inglaterra la cifra de mujeres en edad para ser madres primerizas a los 40 se ha duplicado en tan sólo diez años aunque la mayoría de mujeres deciden dar a luz entre los los 30 y los 39 años de edad. En España los datos del INE nos muestran datos muy similares. La edad media para ser madre se ha retrasado hasta más allá de los 30 años y es a los 34 cuando la cifra es más elevada.
Los factores que explican este fenómeno en ambos países son los mismos. La incorporación de la mujer al mundo laboral, el aumento del número de mujeres con estudios universitarios y la escasa estabilidad de nuestra sociedad hace que las mujeres de nuestra generación tengan los hijos más tarde.
Nuestros padres conseguían tener cierto equilibrio personal una vez pasados los 25 años. En cambio, los nacidos durante los 80 y los 90 a esa misma edad prácticamente terminamos la carrera y nos incorporamos al mundo laboral donde el salario al principio es excesivamente bajo y, evidentemente, imposibilita formar una familia. Nuestra forma de vida ha cambiado pero la biología de las mujeres no.
La coyuntura explica la caída de la tasa de natalidad durante la última década. El famoso cheque bebé fue muy criticado y, aunque probablemente no era la mejor solución, es una de las pocas leyes tomadas para solucionar este problema. Las políticas orientadas hacia las familias en España apenas existen más allá de las ayudas a familias numerosas. Esto sumado al desempleo juvenil hace poco creíble que se vaya a producir un cambio de tendencia a corto plazo.
Cuando vives en otra ciudad observas que, vayas donde vayas, siempre hay un español trabajando. La falta de trabajo cualificado hace que los más valientes emigren a aquellos países donde si tienen expectativas laborales. Madurar, conocer la cultura de nuestros vecinos, aprender idiomas y ser independientes son sólo algunas de las ventajas que, aunque no engordan el currículum, no tienen valor vital.
Ojalá más pronto que tarde esa generación pueda devolver el capital invertido en ella y que, por fin de una vez por todas, todo ese talento emigrado encuentre su lugar y su reconocimiento dentro de nuestras fronteras, consiga establecerse en España y volvamos a los felices años 2000.