Director de Valencia Noticias.
En 1997 la ciudad recibía la visita del escritor y filósofo Umberto Eco en el marco de un evento titulado ‘Valencia Tercer Milenio’. Intenté, a través de la organización, entrevistar al autor de ‘En nombre de la rosa’ pero resultó imposible. Como tenía que encontrarme con un alto cargo de la multinacional Samsung para charlar sobre al futuro de las comunicaciones, dispuse de una hora de tiempo para esperar el inicio de la conferencia que el escritor italiano iba a ofrecer.
No tuve que esperar mucho. Con cuarenta y cinco minutos de antelación, el señor Eco entraba al Palacio de la Música rodeado de media docena de personas, cinco de ellas importantes cargos de la Administración de la ciudad. Me acerqué a él y jugué una carta que imaginé podría ayudarme: su admiración por Jorge Luis Borges.
“Señor Eco, soy un periodista argentino y quería saber si en el próximo milenio la perversidad y la maldad que Borges concretó en su ‘Historia universal de la infamia’ seguirá vigente”, le dije de sopetón. Aquella pregunta hizo que me mirara con atención durante unos segundos. “Usted conoce profundamente a Borges”, aproveché para recordarle.
“¿En qué sentido me hace la pregunta?”, me respondió en un español con marcado acento italiano.
“Supuestamente avanzaremos tecnológicamente y habrán muchas mejoras para la humanidad pero…, el factor humano es una incógnita inestable”, le dije.
“Borges sabía muy bien porqué en su libro hay elementos perversos y malvados. La apreciación es correcta. Las historias que forman parte de ese libro no definen a toda la humanidad, pero sí dejar ver que lo perverso y lo malo están presentes antes, ahora y lo estarán en el siglo veintiuno. Como usted dice, avanzaremos en tecnología y en logros científicos pero no en la falsedad de la identidad, no en ser impostores y creadores de nuevas personalidades…, no en el deseo de poder, no en buscar la fortuna sea como sea… Malvados y perversos estarán presentes en cada siglo. Ser farsante estará en el ser humano y Borges lo expone con grandeza tanto en la historia de Tom Castro, como en la de Billy El Niño.
“¿Entonces los impostores y los farsantes, con nuevos avances y nuevas tecnologías, seguirán presentes?”, aproveché a preguntarle.
“Ha sido así durante toda la humanidad. La ‘historia universal de la infamia’ de Borges es un ejemplo perfecto. ¿Conoce la historia de James Barry, el médico?”, me preguntó con interés.
“¿No, no sé quién es?, le dije.
“Es fascinante. Le encantará. Un gran farsante y una gran persona. En su caso uno se pregunta quién es más impostor, si la sociedad a la que pertenecía o él con su engaño”, y me extendió la mano para despedirnos.
“Muchas gracias, señor Eco”, le dije despidiéndome.
“Hasta otra oportunidad”, me respondió y acompañado de su séquito se marchó a la entrada de la sala.
Dieciocho años después de aquella anécdota busco quién fue James Barry, el médico.
Barry
Los datos sobre la fecha de nacimiento de James Barry son dudosos, incluso la ciudad donde vino al mundo parece despertar polémica ya que varios especialistas indican que nació en Edimburgo.
Historiadores e investigadores no se ponen de acuerdo respecto a la fecha exacta pero casi todos sitúan su natalicio en Belfast (Irlanda) entre los años1789 y 1795 (incluso alguno de ellos lo fechan en 1799).
Pese a este baile de años, y de ciudad, sí se tiene constancia que Barry ingresó en la Escuela de Medicina de Edimburgo donde se matriculó en el año 1809 y terminó graduándose en 1812 en la especialidad se cirugía. Como se puede apreciar, a una edad tempranísima Barry ya estaba capacitado para ejercer de médico.
Con su estrenado título el nuevo galeno comienza a trabajar en el hospital militar de la ciudad demostrando habilidad y pericia en las intervenciones quirúrgicas hasta que, en 1813, ingresa en las Fuerzas Armadas y en 1815 participa en la famosa batalla de Waterloo como cirujano asistente.
Por su excelente labor médica es enviado a Ciudad del Cabo como Inspector Médico y detecta que gran parte de las enfermedades proceden de las nefastas condiciones en que se suministra el agua potable por lo que obliga a mejorar el suministro, tanto en su distribución como en métodos de purificación.
Durante aquellos años, de estancia en Ciudad del Cabo, Berry realiza una de las proezas más destacadas de la historia de la medicina. Si bien lo cirujanos eran muy hábiles en la práctica de cesáreas su uso se limitaba a la extracción del feto sólo en el caso de que la madre estuviera a punto de fallecer o ya estuviera muerte. Barry logró realizar la cesárea a una mujer logrando que tanto el recién nacido como la madre no corrieran ningún peligro. Aquel hecho le dio un notable éxito.
Con luces y contraluces, tanto en la vida personal como profesional, el cirujano James Barry, cuyo temperamento según sus investigadores era flamígero, obtiene la mención de Inspector General de Hospitales, un título que representa el más grado alto al que una persona, sin haber realizado carrera militar, podía obtener en el Reino Unido. A partir de entonces sus destinos fueron las Islas Maurico, Jamaica, Santa Helena, Antigua, Trinidad, Malta, Corfú y Canadá.
A finales de 1864, el afamado cirujano, cae gravemente enfermo y resistiéndose al dictamen de sus colegas y mandos debe abandonar sus servicios profesionales. Meses después, el 25 de julio de 1865, moría víctima de disentería.
El engaño
El primer dato que llama la atención es una carta que Barry entrega su enfermera, Sophia Bishop, poco antes de morir. En ella solicita que sea enterrado tal cual esté en el momento de su muerte. Es decir, sin necesidad ser despojado de su vestuario, ni lavado, ni amortajado. Aquel hecho llamó la atención de la enfermera que pasó el texto al médico que atendía a Barry que decidió no hacer caso de la petición y aplicar las prácticas habituales a todos los enfermos fallecidos. La profilaxis mortuoria siempre había sido una de las exigencias de Barry en todos sus servicios hospitalarios.
A la muerte del cirujano llegó la sorpresa. Sophia Bishop, al desnudar el cadáver, descubre que James Barry era en realidad una mujer, con todos sus atributos perfectamente visibles y sin ninguna anomalía que pudiera provocar controversia.
El escándalo estaba servido y para evitar que la noticia se propagara como la pólvora las autoridades, por orden ministerial, entierran a Barry con todos los honores militares bajo el nombre con el que era reconocido por ejército británico: James Barry.
Su verdadero nombre era Margaret Bulkley Barry, hija de Jeremías Bulkley y Mary Ann Barry.
Sólo dos personas en el mundo sabían que Margaret se trasformó en James: su madre, Mary Ann Barry, y un primo segundo pintor llamado Lord Buchan.
La tumba de Barry puede visitarse en cementerio londinense de Kensal Green.